LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA IV DE PASCUA – CICLO C
«El que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que me recibe, recibe al que me ha enviado» Jn 13,20.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Juan 13,16-20
Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: «Les aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Sabiendo esto, dichosos ustedes si lo ponen en práctica. No lo digo por todos ustedes; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura. El que compartía mi pan me ha traicionado. Se los digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean que Yo Soy. Les aseguro: el que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que me recibe, recibe al que me ha enviado».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Jesús nunca ha dejado, ni deja de sorprender. Interesa a los hombres de todos los tiempos. Las interpretaciones que se dan sobre él son las más dispares. Hay, sin embargo, una decisiva: la fe. Sólo ella establece la única verdadera diferencia. La fe nos permite franquear el umbral del encuentro verdadero, y entonces todo entra en juego. La decisión de creer es voluntad de cambiar de vida, de dejarse “lavar los pies”; es la decisión de dejar que Cristo cuente en nuestra vida cotidiana, en nuestra comunidad» (Enrico Masseroni).
El pasaje evangélico de hoy forma parte de la unidad literaria del texto “Jesús lava los pies a sus discípulos”, en el que se narra este maravilloso signo de servicio, humildad y entrega por amor. Jesús brinda un ejemplo de cómo servir a los demás, llegando al extremo de morir en la cruz. Esta unidad se ubica en Juan 13,1-20.
Hoy, Jesús deja clarísimo que el servicio es la característica esencial del cristiano. Jesús adelanta también que uno de los escogidos lo va a traicionar. Uno que ha compartido su pan, ya lo ha vendido por treinta monedas y conserva su aparente amistad esperando el momento de la entrega.
Se deben cumplir las escrituras y el Hijo de Dios está próximo a redimir del pecado a toda la humanidad y abrirnos las puertas de la vida eterna. La medida de la grandeza divina de Cristo no es el poder, sino el servicio y la entrega de sí mismo hasta la muerte.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Nuestro Señor Jesucristo, en un acto de amorosa humildad, lava los pies a sus discípulos y los exhorta a realizar la misma acción por voluntad propia y en humildad de espíritu. Si la humildad es la actitud propia del Señor, ¿cuánto más debería el servidor ejercitarse en esta gracia y creer en ella?; en este sentido, debemos enriquecer nuestra fe con obras de misericordia para servir a nuestro prójimo y para la gloria de nuestro Señor.
Los momentos actuales nos llaman a inclinar nuestras cabezas ante Jesús y lo alabemos, le agradezcamos y le pidamos por la salud espiritual y corporal de todos los que sufren.
Hermanos, meditando la lectura de hoy, intentemos responder: ¿El servicio al prójimo es la característica principal de nuestro seguimiento a Jesús? ¿Tratamos cristianamente a las personas que nos rechazan? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a comprender que el servicio debe ser el estandarte de nuestro seguimiento a Jesús.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que has restaurado la naturaleza humana por encima de su dignidad original, dirige tu mirada hacia el sacramento de tu amor inefable y conserva los dones de tu continua gracia y protección en aquellos que te has dignado renovar por el sacramento de la regeneración.
Amado Jesús, inspíranos con el Espíritu Santo para seguirte, servirte y convertirnos en tus amigos mediante el servicio a los demás y a la Iglesia.
Amado Jesús, justo juez, sol de justicia, muéstrate compasivo y misericordioso con todos los difuntos de todo tiempo y lugar, y admítelos en la asamblea de tus santos.
Madre Celestial, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Enrico Masseroni:
«La “hora” de Jesús nos hace encontrar, a corta distancia, al amor y al odio; la proximidad misteriosa de Dios y la temerosa ausencia del corazón humano. Mientras Jesús se acerca al umbral de la “hora” de la historia, se perfilan cuatro rostros que manifiestan la diversa tipología de la fe: está la presunción escandalizada de Pedro; está la sombra de la traición de Judas; está la fatiga del creer de los discípulos sorprendidos por la angustia, y está, sobre todo, la periferia extrema del odio del mundo.
Judas se sienta a la mesa con Jesús, pero no comprende el signo de la amistad. Los discípulos temen el sentido dramático de un adiós. El mundo no cree. En realidad, hay un solo pecado frente a la “hora” de Jesús: se trata de una fe que no se adhiere, que no es capaz de acoger el misterio de Jesús: su obediencia, su misión. Se trata de una fe demasiado humana, que se ha quedado en los umbrales de una perspectiva mesiánica puramente terrena. Es el recurrente escándalo de los discípulos frente a la cruz. Jesús, sí, pero no la cruz. Cristo, sí, pero según la imagen construida con perspectivas humanas.
El riesgo sigue siendo siempre actual. Jesús nunca ha dejado, ni deja de sorprender. Interesa a los hombres de todos los tiempos. Las interpretaciones que se dan sobre él son las más dispares. Hay, sin embargo, una decisiva: la fe. Sólo ella establece la única verdadera diferencia. La fe nos permite franquear el umbral del encuentro verdadero, y entonces todo entra en juego. La decisión de creer es voluntad de cambiar de vida, de dejarse “lavar los pies”; es la decisión de dejar que Cristo cuente en nuestra vida cotidiana, en nuestra comunidad.
El solo interés por Jesús, si no se convierte en fe, tiene en sí una fuerte inclinación a reducirle a nuestra propia imagen y semejanza. La fe, como adhesión, transforma al discípulo a imagen y semejanza de Jesús; según su palabra, su mandamiento nuevo. Y el amor, que transforma la vida del cristiano, debe medirse con estas dos palabras, frecuentes en los capítulos 13 y 14, pero de poco uso en el lenguaje corriente: “obedecer a los mandamientos”.
El amor es adhesión. Es superación de nuestro propio mundo subjetivo, en el que se sedimentan costumbres, preconceptos, proyectos personales de pequeño cabotaje, para entrar en un designio ciertamente más comprometedor, pero más verdadero y más grande. En definitiva, la fe y el amor son condiciones necesarias para encontrar a Jesucristo y para no permanecer extraños a sus muchas horas, a las citas decisivas que se renuevan también en el hoy de una historia sagrada siempre abierta».
Hermanos, dispongamos nuestro corazón y amemos como Jesús nos enseñó; sirvamos a Nuestro Señor en los lugares donde nos encontramos y en cualquier estado de nuestras vidas, invocando siempre el auxilio del Espíritu Santo.
Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.
Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.