MIÉRCOLES DE LA SEMANA VII DE PASCUA – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA VII DE PASCUA – CICLO C

SAN JUSTINO, MÁRTIR

«Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad» Jn 17,17-19.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 17,11b-19

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró diciendo: «Padre santo, guarda en tu nombre a los que me diste, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo los guardaba en tu nombre y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Te damos gracias, Padre Santo, por tu Nombre Santo que has hecho habitar en nuestros corazones, así como por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has dado a conocer por Jesús tu siervo. A ti la gloria por los siglos… Acuérdate, Señor, de tu Iglesia para librarla de todo mal y perfeccionarla en tu amor y a ella, santificada, reúnela de los cuatro vientos en el reino tuyo que le has preparado. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos» (Didaché).

San Justino nació en Flavia Neapolis, en la actual Jordania. Era hijo de colonos griegos. Era filósofo y se convirtió a los treinta años. En el año 150 escribió la “Primera apología de la religión cristiana”. Entre los años 152 y 153 fue atacado por el filósofo Crescencio. En el año 160 escribió “Diálogo con Trifón”, un judío con el que debate la hipótesis del establecimiento de un puente entre el cristianismo y el judaísmo. Fue decapitado en Roma alrededor del año 165. Es patrono de los filósofos.

El pasaje evangélico de hoy es la segunda parte de “La oración sacerdotal de Jesús” y que sugerimos leerla íntegramente. Mañana meditaremos la última.

Próximos a Pentecostés, hoy, Jesús, preocupado por el poder del mundo, pide a sus discípulos que sean uno, como Él lo es con Dios Padre; así mismo, le pide al Padre que los bendiga y los proteja del mal. Este fragmento de la oración está dirigido a la protección de la Iglesia naciente y de todos los tiempos, que lleva el Evangelio a toda la humanidad.

Jesús vuelve a pedir a Dios Padre que no saque del mundo a sus discípulos y que los consagre y santifique en la verdad, porque, así como el Padre lo envió a Él al mundo, Jesús también envía a sus discípulos al mundo para llevar su Palabra a todos los confines del planeta.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

En esta parte de la oración sacerdotal, Jesús ora al Padre por la unidad de sus discípulos, por la unidad de todos los suyos. Pide al Padre que nos consagre a todos los que lo seguimos, que nos proteja del mal y que nos conserve alegres. La oración es un maravilloso llamado a dar testimonio del amor de la Santísima Trinidad en un mundo que rechaza a Dios.

Nosotros debemos vivir en medio del mundo sin contaminarnos de sus pasiones y maldades, cumpliendo nuestra misión de ganar a más hermanos para el reino de Dios, al anunciar y testimoniar a la luz del mundo, que es Nuestro Señor Jesucristo.

Meditando la lectura de hoy, intentemos responder: ¿Cómo damos testimonio del amor de Dios? ¿Invocamos la fuerza del Espíritu Santo para cumplir la misión que el Señor nos ha encomendado en cualquier circunstancia de nuestra vida? Que las respuestas a estas preguntas nos animen y ayuden a dar testimonio constante del amor de Dios en un mundo cada vez más alejado de los preceptos cristianos.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que por medio de la locura de la cruz enseñaste de modo admirable la incomparable sabiduría de Jesucristo al mártir san Justino, concédenos, por su intercesión, alejados de los errores que nos cercan, conseguir la firmeza de la fe.

Padre eterno lleno de amor, concede a tu Iglesia, congregada por el Espíritu Santo, dedicarse plenamente a tu servicio y vivir unida en el amor, según tu voluntad.

Santísima Trinidad: te pedimos por la unidad de la Iglesia; te pedimos que la preserves de todo mal, así como del odio del mundo, y la consagres totalmente a la evangelización en todos los confines de la tierra.

Espíritu Santo, otórganos el discernimiento para que en medio de las tribulaciones descubramos el amor del Padre y del Hijo en nuestra vida.

Amado Jesús, tú que descendiste al abismo para anunciar el gozo del Evangelio a los muertos, sé tú mismo la eterna alegría de nuestros difuntos.

¡Gloria! ¡Gloria! Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Madre Santísima, esposa virginal del Espíritu Santo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos también a Nuestro Señor Jesucristo con un sermón de Guerrico de Igny:

«“Padre, mientras yo estaba con ellos en el mundo, yo mismo guardaba, en tu nombre, a los que me diste” (Jn 17,11). El Señor oró así la víspera de su Pasión. Sin embargo, cuando llegó el momento de la separación, se sintió casi aplastado por la ternura de su amor por ellos y ya no pudo disimular la intensidad y la dulzura de sus sentimientos, que hasta entonces había mantenido ocultos. Por eso se dice en el evangelio: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amo hasta el extremo” (Jn 13,1). Entonces fue como si derramara para sus amigos toda la riqueza de su amor, antes aún de derramar como agua todo su ser por sus enemigos. En ese momento, después de haberlos animado bastante tiempo, los confió al Padre: “Padre -dijo-, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde este yo, para que contemplen la gloria que me has dado” (Jn 17,24).

¡Felices vosotros, que tenéis por abogado al mismo juez! Por vosotros ora aquel al que debemos adorar. Es natural que todo aquello por lo que ora Cristo se realice, porque su palabra es acto, y su voluntad, eficaz. ¡Qué gran seguridad para los fieles! ¡Cuánta confianza para los creyentes! … ¿Acaso no es fácil llevar el suave yugo de Cristo y sublime ser coronados en su Reino? ¿Qué puede ser más fácil que llevar las alas que llevan a aquel que las lleva? ¿Qué puede ser más sublime que volar por encima de los cielos donde ha ascendido Cristo? Algunos vuelan contemplando; tú, al menos, amando. Repróchate haber buscado en alguna ocasión lo que no es de arriba, sino de la tierra, y di al Señor con el profeta: “¿A quién tengo yo en el cielo? Estando contigo no hallo gusto en la tierra” (Sal 73,25). Con lo grande que es lo que me está reservado en el cielo, y, sin embargo, lo desprecio…

Cristo, tu tesoro, ha ascendido al cielo: que también ascienda tu corazón. En él esté tu origen, ahí está tu suerte y tu herencia, ahí esperas al Salvador».

Hermanos: invoquemos al Espíritu Santo para que nos otorgue los dones que permitan fortalecer nuestra fe y purifiquen e inspiren nuestras acciones de seguimiento a Jesús. Porque seguir a Jesús es caminar por la senda de la misericordia, la bondad, el amor y la esperanza de un mundo reconciliado. Que la Palabra y Santa Eucaristía nos aparten del mal para que seamos enviados por Jesús a testimoniar su amor en nuestras vidas.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.