VIERNES DE LA SEMANA VII DE PASCUA – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA VII DE PASCUA – CICLO C

SANTOS CARLOS LWANGA Y COMPAÑEROS, MÁRTIRES

«Sígueme». Jn 21,29.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 21,15-19

Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro: «Simón hijo de Juan, ¿me amas más que a éstos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Esto lo dijo aludiendo a la muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Existen muchas cosas que pueden hacernos gratos a Dios, que nos hacen ilustres y dignos de mérito. Pero lo que realmente nos logra el favor divino es la solicitud por los que están próximos a nosotros. Esto es lo que precisamente Cristo le pide a Pedro» (San Juan Crisóstomo).

Hoy conmemoramos a Carlos Lwanga y compañeros mártires de Uganda. Carlos Lwanga, José Mkasa, junto a 20 compañeros, fueron martirizados entre los años 1885 y 1887 en Uganda por haber conformado la sociedad de los Misioneros de África, que se encargó de la evangelización de ese continente durante el siglo XIX. El 3 de junio de 1886 doce de ellos fueron quemados vivos junto a otros 20 anglicanos porque se negaron a renunciar a su fe. Los otros 10 mártires fueron descuartizados.

Los pasajes evangélicos de hoy y mañana narran el último encuentro de Jesús con sus discípulos. El texto de hoy es conocido como “la misión o el encargo pastoral de Pedro” y está referido totalmente a Simón Pedro. En esta perícopa, Jesús se acerca cariñosamente a Pedro y le pregunta tres veces si lo ama, con la intención de confiarle el cuidado del rebaño, como si las tres confesiones de Pedro fueran las respuestas a su triple negación.

Jesús, el buen pastor, realiza una triple investidura pastoral a un pastor que reconoce la sabiduría de su Maestro y, aunque su amor es imperfecto y lo negó tres veces, recibe la comunidad para cuidarla, protegerla y transmitirle el amor de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús insiste que la condición fundamental para confiar el rebaño a Pedro es el amor, es el primado del amor.

Por amor el Padre dio al Hijo; por amor, el Hijo dio la vida; por amor, Jesús reunió a los suyos. El amor es la ley de los discípulos, es el motor de Pedro. En el diálogo de hoy está toda la vida, todo su misterio, toda su luz y todo su significado. Toda la historia divina y humana está movida por el amor y todas sus fragancias.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Jesús nos dice que el amor es esencial para seguirle de verdad y solo el que ama puede dirigir el rebaño.

Hermanos: si Jesús nos preguntara ¿Me aman? ¿Cuál sería nuestra respuesta? ¿Cuál es la medida del amor que sentimos por Jesús? Que esta meditación permita que nuestra amistad con Jesús se convierta en amor, acercándonos al amor con el que Él nos amó y nos ama.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, Dios nuestro, tú que haces que la sangre de los mártires se convierta en semilla de nuevos cristianos; concédenos que el campo de tu Iglesia, fecundo por la sangre de san Carlos Lwanga y compañeros, produzca continuamente, para gloria tuya, abundante cosecha de cristianos.

Padre eterno, que por la glorificación de Jesucristo y la venida del Espíritu Santo has abierto las puertas de tu reino, haz que la recepción de dones tan grandes nos impulse a dedicarnos con mayor empeño a tu servicio y a vivir con mayor plenitud las riquezas de nuestra fe.

Santísima Trinidad: te pedimos que protejas a todos los pastores de la Iglesia y los consagres totalmente a la evangelización de la humanidad.

Jesús, te amamos, pero tal vez nuestro amor es muy imperfecto, otórganos la gracia de amarte a través de las personas más necesitadas espiritual y materialmente, así como a través de nuestras familias, compañeros de trabajo, hermanos de comunidad, conciudadanos y de cualquier persona.

Amado Jesús, tú que descendiste al abismo para anunciar el gozo del Evangelio a los muertos, sé tú mismo la eterna alegría de nuestros difuntos.

Madre Santísima, esposa virginal del Espíritu Santo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Primo Mazzolari:

«Parece como si Jesús se hubiera complacido en mostrar en san Pedro, el elegido entre los elegidos, el respeto y la estima y el uso de lo que él suele hacer con lo que la criatura le ofrece para el Reino de los Cielos. El Verbo no improvisó la Piedra, sino que ésta fue construida a partir del material que Simón, hijo de Jonás, le aporta.

Pedro es un pescador, nada arenoso. Su alma no es un pedregal de arena: hay en él piedras y guijarros rabiosamente arrojados por la ola y amontonados sin orden ni concierto. La solidez de Pedro está en el rostro, en los miembros, en el oficio, en el gesto, en la palabra, en la pasión, en la espontaneidad, en la audacia, incluso en la debilidad y en las lágrimas: lágrimas que petrifican y excavan surcos sobre un rostro que el viento y la ola han abofeteado.

En el evangelio no aparece nunca un Pedro mediocre. Cristo lo convirtió en una piedra, en un fundamento. La piedra es la humanidad de todos los tiempos, en la que el Cristo vivo, paciente e irresistible constructor, prepara la catedral del Espíritu: toda la Iglesia en sus fundamentos, el papa y los obispos, es piedra, pero no todo queda transformado inmediatamente por la gracia. Tanto en la historia de Pedro como en la de la Iglesia, hay algo que se desmorona bajo el ímpetu de la adversidad. Sin embargo, la piedra no se pliega: puede ser sumergida, pero no se pliega; insultada, ensuciada por nuestra tristeza y por la ajena, pero no se pliega.

He aquí la Iglesia, vista a través de Simón, hijo de Juan, convertido en Pedro por voluntad de Cristo. Muchos no advierten en Pedro y en la Iglesia más que esta realidad, fija, resistente, fría… Sin embargo, no soldó sólo una roca en Simón, sino que tomó en sus manos su corazón y lo puso incandescente: “¿Me amas más que éstos?”. La Piedra no sofocó ni el impulso ni la ternura de Simón: “Señor, tú sabes que te amo”. El corazón de Pedro es el corazón que salta adelante, que no se siente dispensado, que no pesa, no calcula: el corazón que necesita el Señor para su Iglesia. Un pastor es piedra y corazón. No basta con algo firme: también lo está la piedra sepulcral. Contra una piedra también es posible estrellarse…

La Iglesia está en estas dos realidades: corazón y piedra. Nadie podrá quitarle a la Iglesia la firmeza en dar testimonio de la verdad, porque nadie podrá quitar el amor del corazón. “Señor, tú sabes que te amo”. Pedro ya no tiene el valor de decir que le quiere. No sabe. Tampoco hace falta que lo sepa, pues sabe el Señor que le ama a través de su pobre corazón. El corazón de la Iglesia late con el corazón de Pedro, pero ama con el corazón de Cristo».

Hermanos: a pocos días de la solemnidad de Pentecostés, seamos conscientes de que el examen de amor que Jesús le hace a Pedro se extiende también a nosotros. Por ello, tengamos siempre presente en nuestro corazón el mandamiento del amor de Jesús, según Mt 22,36-40: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este es el primero y más grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Dejemos que el Espíritu Santo nos impulse a amar y crear relaciones fraternas, y podamos anunciar a Cristo con la esperanza de llegar a la meta final: la plenitud en Dios y la gloria eterna.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.