SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS – CICLO C

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

«Paz a ustedes (Pax Vobis). Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo. Reciban el Espíritu Santo». Jn 20,21-22.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 20,19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en eso entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes ustedes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Hay una sola fe, pero es de dos clases. En efecto, hay una fe que atañe a los dogmas, y es el conocimiento y la aceptación, por parte del intelecto, de las verdades reveladas. Esta fe es necesaria para la salvación… Pero hay otro tipo de fe, que es un don de Cristo. En efecto, está escrito: “A uno el Espíritu lo capacita para hablar con sabiduría, mientras que a otro el mismo Espíritu le otorga un profundo conocimiento. Este mismo Espíritu concede a uno el don de la fe, a otro el carisma de curar enfermedades”. Esta fe, concedida por el Espíritu como un don, no atañe solamente a los dogmas: también es causa de prodigios que superan todas las fuerzas humanas. Quien tiene una fe así, podría decir a este monte: “Muévete allá”, y se movería» (San Cirilo de Jerusalén).

Queridos hermanos: desde PAX TV les deseamos a todos ustedes una Feliz Pascua de Pentecostés. Hoy, en el momento cumbre del período de Pascua de Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, que el rocío divino del Espíritu Santo se manifieste plenamente en ustedes, en sus familias y en la humanidad, con todos sus dones y frutos, y los colme de aquella alegría divina que no cesa, ni siquiera en las tribulaciones. A izar las velas y que el dulce viento del Espíritu lleve nuestras barcas, por los mares de la vida, al puerto celestial. Celebremos juntos la primacía del Espíritu, aquel que nos estremece de alegría.

Cuando Jesús ascendió al cielo y Dios Padre envió al Paráclito, se inició el tiempo del perpetuo Pentecostés para la Iglesia, porque desde aquel hermoso momento, la presencia viva de Jesús y de Dios Padre se manifestó, se manifiesta y se manifestará siempre a través del Espíritu Santo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«El ministerio del Espíritu está en la gloria. Por eso todos nosotros, contemplando a cara descubierta la gloria del Señor, seremos transformados en aquella misma imagen, de gloria en gloria, según la acción del Espíritu del Señor» (Basilio de Cesaréa).

Jesús asciende al cielo, pero no deja solos a sus discípulos; Dios Padre, como respuesta a la oración sacerdotal de Jesús, envió al Espíritu Santo para iniciar la acción misionera de los apóstoles y de la naciente y eterna Iglesia. Por ello, el divino poder del Espíritu Santo jamás se apartará de nosotros, siempre nos acompañará si es que aceptamos su guía, especialmente en nuestros momentos de debilidad.

El Espíritu Santo, el óleo de la alegría, expande su perfume a toda la Iglesia, parroquias, comunidades y a cada cristiano, y lo hace actualizando las palabras, gestos y signos de Jesús. También, el Espíritu Santo inspira, purifica y fortalece nuestro seguimiento a Jesús para ser anunciadores y promotores del reino de Dios en el mundo.

Hermanos, en este grandioso día, intentemos responder: ¿Invocamos al Espíritu Santo? ¿Dejamos que el Espíritu Santo nos guíe en nuestras vidas? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a discernir y conocer lo que Dios quiere para cada uno de nosotros.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que por el misterio de esta fiesta santificas a toda tu Iglesia en medio de los pueblos y de las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y realiza ahora también, en el corazón de tus fieles, aquellas maravillas que te dignaste hacer en los comienzos de la predicación evangélica.

Espíritu Santo: en el Santísimo Nombre de Jesús, libéranos de todas las ataduras al pecado, rompe una a una todas las cadenas intergeneracionales que nos atan al pecado y a los esquemas humanos.

Amado Jesús, tú que, por tu infinita misericordia, nos enseñas que el amor es lo primero, si es que te seguimos, concédenos el don de amar a la Santísima Trinidad y también a nuestros hermanos. Envíanos a testimoniar tu amor en toda circunstancia de nuestras vidas.

¡Bendita seas Santísima Trinidad!

Amado Jesús, por tu infinita misericordia, recibe en tu reino a las almas de nuestros hermanos que han partido a tu presencia sin auxilio espiritual.

Madre Santísima, así como tu hiciste realidad tu maravillosa expresión de entrega a Dios: “Hágase en mi según tu palabra”; intercede ante tu amado Hijo para que nosotros hagamos también lo que Él nos inspira a través del Espíritu Santo. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Dios Espíritu Santo con un sermón de San Elredo de Rievaulx:

«Según el designio de Dios, al principio, el Espíritu de Dios llenaba el universo, “despliega su fuerza de un extremo a otro, y todo lo gobierna acertadamente”. Pero, en cuanto a su obra de santificación, es a partir de este día de Pentecostés cuando el Espíritu llenó toda la tierra. Porque hoy, el espíritu de dulzura es enviado desde el Padre y el Hijo para santificar a toda criatura según un plan nuevo, una manera nueva, una manifestación nueva de su poder y de su fuerza.

Antes, el Espíritu no había sido dado porque Jesús no había sido glorificado. Hoy, bajando del cielo, el Espíritu es dado a las almas de los mortales con toda su riqueza, toda su fecundidad. Así, este rocío divino se extiende sobre toda la tierra, en la diversidad de sus dones espirituales.

Está bien que la plenitud de sus riquezas haya llovido desde el cielo sobre nosotros, porque pocos días antes, por la generosidad de nuestra tierra, el cielo había recibido un fruto de maravillosa dulzura: la humanidad de Cristo, que es toda la gracia de la tierra. El Espíritu de Cristo es toda la dulzura de la tierra. Se produjo, en efecto, un intercambio muy saludable: la humanidad de Cristo subió de la tierra al cielo. Hoy desciende del cielo hacia nosotros el Espíritu de Cristo.

El Espíritu actúa por doquier. Por todas partes el Espíritu toma la palabra. Sin duda, antes de la Ascensión, el Espíritu del Señor ha sido dado a los discípulos cuando el Señor les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá”.

Pero antes de Pentecostés no se oyó la voz del Espíritu Santo, no se vio brillar su poder. Y su conocimiento no llegó a los discípulos de Cristo, que no habían sido confirmados en su coraje ya que el miedo los tuvo encerrados en una sala con las puertas cerradas. Pero, a partir de este día de Pentecostés, “la voz del Señor se cierne sobre las aguas, la voz del Señor descuaja los cedros, la voz del Señor lanza llamas de fuego. En su templo, un grito unánime: ¡Gloria!”».

Queridos hermanos: dispongamos nuestro corazón para acoger al Espíritu Santo e invoquémosle siempre en nuestras oraciones de alabanza, de agradecimiento y de petición. En los momentos más difíciles, pidamos al Espíritu Santo su consejo, su auxilio y guía para no apartarnos de los caminos de Nuestro Señor Jesucristo. Dispongamos también todo nuestro ser para comenzar cada día con la lectura de la Palabra y, con la ayuda del Espíritu Santo, podamos ser portadores del amor de Dios, para su eterna gloria. No olvidemos jamás la acción salvífica del Espíritu Santo en la Santa Eucaristía.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.