DOMINGO XII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO XII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

«Entonces tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente» Lc 9,16.

 

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

 

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,11b-17

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la multitud del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que se vayan a los pueblos y a los caseríos de alrededores a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado». Él les contestó: «Denles ustedes de comer». Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente». Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta». Lo hicieron así, y todos se sentaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

 

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«¡Oh, banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! … No hay ningún sacramento más admirable que este, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales» (Santo Tomás de Aquino).

Hoy celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, el Corpus Christi, y lo hacemos meditando la multiplicación de los panes y de los peces; cuya escena tiene todas las características de una celebración litúrgica, ya que Jesús ora elevando los ojos al cielo, expresando su acción de gracias.

Por ello, este prodigio es una hermosa prefiguración de la Santa Eucaristía, alimento que Jesús multiplica para todos, y que nos sacia divinamente y para siempre. En la Eucaristía, por acción del Espíritu Santo, el pan y el vino se convierten en el Santísimo Cuerpo y la preciosísima Sangre de Cristo.

Con el mismo poder divino con el que Jesús multiplicó los panes y los peces, también ahora multiplica el “pan de vida” que todos necesitamos para ser sus discípulos.

 

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

En la actualidad, Nuestro Señor Jesucristo sigue diciendo: «Denles ustedes de comer». Este llamado es no solo para que todo ser humano tenga acceso a una alimentación digna, sino también, con el fin de que contribuyamos decididamente para que a las personas no les falte el “pan de vida” que es Jesús mismo.

Hermanos: cuando acudimos a la Santa Eucaristía, lo que vemos con nuestros ojos en el altar es el pan y el vino; sin embargo, con los ojos de la fe, observamos que el pan es el cuerpo de Cristo y el vino es su preciosísima sangre.

El día de hoy, cuando comulguemos, Jesús entrará en nuestros cuerpos y en nuestros corazones, será nuestro invitado especial. Así como cuando llegan invitados a nuestras casas y los recibimos en ambientes que hemos limpiado y preparado especialmente para la ocasión, y también les convidamos los mejores potajes. Así, recibamos a Jesús en nuestros corazones que hemos purificado mediante el sacramento de la penitencia, y brindémosle nuestras mejores ofrendas, aquellas que nos inspira amorosamente el Espíritu Santo. No perdamos esta maravillosa ocasión se sentarnos con Jesús en este banquete celestial y de llevarlo con nosotros, en nuestros corazones, a casa, a nuestras comunidades y a todas partes.

¡Jesús, María y José nos aman!

 

  1. Oración

Amado Jesús, Señor Nuestro Jesucristo, que en el sacramento admirable de la Eucaristía nos dejaste el memorial de tu pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, para que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención.

Espíritu Santo, maravilloso huésped de nuestros corazones, genera en las comunidades cristianas una fidelidad ejemplar hacia la Santa Eucaristía, que acreciente el amor a Dios y al prójimo.

Padre eterno, Padre de todos los vivientes, tú que vives y reinas con el Hijo y el Espíritu Santo, recibe a nuestros hermanos difuntos en tu reino.

Madre Santísima, Madre del Amor hermoso, Esposa virginal del Espíritu Santo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

 

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a la Santísima Trinidad con un escrito del papa emérito Benedicto XVI:

«La actual solemnidad del Corpus Christi, que en el Vaticano y en varias naciones ya se celebró el jueves pasado, nos invita a contemplar el misterio supremo de nuestra fe: la santísima Eucaristía, presencia real de nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento del altar. Cada vez que el sacerdote renueva el sacrificio eucarístico, en la oración de consagración repite:  “Esto es mi cuerpo… Esta es mi sangre”. Lo dice prestando la voz, las manos y el corazón a Cristo, que ha querido quedarse con nosotros y ser el corazón latente de la Iglesia.

Pero también después de la celebración de los divinos misterios el Señor Jesús sigue vivo en el sagrario; por eso lo alabamos especialmente con la adoración eucarística, como recordé en la reciente exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis. Más aún, existe un vínculo intrínseco entre la celebración y la adoración. En efecto, la santa misa es en sí misma el mayor acto de adoración de la Iglesia: “Nadie come de esta carne —escribe san Agustín—, sin antes adorarla”. La adoración fuera de la santa misa prolonga e intensifica lo que ha acontecido en la celebración litúrgica, y hace posible una acogida verdadera y profunda de Cristo.

Hoy, además, en las comunidades cristianas de todas las partes del mundo se tiene la procesión eucarística, singular forma de adoración pública de la Eucaristía, enriquecida con hermosas y tradicionales manifestaciones de devoción popular. Quisiera aprovechar la oportunidad que me ofrece esta solemnidad para recomendar vivamente a los pastores y a todos los fieles la práctica de la adoración eucarística. Expreso mi aprecio a los institutos de vida consagrada, así como a las asociaciones y cofradías que se dedican de modo especial a la adoración eucarística:  invitan a todos a poner a Cristo en el centro de nuestra vida personal y eclesial.

Asimismo, me alegra constatar que muchos jóvenes están descubriendo la belleza de la adoración, tanto personal como comunitaria. Invito a los sacerdotes a estimular a los grupos juveniles, y también a seguirlos, para que las formas de adoración comunitaria sean siempre apropiadas y dignas, con tiempos adecuados de silencio y de escucha de la palabra de Dios. En la vida actual, a menudo ruidosa y dispersiva, es más importante que nunca recuperar la capacidad de silencio interior y de recogimiento: la adoración eucarística permite hacerlo no sólo en torno al “yo”, sino también en compañía del “Tú” lleno de amor que es Jesucristo, “el Dios cercano a nosotros”.

Que la Virgen María, Mujer eucarística, nos introduzca en el secreto de la verdadera adoración. Su corazón, humilde y sencillo, estaba siempre centrado en el misterio de Jesús, en el que adoraba la presencia de Dios y de su Amor redentor. Que por su intercesión aumente en toda la Iglesia la fe en el Misterio eucarístico, la alegría de participar en la santa misa, especialmente en la del domingo, y el deseo de testimoniar la inmensa caridad de Cristo».

Hermanos: glorifiquemos a Nuestro Señor Jesucristo en su Santísimo cuerpo y preciosísima sangre, pidiéndole que aumente nuestra fe y nuestra devoción al sacramento de la Eucaristía. Así mismo, empleemos los dones que Dios nos ha otorgado para realizar obras de misericordia en favor de las personas con más necesidades espirituales y materiales. No dejemos nunca de pedir la maternal intercesión de Nuestra Santísima Madre.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

 

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.