MARTES DE LA SEMANA XII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA XII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SAN LUIS GONZAGA

«¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y son pocos los que lo encuentran» Mt 7,14.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 7,6.12-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No den lo que es santo a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos; no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos. Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas. Entren por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y son pocos los que lo encuentran».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«En realidad, el perdón es ante todo una decisión personal, una opción del corazón en contra del instinto espontáneo de pagar mal por mal. Esta opción encuentra su elemento de comparación en el amor de Dios que nos acoge a pesar de nuestros pecados, y su modelo supremo es el perdón de Cristo que oró así en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34)» (San Juan Pablo II).

San Luis Gonzaga nació el 9 de marzo de 1568 en Castiglioni delle Stiviere (Mantua). En 1585, venciendo la oposición paterna, renunció al título de marqués y entró en el noviciado jesuita. Cuando estaba a punto de ser ordenado sacerdote, se contagió de tifus mientras atendía y curaba a los enfermos. Partió a la Casa del Padre el 21 de junio de 1591, en la octava del Corpus Christi, tal como la había predicho. Fue canonizado en 1726 por el papa Benedicto XIII.

Hoy continuamos meditando la parte narrativa del Sermón de la Montaña y lo hacemos con tres enseñanzas cortas, pero sabias y valiosas: en la primera, Jesús nos aconseja sobre cómo tratar las cosas santas; en la segunda, Jesús menciona la “regla de oro” de la Ley y los Profetas; y en la tercera, Jesús nos habla sobre la puerta estrecha.

La “regla de oro”, como sabemos, es una norma ética universal anterior al cristianismo. Jesús llama a la humanidad a tener el valor de aplicarla a todas las situaciones de la vida ya que, por sí sola, es capaz de regular la conducta humana. Así mismo, Jesús señala que la puerta que conduce a la Vida es estrecha; esto lo hace con la finalidad de despertar a la humanidad del letargo, la ignorancia y del pecado. Esta aseveración es realmente un compendio de sabiduría cristiana.

Como podemos apreciar, Nuestro Señor Jesucristo sigue desarmando toda la estructura causal del pecado. Y lo hace con enseñanzas que transforman nuestros sentimientos y conductas para ser sus discípulos.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

En la primera enseñanza, Jesús nos pide un recto juicio y prudencia ante algunas conductas riesgosas para la vida espiritual que tienen algunas personas. Por ejemplo, no es sensato dar respuestas valiosas a quienes todavía no han formulado preguntas. En la segunda, Jesús enuncia la regla de oro, acompañada del amor y la misericordia sin límites con la que Dios obró siempre a través de sus obras y de la Ley.

En la tercera enseñanza, Jesús nos dice que seguirle a Él siempre va a significar ir contra las corrientes que el mundo inspira y promueve incesantemente. Es decir, siempre nos vamos a encontrar en situaciones conflictivas de orden político, social, e inclusive religioso, en las que debemos tomar una posición cristiana, contraria a las perspectivas mundanas.

Hermanos, meditando el pasaje evangélico de hoy, respondamos: ¿Cuándo nos encontramos ante conductas riesgosas de algunas personas, pedimos al Espíritu Santo los dones para obrar de acuerdo con las enseñanzas de Jesús? ¿Tratamos a los demás como queremos que ellos nos traten a nosotros, a la luz de la Palabra? ¿Pedimos a Dios la fortaleza espiritual para poder caminar rectamente en el camino que nos señala Nuestro Señor Jesucristo? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a ser verdaderos seguidores de Nuestro Señor Jesucristo en todas las circunstancias de nuestras vidas, comprendiendo que el llamado a la santidad que hace Nuestro Señor Jesucristo es universal.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, dispensador de los dones celestiales, que has querido juntar en san Luis Gonzaga una admirable inocencia de vida y un austero espíritu de penitencia, concédenos, por su intercesión, que, si no hemos sabido imitarle en su vida inocente, sigamos fielmente sus ejemplos en la penitencia.

Santísima Trinidad; sumérgenos totalmente en el amor que los une a ustedes, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, para mirar la realidad de nuestros hermanos con ese amor misericordioso y santificador.

Amado Jesús, tú que eres el camino, la verdad y la vida, concédenos la gracia para seguir transitando, sin desmayar, por este camino angosto y difícil que nos lleva a la vida eterna. Guía Señor nuestros pasos por los caminos de la paz.

Amado Jesús, misericordia pura e infinita, concede el perdón a las almas del purgatorio y llévalas al banquete celestial. Envía a San Miguel Arcángel para que proteja a las almas de las personas agonizantes ante los ataques del enemigo.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos al Amor de los amores con un texto de Dionisio el Cartujano:

«“Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacedlo también vosotros a ellos” (Mt 7,12). Obrando así, amaremos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Cuando procuramos al prójimo el bien que deseamos para nosotros y sentimos una sincera compasión por él al verle sufrir el mal que tampoco nosotros queremos, lo amamos verdaderamente. Hacer otra cosa sería carecer de caridad fraterna.

Por consiguiente, quien quiera vivir en la caridad con el prójimo, que evite todo lo que le pueda ofender; siempre que, no obstante, la razón o los deberes que tenemos con Dios no exijan que nos comportemos de una manera diferente. Haciendo la voluntad de los otros y evitando todo lo que les ofende, la caridad será duradera e irá aumentando. San Juan, el discípulo predilecto de Jesús, nos da muchas y variadas recomendaciones y exhortaciones sobre la caridad fraterna. Dice: “Si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección” (1 Jn 4,12).

En efecto, la caridad verdadera y perfecta hace que tratemos al prójimo del mismo modo que deseamos ser tratados nosotros, y esto en cada cosa, tanto en las adversidades como en la prosperidad. Nadie es tan insensato que no experimente disgusto con su propio mal, si lo siente, y que no experimente, en cambio, placer con su propio bien, si lo conoce; que no desee que tengan misericordia con él y le den tiempo para enmendarse cuando se ha equivocado; que no tema el castigo divino y no desee poder evitarlo.

En efecto, cuando nosotros cometemos el mal, sabemos excusarlo ante Dios con nuestra fragilidad e imperfección y le pedimos que no nos trate como enemigos y rebeldes, sino que nos perdone mirando nuestra pobreza y debilidad. Pues bien, también nosotros debemos tratar de este modo a nuestro prójimo. La misericordia procede de la caridad. Afirma la Escritura: “El hombre compasivo se hace bien a sí mismo” (Prov 11,17). Lo repite Jesucristo: “Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos” (Mt 5,7). Y, hablando a los fariseos, dijo: “Entended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios”».

Hermanos: hagamos el compromiso de reflexionar el Sermón de la montaña durante esta semana. Recordemos que está ubicado en los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio de San Mateo. Acompañemos esta reflexión con algo que es vital para nuestra vida espiritual, tengamos siempre presente las enseñanzas de Jesús en nuestra vida cotidiana, especialmente en el trato con nuestro prójimo.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.