LECTIO DIVINA DEL SÁBADO XXI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C
SANTA MÓNICA
«Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra al banquete de tu Señor» Mt 25,21.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 25,14-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes; a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada uno según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra al banquete de tu Señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra al banquete de tu Señor”.
Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que cosechas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con que sabías que cosecho donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quítenle el talento y dénselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil échenlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«A ti recurrimos, paciente Santa Mónica, madre de San Agustín, que con tanta esperanza y oración alcanzaste la apertura de tu hijo a la bondad de Dios, en quien encontró la felicidad que tanto había buscado en los placeres del mundo.
Tú, que sabes lo que padece una madre para encauzar la vida de sus hijos hacia Dios y su santa voluntad, intercede por las madres de hoy, para que puedan tocar el corazón de sus hijos y ayudarles a descubrir que solo Dios puede colmar su sed de amor, de libertad, de felicidad.
Ruega por los hijos alejados de Dios que se ilusionan con realizar su vida apoyándose solo en sus capacidades y, dejándose arrastrar por las seducciones que el mundo les ofrece, no encuentran la paz y la alegría del corazón. Alcanza para todas las madres la gracia de atraerlos a Dios con la paciencia, la espera humilde y el respeto amoroso» (Oración a Santa Mónica para obtener la fe para los hijos que están alejados de Dios).
Hoy celebramos a Santa Mónica, madre de San Agustín. Ella vivió ejemplarmente su misión de esposa y madre. Logró la conversión de su esposo y también la de uno de sus tres hijos: San Agustín, quien era el mayor de ellos. Nació en el año 333, en Tagaste. San Agustín consideraba a su madre como la fuente de su cristianismo; por ello, decía que su madre “lo engendró dos veces”. Santa Mónica murió en el año 387 cuando intentaba regresar con San Agustín a África.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Cuántas madres viven atribuladas porque sus esposos e hijos transitan por caminos equivocados. Santa Mónica, ejemplo de madre sabia, perseverante en la fe, invita a todas estas madres a no desalentarse, sino a ser perseverantes en la misión de ser esposas y madres, confiando en Dios y aferrándose a la oración, pidiendo siempre la intercesión de Nuestra Santísima Madre María.
En la actualidad, a veces vemos a Dios como un Padre muy severo y castigador y, ante las adversidades y extravíos de la vida, nos apartamos de Dios para encerrarnos en nosotros mismos y dejamos de practicar las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. Toda esta estructura de pensamiento y acción alejada de la verdad empobrece la vida espiritual y afecta negativamente a la familia y a la comunidad.
Por ello, debemos tener plena consciencia de todos los talentos que el Señor nos ha entregado. Nuestro Señor Jesucristo señala el maravilloso premio que recibiremos si administramos bien los talentos que Dios nos ha otorgado. Y si no amamos, perderemos el amor que tenemos, que es el amor de Dios.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Padre eterno, consuelo de los que lloran, que acogiste con misericordia las piadosas lágrimas y ruegos de santa Mónica en la conversión de su hijo San Agustín, concede la gracia de la conversión de esposos e hijos, a todas las madres que te lo imploran.
Amado Jesús, que en ti habita toda la plenitud de la divinidad, mira con bondad y misericordia a las almas del purgatorio, y permíteles alcanzar la vida eterna en el cielo.
Madre Santísima, Madre de la Iglesia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Hermanos contemplemos a Dios a través del relato de San Agustín sobre una conversación con su madre, Santa Mónica:
«Estando ya inminente el día en que había de salir de esta vida – que tú, Señor, conocías y nosotros ignorábamos -, sucedió lo que yo creo, disponiéndolo tú por tus modos ocultos, que nos hallásemos solos yo y ella, apoyados sobre una ventana, desde donde se contemplaba un huerto o jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo viaje, cogíamos fuerzas para la navegación.
Allí solos conversábamos dulcísimamente y, olvidando las cosas pasadas, ocupados en lo porvenir, nos preguntábamos los dos, delante de la verdad presente, que eres tú, cuál sería la vida eterna de los santos, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre concibió. Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales soberanos de tu fuente – de la fuente de la vida que está en ti – para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo una idea de algo tan grande.
Y llegó nuestro discurso a la conclusión de que cualquier deleite de los sentidos carnales, aunque sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo, ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de comparación, sino ni siquiera de ser mencionado. Levantándonos con un afecto más ardiente hacia el que es siempre el mismo, recorrimos gradualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, desde donde el sol y la luna envían sus rayos a la tierra.
Y subimos todavía más arriba, pensando, hablando y admirando tus obras; y llegamos hasta nuestras almas y las sobrepasamos también, a fin de llegar a la región de la abundancia que no se agota, en donde tú apacientas a Israel eternamente con el pasto de la verdad, y la vida es la Sabiduría, por quien todas las cosas existen, tanto las ya creadas como las que han de ser, sin que ella lo sea por nadie; siendo ahora como lo fue antes y como lo será siempre, o más bien, sin que haya en ella un fue ni será, sino sólo es, por ser eterna, porque lo que ha sido o será no es eterno.
Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella, llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando; y, dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu, regresamos al estrépito de nuestra boca, donde el verbo humano tiene principio y fin, en nada semejante a tu Verbo, Señor nuestro, que permanece en sí sin envejecer, y renueva todas las cosas».
Queridos hermanos: invocando diariamente la inspiración y el auxilio del Espíritu Santo y la intercesión de Nuestra Santísima Madre María, hagamos el propósito de utilizar nuestros talentos en favor de los hermanos con más necesidades materiales y espirituales.
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.
Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.