VIERNES XXIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL VIERNES XXIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SANTOS CORNELIO, PAPA Y CIPRIANO, OBISPO; MÁRTIRES

«Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el evangelio del reino de Dios» Lc 8,1.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 8,1-3

En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades. María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Los Doce y muchas mujeres constituyen la primera comunidad de la Iglesia itinerante, que deja a sus espaldas un pasado de miedo y avanza libre para el anuncio» (Silvano Fausti).

Cornelio, nació en Roma, fue elegido papa el año 251, después de quince meses de vacancia por la persecución de Decio. El emperador Cayo Vibio Treboniano Galo lo desterró a Civitavecchia, donde murió mártir.

Cipriano, nació en Cartago alrededor del año 200; sus padres eran paganos. Fue bautizado en el año 248, y poco después recibió las órdenes sagradas y fue elegido obispo de su ciudad. Sufrió el martirio bajo Valeriano el 14 septiembre del año 258. Escribió varios tratados y cartas.

En el pasaje evangélico de hoy, Jesús trae por los suelos todos los prejuicios en torno a la mujer, al mostrarse audaz y sorprendente. Para Jesús, el hombre y la mujer tienen la misma dignidad como hijos y criaturas de Dios, a ambos los bendijo y les confió la creación.

Hombres y mujeres imitaban los ejemplos de Jesús. La naciente Iglesia estaba integrada por hombres y mujeres que renunciaron a su vida anterior para seguir a Jesús. San Lucas es el evangelista que narra el mayor número de episodios que destacan la relación entre Jesús y las mujeres.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La lectura resalta de manera especial el rol que cumplían las mujeres como seguidoras de Jesús. Ellas no se mantienen en el anonimato del gentío que sigue a Jesús, sino que, con una fidelidad especial, lo acompañan, desafiando las difíciles condiciones del camino itinerante de Nuestro Señor Jesucristo.

Como decía San Juan Pablo II: «Desde el comienzo de la misión de Cristo, la mujer muestra, con relación a él y a todo su misterio, una particular sensibilidad que corresponde a una de las características de su feminidad. Además, conviene señalar que esta verdad se confirma de manera particular en el misterio pascual, no solamente en el momento de la crucifixión, sino todavía más al amanecer del día de la resurrección. Las mujeres son las primeras en estar junto al sepulcro. Son las primeras que lo encuentran vacío. Son las primeras en oír: “No está aquí: ha resucitado, como había dicho” (Mt 28,6). Son las primeras en abrazar sus pies (Mt 28,9). También son las primeras llamadas a anunciar esta verdad a los apóstoles (Mt 28,1-10; Lc 24,8-11)».

Hermanos, meditando el pasaje evangélico de hoy, respondamos: ¿Adoptamos la misma actitud de Jesús respecto a sus seguidores, hombres y mujeres? ¿Defendemos a las mujeres que sufren violencia o abusos machistas? Que las respuestas a estas preguntas nos permitan dejar de lado los prejuicios y valorar el rol de todos, hombres y mujeres, para llevar la Palabra viva a todos los que necesitan conocer a Dios; así como ser coherentes con las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que has puesto al frente de tu pueblo como abnegados pastores y mártires invencibles a los santos Cornelio y Cipriano, concédenos, por su intercesión, ser fortalecido en la fe y en la constancia para trabajar con empeño por la unidad de tu Iglesia.

Amado Jesús, por tu infinita bondad y misericordia, enséñanos a mirar con los ojos de tu amor a cada uno de nuestros semejantes, hombres y mujeres, para que podamos hacer realidad el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros.

Amado Jesús, envía tu Santo Espíritu para que cese el accionar de conductas violentas que van en contra de la mujer, de los niños en el vientre materno y de todas las personas vulnerables.

Amado Señor Jesús, a quien toda lengua proclamará: Señor para gloria de Dios Padre, recibe en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima, fundamento firme de la Iglesia desde sus primeros tiempos y hasta la eternidad; María, Inmaculada, Madre de la Divina Gracia, Estrella de la Evangelización, ruega por nosotros.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una oración de Cipriano de Cartago:

«Cuando yacía postrado en las tinieblas de la noche, cuando zozobraba en medio del mar borrascoso de este mundo y andaba vacilante en el camino del error sin saber qué sería de mi vida, desviado de la luz de la verdad, imaginaba que sería difícil y duro, en mi situación lo que me prometía la divina misericordia: que uno pudiera renacer y que – animado de una nueva vida por el baño del agua de la salvación – dejara lo que había sido y cambiara el hombre viejo de espíritu y mente, aunque permaneciera en el mismo cuerpo humano. ¿Cómo es posible, me decía, tal transformación? …

Esto me decía una y mil veces a mí mismo. Pues, como me hallaba retenido y enredado en tantos errores de mi vida anterior, de los que no creía poder desprenderme, yo mismo condescendía con mis vicios inveterados y, desesperando de enmendarme, fomentaba mis males como hechos naturales en mí.

Pero después que quedaron borradas con el agua de regeneración las manchas de la vida pasada y se infundió la luz en mi espíritu transformado y purificado, después que me cambió en un hombre nuevo por un segundo nacimiento la infusión del Espíritu celestial, al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso, se abrió lo que estaba cerrado, se disiparon las tinieblas, se volvió fácil lo que antes me parecía difícil, se hizo posible lo que creía imposible. De modo que pude reconocer que provenía de la tierra mi anterior vida carnal sujeta a los pecados y que era cosa de Dios lo que ahora estaba animado por el Espíritu Santo».

Hermanos: hagamos el compromiso de seguir las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo y, sin prejuicios, respetemos la dignidad de todas las personas, hombres y mujeres. Así mismo, en la búsqueda de la coherencia entre nuestras creencias cristianas y nuestro accionar, es preciso que defendamos a las mujeres que están en riesgo y sufren violencia. Que la Santa Eucaristía, el pan de los ángeles, sea nuestro alimento para permanecer en continua acción de gracias con la Santísima Trinidad.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.