DOMINGO XXXI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO XXXI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Hoy ha llegado la salvación de esta casa, ya que también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Lc 19,9-10.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 19-1-10

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Vivía allí un hombre muy rico llamado Zaqueo, jefe de publicanos. Trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era pequeño de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo se puso de pie y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más». Jesús le contestó: «Hoy ha llegado la salvación de esta casa, ya que también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«…Y restituyamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por todos ellos, ya que todo bien de Él procede. Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, a Él se le tributen y El reciba todos los honores y reverencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las acciones de gracias y la gloria, suyo es todo bien; sólo Él es bueno» (San Francisco de Asís).

El pasaje evangélico de hoy se sitúa en Jericó, inmediatamente después de la curación de un ciego de nacimiento. Jericó era una ciudad rica y muy importante, ubicada en el valle del río Jordán y que controlaba la entrada a Jerusalén.

La llegada de Jesús a Jericó fue un gran acontecimiento porque iba seguido de mucha gente. Entre la multitud estaba Zaqueo, quien era el jefe de los publicanos, que eran considerados traidores a la patria, ya que trabajaban para el imperio romano.

Zaqueo era rico pero infeliz, no tenía la conciencia tranquila y, enterado de la llegada de Jesús a Jericó, buscó la manera de verlo y conocerlo y, tal vez, buscar a Dios. Lo consiguió porque Jesús, buscando y convirtiendo pecadores, facilitó su deseo indicándole que quería hospedarse en su casa. Zaqueo se alegra de la solicitud de Jesús y se convierte de corazón, anunciando el compromiso de dar la mitad de sus bienes a los pobres y reparar con generosidad a los que había defraudado.

Jesús al oír esto dice: «Hoy ha llegado la salvación de esta casa, ya que también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Para Jesús, es la fe la que convierte a alguien en hijo de Abrahán porque no sirven las apariencias, sino las actitudes del corazón.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Cuando Jesús le pide a Zaqueo alojarse en su casa, Nuestro Señor Jesucristo nos da una muestra extraordinaria de la inconmensurable medida de su amor compasivo y misericordioso. Entonces, hermanos: cómo no abrir el corazón a tanto derroche de amor.

Zaqueo se despoja de lo material y permite que Nuestro Señor Jesucristo transforme su alma, aun cuando mucha gente juzgaba que Zaqueo debía purgar de otra manera sus pecados. El comportamiento de Zaqueo es un excelente modelo para nosotros: se despojó de todo prejuicio y complejo, se dejó mirar por Nuestro Señor Jesucristo, sin importarle su estatura y el qué dirán.

Con humildad y haciendo silencio en nuestro corazón, respondamos: ¿Tenemos disponibilidad plena para acoger a Nuestro Señor Jesucristo? ¿Ayudamos a que nuestros hermanos alejados de Dios se acerquen a su amor misericordioso y compasivo? Que las respuestas a estas preguntas permitan acercarnos, con fe, al amor misericordioso de Nuestro Señor Jesucristo, convencidos de que ninguna condición humana es incompatible con la salvación.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios de poder y misericordia, de quien procede el que tus fieles te sirvan digna y meritoriamente, concédenos avanzar sin obstáculos hacia los bienes que nos prometes.

Amado Jesús, tú que llevaste la salvación a la casa de Zaqueo, concédenos imitar su intrepidez, alegría y solidaridad para mirar el horizonte con los ojos de tu amor.

Espíritu Santo, envía tu luz desde el cielo para que tengamos la valentía de ver las actitudes que debemos cambiar en nuestras vidas para ser verdaderos cristianos.

Amado Jesús, dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos, en especial, a aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con una homilía del papa emérito Benedicto XVI:

«“Baja enseguida que hoy me quedo en tu casa. Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento” (Lc 19,5-6). ¡Cuántas veces, durante la visita pastoral, habéis escuchado y meditado estas palabras, que Jesús dirigió a Zaqueo! Estas palabras han sido el hilo conductor de vuestros encuentros comunitarios, ofreciéndoos un estímulo eficaz para acoger a Jesús resucitado, camino seguro para encontrar plenitud de vida y felicidad. De hecho, la auténtica realización del hombre y su verdadera alegría no se encuentran en el poder, en el éxito, en el dinero, sino sólo en Dios, que Jesucristo nos da a conocer y nos hace cercano.

Esta es la experiencia de Zaqueo. Este, según la mentalidad común, lo tiene todo: poder y dinero. Se puede definir como un “hombre realizado”: ha hecho carrera, ha conseguido lo que quería y, como el rico necio de la parábola evangélica, podría decir: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente” (Lc 12,19). Por esto su deseo de ver a Jesús es sorprendente. ¿Qué lo impulsa a tratar de encontrarse con él? Zaqueo se da cuenta de que todo lo que posee no le basta; siente el deseo de ir más allá. Y precisamente Jesús, el profeta de Nazaret, pasa por Jericó, su ciudad. De él le ha llegado el eco de palabras inusuales: bienaventurados los pobres, los mansos, los afligidos, los que tienen hambre de justicia. Palabras extrañas para él, pero tal vez precisamente por eso fascinantes y nuevas. Quiere ver a este Jesús. Pero Zaqueo, aun siendo rico y poderoso, es bajo de estatura. Por eso, corre, sube a un árbol. No le importa hacer el ridículo: ha encontrado un modo de hacer posible el encuentro. Y Jesús llega, alza la mirada hacia él y lo llama por su nombre: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa” (Lc 19,5).

Nada es imposible para Dios. De este encuentro surge una vida nueva para Zaqueo: acoge a Jesús con alegría, descubriendo finalmente la realidad que puede llenar verdadera y plenamente su vida. Ha tocado la salvación con la mano, ya no es el de antes y, como signo de conversión, se compromete a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a restituir el cuádruplo a quien había robado. Ha encontrado el verdadero tesoro, porque el Tesoro, que es Jesús, lo ha encontrado a él».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.