LUNES XXXI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL LUNES XXXI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos, y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos» Lc 14,13-14.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según San Lucas 14,12-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a uno de los principales fariseos que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos, y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Es necesario que pleguemos nuestro ánimo para que, aplastada toda huella de soberbia, se aplaquen los odios. Así sucederá que el hombre del puesto más humilde llegue al más alto y, remunerado con el honor adecuado, conquiste la gracia del poder celestial» (Valeriano de Cimiez).

El pasaje evangélico de hoy es la parte final del texto denominado “Los primeros puestos” que está ubicado en Lc 14,1-14. Es importante señalar que el capítulo 14 de Lucas es una colección de relatos en los que Jesús emplea el simbolismo del banquete con el fin de enseñar sobre la humildad y el compartir cristiano. Ya que lo que debe distinguir a los cristianos es una vida compartida con los más necesitados, porque solo cuando vivimos así, estamos en condiciones de entender a Jesús y convertirnos en sus discípulos.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«El Señor te mostró con quién tienes que ser generoso…, con los necesitados, que no tienen nada que devolverte. ¿Pierdes con eso acaso? Se te recompensará cuando se recompense a los justos… Cuando Él nos lo devuelva, ¿quién nos lo quitará?… Cuando aún éramos pecadores, nos donó la muerte de Cristo; ahora que vivimos justamente, ¿nos va a decepcionar? Pero Cristo no murió por los justos, sino por los pecadores. Si a los malvados les dio la muerte de su Hijo, ¿qué reservará para los justos?… El mismo Hijo, pero en cuanto Dios, como objeto de gozo, no en cuanto hombre, sometido a la muerte. Ved a lo que nos llama Dios. Mas de la misma manera que te fijas en el destino, dígnate mirar también el camino, dígnate mirar también el cómo» (San Agustín).

El mensaje fundamental de Nuestro Señor Jesucristo es que quienes ocupan los primeros lugares son los bienaventurados, es decir, aquellos que renuncian a pensar de forma humana y se ponen al servicio de los demás sin esperar correspondencia. Sin embargo, para las personas que siguen los dictados mundanos y se preocupan demasiado por alcanzar los máximos beneficios financieros, es difícil que comprendan el mensaje de Jesús: «serás bienaventurado, porque no pueden pagarte». Para ellos, esta frase es una blasfemia financiera ya que rompe con la lógica materialista en la que prima el egoísmo y la codicia.

Por ello, la propuesta de Nuestro Señor Jesucristo es revolucionaria porque subvierte el orden mundano y propone el desafío mayor: alcanzar la vida eterna con humildad, mediante el servicio desinteresado a los demás, en especial, a los más necesitados.

Hermanos, reflexionando la lectura, intentemos responder: Cuándo hacemos el bien, ¿esperamos o recompensa humana o pensamos en la bienaventuranza eterna? Que las respuestas a esta pregunta nos estimulen a realizar todo bien sin esperar nada a cambio, solo para la mayor gloria de Dios.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno y misericordioso, imploramos tu caridad infinita y te rogamos que renueves nuestro corazón y mente, y se aleje de nosotros el egoísmo, la codicia y el orgullo, y, así, podamos ver en cada hermano a Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, infunde en nosotros el deseo de experimentar la bienaventuranza de relacionarnos con los demás de manera gratuita y desinteresada.

Amado Jesús, concede a los difuntos de todo tiempo y lugar tu misericordia para que lleguen al cielo, y protege del enemigo a las almas de las personas agonizantes.

Gran Patriarca San José, a quien la beatísima Trinidad hizo custodio de Jesús, te rogamos por la conversión y salvación de nuestros hermanos que han equivocado el camino y siguen los dictados del mundo.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos al Señor con un texto Maurice Zundel:

«El Señor nos quiere grandes, nos quiere semejantes a él. Quiere que seamos perfectos a la manera de Dios, a saber: perfectos en el amor, perfectos en la caridad, perfectos en el desprendimiento, que es la única modalidad de grandeza según el espíritu.

No se ha comprendido esto cuando se ha convertido la humildad en una escuela de humillación en vez de convertirla en una escuela de grandeza. Cristo se dirige a nosotros para ascendernos. Nos dice a cada uno: “Amigo, sube más arriba”. Nos libera de toda humillación, nos libera de todas las jerarquías en las que hay un “más arriba” y un “más abajo”, en las que hay señores y súbditos, no tanto empujándonos a la revuelta como haciéndonos comprender que la verdadera grandeza reside en otra expresión de la existencia. Nos enseña a no poseer nada, es decir, a no dejarnos poseer por nada. Nos enseña a crecer en el silencio, a entregarnos a él, que es el don perfecto. Nos enseña a acoger a los otros sin humillarlos, porque todo el mundo tiene la posibilidad de llegar a ser hijo de Dios, porque todos tenemos el mismo camino, la misma dimensión, la misma grandeza, la misma humildad, que no humilla, sino que glorifica, porque es en la humildad donde, simplemente, dejando de mirarnos, nos sentimos fascinados por el Rostro que llevamos en nosotros y no aspiramos ya a otra cosa que a darle la posibilidad de revelarse, de transparentar y de comunicarse».

Queridos hermanos, pidamos al Espíritu Santo la humildad de corazón, aquella virtud que nos acerca, por amor a Dios y al prójimo, al hermano más necesitado para extenderle una mano de ayuda.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.