DOMINGO XXXII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO XXXII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y quien vive y cree en mí, no morirá jamás (Jn 11,25-26).

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 20,27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Jesús les contestó: «En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y quien vive y cree en mí, no morirá jamás» (Jn 11,25-26).

El pasaje evangélico de hoy también se encuentra en Mateo 22,23-33 y en Marcos 12,18-27.

Los saduceos negaban la espiritualidad e inmortalidad de las almas, así como la resurrección de los muertos. Por ello, en un ataque planeado a través de la pregunta que hicieron, querían ridiculizar la propuesta de la resurrección de los muertos que hacía Jesús. En tal sentido, alegan la ley mosaica del “levirato” que se encuentra en Deuteronomio 25,5-10.

La respuesta de Jesús trae por los suelos todos los argumentos de los saduceos. En primer lugar, Jesús afirma que el matrimonio es una realidad temporal, necesaria para la prolongación de la especie. En segundo lugar, en la resurrección no habrá necesidad de conservar la especie, ya que la resurrección no es la simple prolongación de esta vida, sino un estado de vida absolutamente pleno donde ya no habrá necesidades que satisfacer. En tercer lugar, Jesús prueba la resurrección con la Escritura, al hacer referencia al Éxodo 3,6-15; de esta manera, afirma que Dios es un Dios de vivos y que, por lo tanto, la vocación de todo hombre y mujer es llegar a compartir esa vida plena con Dios.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Todo hijo de Dios está llamado a la resurrección, que es la culminación de su experiencia de fe en Nuestro Señor Jesucristo y que no significa regresar a la condición terrena, sino entrar en la realidad angelical del cielo.

La resurrección debe ser la esperanza que nos anime en la vida y que Nuestro Señor Jesucristo ha prometido a quienes lo siguen con el corazón y ponen en práctica sus enseñanzas. Él afirma que Dios es un Dios de vivos y no de muertos; en este sentido, allí donde se protege y defiende la vida, allí encontraremos a Dios.

Hermanos: meditando la lectura, intentemos responder: ¿Tenemos una firme esperanza en nuestra resurrección? ¿Defendemos la vida de las personas en los extremos de su existencia, así como en todo momento? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a abrir nuestro corazón a la dulce esperanza de la resurrección.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios de poder y misericordia, aparta, propicio, de nosotros toda adversidad, para que, bien dispuestos cuerpo y espíritu, podamos aspirar libremente a lo que te pertenece.

Amado Jesús, ten piedad de los difuntos y ábreles la puerta de la mansión eterna.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante tu amado Hijo por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Juan Pablo II:

«Hace pocos días hemos recordado a nuestros difuntos, y hoy la Palabra de Dios nos dice algo más acerca de la muerte y de la vida eterna. Además, se aproxima el fin del año litúrgico, por lo cual la Iglesia nos pide meditar sobre las realidades últimas de la historia de la salvación e, identificando el año litúrgico con nuestra vida, vemos la necesidad espiritual de afirmar nuestra fe en la vida eterna.

El hombre contemporáneo vive su cotidianeidad en una vida a menudo frenética, por lo cual fácilmente olvida la dimensión futura de su existencia. De aquí la urgente necesidad de meditar sobre el fin de la felicidad última, más allá del término de la miseria humana.

Creer en la vida eterna y en la resurrección de los muertos no es un acto de fe sin valor para la vida presente, en cuanto justamente la fe ayuda a comprender la alta dignidad del hombre y su destino eterno; redimensiona la preocupación por los bienes terrenos y presenta en sus justas proporciones las diversas realidades, respetando la jerarquía de los valores.

La resurrección de los muertos es una de las verdades fundamentales de nuestra fe, que proclamamos solemnemente cada vez que rezamos el Credo: “espero la resurrección de los muertos y la vida eterna”. Este es un tema que ya era conocido en el Antiguo Testamento, como nos lo transmite la primera lectura, que presenta el relato del martirio de los siete hermanos macabeos y de su madre; es una lectura que, por su vivacidad y su carácter dramático, ha tenido una fuerte influencia en muchos de los primeros mártires cristianos. De ella surge la certeza de la resurrección y, al mismo tiempo, la seguridad de que también los que han hecho el mal resucitarán, pero no para la vida sino para recibir el justo castigo de su injusticia y su maldad. Los siete hermanos manifiestan su heroica fortaleza enfrentando el martirio con la plena convicción de la fe, que alienta la esperanza de resucitar a una nueva vida.

Es realmente conmovedor su testimonio y, de modo particular, la del segundo de ellos, que responde al tirano con la certeza de que “el Rey del universo… nos resucitará a una vida nueva y eterna”. Aún más sincera y explícita es la convicción del tercer hermano, que afirma: “del Cielo he recibido estos miembros… de él espero tenerlos nuevamente”. Es también clara la fe en la resurrección del cuarto hermano: “es preferible morir a mano de los hombres, cuando se tiene la esperanza de Dios de que por Él seremos nuevamente resucitados”.

Pero la palabra definitiva sobre la resurrección la encontramos en el pasaje evangélico, en el cual Jesús supera tanto la idea que tenían los fariseos que concebían la resurrección como un retomar y continuar la vida presente, como la de los saduceos, que la negaban por completo.

Los saduceos, aun siendo adversarios teológicos de los fariseos, se unen con ellos para tenderle una trampa a Jesús y le plantean una pregunta, amparada en la ley del levirato, que mandaba a un judío casarse con la viuda del hermano muerto, si este no hubiera tenido hijos. El caso límite que le proponen a Jesús es el de una mujer casada sucesivamente con siete hermanos: en la resurrección, ¿de cuál de ellos será considerada esposa?

En su respuesta, Jesús distingue claramente la vida en este mundo y en el otro: los hijos de este mundo toman mujer y marido. Esto sucede, podemos decir, porque saben que morirán y entonces se preocupan de dejar una descendencia, según el mandato dado por Dios desde los orígenes.

Los hijos del otro mundo no pueden morir, puesto que viven en el mundo de Dios, es decir, en el mundo del espíritu y, por tanto, en una situación diferente de la terrena, también por lo que se refiere al matrimonio. Ellos gozan de la filiación de Dios, participan de su misma vida. Comparten plenamente la comunión con Él, porque Dios es el Dios de los vivos… En definitiva, si se nos ha prometido la resurrección de los muertos, Jesús, primicia de los resucitados, nos acompañará en nuestro caminar terreno para poder gozar después con él la gloria de la vida nueva».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.