DOMINGO XXXIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO XXXIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

…Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». Lc 23,42-43.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 23,35-43

Cuando Jesús estaba ya crucificado, el pueblo estaba allí mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el elegido». Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima de él una inscripción: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le increpaba: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Nosotros la sufrimos justamente porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Son significativas las palabras que dirige el ángel a María en la anunciación: “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará para siempre sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33). Por tanto, su reino no es sólo el reino terreno de David, que tuvo fin. Es el reino de Cristo, que no tendrá fin, el reino eterno, el reino de verdad, del amor y de vida eterna. El buen ladrón crucificado con Cristo llegó, de algún modo, al núcleo de esta verdad. En cierto sentido se convirtió en “profeta de este reino eterno”, cuando clavado en la cruz, dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” (Lc 23,42). Cristo le respondió: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”» (San Juan Pablo II).

Hoy celebramos la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, con la que se cierra el año litúrgico; el próximo domingo se celebrará el primer domingo de Adviento. La solemnidad de hoy es la síntesis de todo el misterio de la salvación porque presenta a Nuestro Señor Jesucristo como Rey de toda la creación, Rey de reyes, que vino a establecer su reinado, no con la fuerza de un conquistador, sino con el amor, la bondad y la mansedumbre de un pastor.

Tal vez esperábamos uno de los pasajes evangélicos más luminosos; sin embargo, meditamos un pasaje que, desde el signo y realidad dolorosa de la cruz, nos conduce al reinado salvífico de Jesús.

Entre las personas que presenciaban la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo se podía apreciar a la gente que lo odiaba y también a tantas personas que habían sido testigos de sus milagros y prodigios, y habían escuchado sus enseñanzas. Todos desconocen la lógica de la salvación, ignoran que el reinado de Jesús es de otro mundo. Aunque el poder de la muerte parece imponerse, al tercer día, Jesús, con su gloriosa resurrección, vence a la muerte y al mal y se constituye como Rey del Universo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la plegaria que se ha pedido. El Señor siempre da más, es tan generoso, da siempre más de lo que se le pide: le pides que se acuerde de ti y te lleva a su Reino» (Papa Francisco).

Hoy, un hombre pecador, consciente de su pecado y de la justa condena, reconoce el misterio de la salvación y al Rey del universo, y reprocha al hermano alejado de Dios. Y ante la expresión: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino», Jesús responde: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». El Rey lleva a su reino al primero de sus súbditos; el buen ladrón ha hecho el último robo de su vida: la salvación. Es la fe del buen ladrón la que abre las puertas del cielo.

Hermanos: meditando la lectura, intentemos responder: ¿Reconocemos a Nuestro Señor Jesucristo como Rey del universo, de nuestras vidas, de nuestro corazón? ¿Extendemos el reino de los cielos por dónde vamos? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a participar y a extender el Reino de Dios con un apostolado que dé fruto en nuestra familia, vecinos, amigos, centros de trabajo y estudios, comunidades y por donde vayamos.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso y eterno, que quisiste recapitular todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, haz que toda la creación, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te glorifique por toda la eternidad.

Amado Jesús, Rey del universo, que revelas la omnipotencia de Dios Padre, sobre todo en el amor, la misericordia y el perdón, concédenos vivir de acuerdo con tus enseñanzas, para que todos, unidos en el Espíritu Santo, te reconozcamos como cabeza de la Iglesia universal.

Amado Jesús, Rey del universo, reúne a todos los hombres y mujeres dentro de tu pueblo santo: sana a los enfermos, busca a los extraviados, conserva a los fuertes, haz volver a los que se han alejado, congrega a los dispersos, alienta a los desanimados.

Amado Jesús, primogénito de entre los muertos y primicia de los que duermen, admite a los fieles difuntos en la gloria de la resurrección.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

«¡El Señor es Rey, vestido de belleza!» (San Gregorio de Nisa).

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo, con una homilía de San Juan Crisóstomo:

«“Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. El ladrón no se atrevió a hacer esta súplica sin antes haber manifestado que era pecador. Ya ves cristiano, cuál es el poder de la confesión. Confesó sus pecados y se le abrió el paraíso; confesó sus pecados y, con la certeza de su perdón, pidió el reino.

¿Quieres conocer el reino? ¿Qué ves, pues, que se le parezca? Tienes ante tus ojos los clavos y una cruz; pero esta misma cruz, dice Jesús, es el signo de su reino. Y yo, viéndolo en la cruz, lo proclamo rey. ¿No es lo propio de un rey morir por sus súbditos? Él mismo lo dijo: “El buen pastor da la vida por sus ovejas”. Es así para un buen rey; también él da la vida por sus súbditos. Yo lo proclamaré rey por el don que ha hecho de su vida.

¿Comprendes ahora que la cruz es el signo del reino? He ahí otra prueba. Cristo no dejó su cruz en la tierra, sino que la levantó y se la llevó al cielo con Él. Lo sabemos porque la tendrá cerca de sí cuando vuelva en gloria. Todo eso para que aprendas lo venerable que es esta cruz que Él mismo llamó su gloria. Cuando venga el Hijo del hombre, “el sol se oscurecerá y la luna perderá su esplendor”. Entonces reinará una claridad tan viva, que incluso las estrellas más brillantes quedarán eclipsadas: “Las estrellas caerán del cielo. Entonces aparecerá en el cielo el signo del Hijo del hombre”. ¡Ya ves cuál es el poder del signo de la cruz!».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.