VIERNES XXXIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL VIERNES XXXIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». Lc 21,33.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,29-33

En aquel tiempo, Jesús expuso una parábola a sus discípulos: «Fíjense en la higuera o en cualquier árbol: cuando comienza a echar brotes, basta verlos para saber que el verano está cerca. Pues, cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que está cerca el reino de Dios. En verdad les digo, que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Porque La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos: penetra hasta la división entre el alma y el espíritu, articulaciones y médulas, y descubre sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4,12).

A dos días de la culminación del año litúrgico, meditamos la parte final del texto llamado “La Parusía”, que forma parte del discurso escatológico de Jesús en el evangelio de Lucas. Este episodio se ubica también en Mateo 24,29-35 y en Marcos 13,24-26.

Esta lectura contiene la parábola de la higuera y una afirmación enigmática sobre la cercanía del fin. Los brotes de la higuera anuncian la “primavera” cercana.

Jesús nos brinda un mensaje de esperanza y nos invita al discernimiento evangélico y a la espera vigilante. Es un mensaje que nos concierne a todos, porque cada uno vivirá el fin del mundo en el momento extremo de su vida; por ello, quienes acepten al Evangelio como la fuente de inspiración de sus convicciones y acciones, tendrán derecho a la primavera del Reino de los cielos.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán», dice el Señor. Esta es una afirmación de la validez eterna de la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo. En este sentido, el texto final de la parusía recomienda fundamentalmente dos cosas: la primera, prestar atención a los signos de los tiempos; y la segunda, mantener firme nuestra esperanza, haciendo realidad las enseñanzas de Jesús, evitando el miedo y el desánimo ante los eventos que ocurren en el mundo.

Por ejemplo, hemos llevado a nuestro planeta a un estado en el cual su velocidad de regeneración es cada vez menor a la velocidad de consumo de sus recursos. Esta situación está contribuyendo al calentamiento global que afecta la calidad de vida de las personas, en especial, de los más pobres. Ante estas cosas negativas, que incluso se irán agravando, estamos llamados a perseverar en la vivencia del evangelio, es decir, en amar y cumplir las enseñanzas de Jesús.

Más allá de lo que ocurrirá en el fin de los tiempos, vivamos el momento presente, el tiempo del Espíritu Santo, y hagámoslo con una actitud vigilante, con el convencimiento firme de que la Santísima Trinidad nos acompaña todos los días de nuestra vida, y de manera especial, en todas nuestras experiencias cotidianas de lucha por la justicia, la paz, la vida y la familia. Por ello, no posterguemos nuestra oración y obras de amor, caridad y misericordia.

Hermanos: meditando la lectura, respondamos: ¿Cumplimos la Palabra eterna de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Estamos vigilantes? ¿Qué hacemos frente al proceso de autodestrucción de la humanidad? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a ampliar nuestros horizontes espirituales y humanos para mejorar el cuidado de nuestro planeta y contribuir a la mejora de la calidad de vida de todas las personas de acuerdo con el evangelio, la Palabra eterna.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, frente a las guerras, desastres naturales, hambruna y tantas cosas que afectan a diversos países del mundo, envía tu Santo Espíritu para iluminar las mentes y corazones de toda la humanidad para dar testimonio de amor, esperanza y solidaridad con los hermanos que sufren.

Espíritu Santo, fortalece la vigilancia y la oración de las comunidades cristianas para que ayuden a las personas a perseverar en el cumplimiento de la Palabra eterna de Nuestro Señor Jesucristo.

Padre eterno, tú que enviaste a Nuestro Señor Jesucristo al mundo para salvar a los pecadores, concede a todos los difuntos el perdón de sus faltas.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te hacemos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh, Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  1. Contemplación y acción

«Cada conversión del corazón, mediante la cual el hombre se abre más y más a la acción del Espíritu del Resucitado, es una nueva manifestación de la venida de Cristo. Cada asamblea eucarística, reunida precisamente hasta que vuelva con pleno poder el Hijo del Hombre sobre la nube, es el jalón por excelencia de ese acontecimiento. Hemos de conocer los signos de los tiempos, como se conoce por los brotes de la higuera y de los árboles que la primavera está cerca» (Manuel Garrido Bonaño).

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de André Louf:

«Puesto que Jesús está siempre a punto de venir, la Iglesia debe velar incesantemente. Ella es vela, vigilia. “Mira, inclinada por completo hacia adelante” (Rom 8,19.25), para esperar a su Señor y Esposo. La vigilancia se impone, por tanto, siempre. El día y la noche, la vela y el sueño constituyen un ritmo cósmico que recibe un nuevo significado en Jesús. La noche designa la ausencia de él, mientras que el alba y el día anuncian su venida.

La Iglesia, que vive en la espera de la venida de Jesús y en la certeza de su misteriosa presencia, no puede “dormir”, sino que vela. El cristiano lleva en su vela toda el ansia de la Iglesia, que, en el Espíritu Santo, está a la espera de su Señor. La fuerza del Espíritu Santo llena su vela hasta tal punto que ésta, de una manera misteriosa, influirá ahora en el ritmo cósmico del tiempo. Este influjo justifica la fuerza de la palabra de Pedro cuando el apóstol escribe que el cristiano, al velar y orar, “apresura” la llegada del día del Señor (2 Pe 3,12).

Velar con Jesús es siempre velar en torno a su Palabra. La única lámpara de la que disponemos en nuestras tinieblas es la Palabra de Dios. En espera de que apunte el Día, Jesús resplandece ya mediante su Palabra en lo más profundo de nuestro corazón. La venida de Jesús al final de los tiempos se anticipa ya ahora en nuestros corazones cuando velamos en torno a su Palabra. En la noche de los tiempos en los que todavía seguimos viviendo hoy, la velada de oración es un primer vislumbre que se eleva sobre el mundo: es la señal de que Cristo está cerca. La vela, por tanto, no puede cesar nunca, y la oración debe crecer siempre. La espera y la vela nos arrancan de nosotros mismos y nos ponen en manos de Dios, de quien depende toda consumación y que vendrá cuando él quiera, cuando el mundo, a fuerza de velar, esté maduro para la cosecha».

Hermanos, dirijamos nuestro corazón y nuestra mirada al cielo, y digamos: Amado Señor, nos comprometemos, en tu santo nombre, a desarrollar actividades que contribuyan al cuidado de nuestra casa global y a participar activamente en la mejora de la calidad de vida espiritual y material de nuestros hermanos más necesitados, de acuerdo con nuestras capacidades.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.