MIÉRCOLES DE LA SEMANA III DE ADVIENTO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA III DE ADVIENTO – CICLO A

SAN JUAN DE LA CRUZ, PRESBÍTERO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

«Vayan y anuncien a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso aquel que no se escandalice de mí» Lc 7,22-23.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,19-23

En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?». Aquellos hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: «Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?»». Y en aquella ocasión Jesus curó a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: «Vayan y anuncien a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso aquel que no se escandalice de mí».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Cielos, destilen el rocío; nubes, derramen la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia». (Isaías 45,8).

Hoy celebramos a San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia. Nació en Ávila en 1542. A los 21 años ingresó en el convento de los carmelitas y fue ordenado sacerdote en 1567. En ése mismo año se une a Santa Teresa en el movimiento reformador. En 1568 cambió su nombre por Juan de la Cruz. Sufrió prisión por sus intentos de reforma. Compuso las obras La noche oscura del alma y la Llama de amor viva. Murió en Úbeda en 1591; fue beatificado en 1675 por Clemente X y canonizado por Benedicto XIII.

El alma de San Juan de la Cruz estaba inflamada por la luz de la sabiduría divina y el amor apasionado por Cristo crucificado. Su doctrina se resume en el amor por acompañar en el sufrimiento a Nuestro Señor Jesucristo y en el completo abandono del alma en Dios.

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Embajada de Juan Bautista”, se encuentra también en Mateo 11,2-15. Este texto se ubica en un contexto de espera y esperanza del pueblo judío; por ello, Juan y muchas personas desean conocer si las noticias sobre Jesús coinciden con las expectativas mesiánicas de la época, por eso Juan pregunta desde la cárcel: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?».

La respuesta de Jesús es positiva: los signos que realiza delante de los mensajeros son la prueba de su actividad mesiánica que ya había anunciado en la sinagoga de Nazaret, en Lc 4,18-19: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, y para proclamar el año de gracia del Señor».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El mundo no cesa sus esfuerzos para arrastrar a la humanidad a la confusión total. En medio de las crisis existenciales que el enemigo provoca, contribuyamos a conducir a las personas hacia Nuestro Señor Jesucristo. En este Adviento, demos el firme testimonio de que Él es nuestro Salvador y no debemos esperar a nadie más.

Aprendamos de Juan Bautista: en momentos de crisis, enviemos una embajada, un mensaje a través de la oración dirigido a Nuestro Señor Jesucristo, pidiéndole la libertad de espíritu, aquella que nos abre el horizonte infinito de la salvación eterna que nos ofrece a cada instante.

Hermanos: a la luz de la Palabra conviene preguntarnos: ¿Reconocemos verdaderamente a Nuestro Señor Jesucristo como nuestro Salvador? ¿Qué signos de la presencia de Dios identificamos en nuestra vida diaria? ¿Oramos por nuestros hermanos enfermos? ¿Incorporamos la lectura orante de la Palabra en nuestra dinámica de conversión? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a reconocer a Nuestro Señor Jesucristo como nuestro Salvador en los quehaceres cotidianos y cumpliendo sus enseñanzas. Pidamos al cielo la fe que nos conduzca a la bienaventuranza: «… Y dichoso aquel que no se escandalice de mí».

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, que hiciste a San Juan de la Cruz presbítero, insigne por su perfecta abnegación y amor a la cruz, concédenos imitarle siempre para llegar a la contemplación eterna de tu gloria.

Padre eterno, concédenos, Dios todopoderoso, que la fiesta, ya cercana, de la venida de tu Hijo nos reconforte en esta vida y nos conceda los premios eternos.

Amado Jesús: te pedimos por todas las comunidades de Iglesia para que, guiadas por el Espíritu Santo, reconozcan en todas las personas necesitadas tu maravillosa presencia.

Espíritu Santo ilumina nuestros pensamientos y acciones para que siempre estemos dispuestos a contribuir a que muchos hermanos se acerquen a Nuestro Señor Jesucristo. Concédenos la fe y la humildad para reconocer su presencia en cada instante de nuestra vida.

Amado Jesús, acudimos a ti para implorar tu misericordia para que todas las almas del purgatorio hereden la vida eterna. Te suplicamos por ellos amado Jesús.

Madre Santísima, Madre del amor hermoso, intercede por nuestras peticiones ante la Santísima Trinidad. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con la lectura de un fragmento de la publicación Opere, denominado “Insegnamenti spirituali de San Giovanni della Croce”:

«Decía san Juan de la Cruz que san Dionisia Areopagita escribió esa sentencia maravillosa que afirma: “La más divina de todas las obras divinas es cooperar con Dios en el bien de las almas”. Es decir, que la suprema perfección de cualquier ser en su jerarquía y en su grado es ascender y crecer, según su propio talento y sus propias capacidades, en la imitación de Dios y -lo que es más admirable y divino- en ser cooperadores de él en la conversión y en la redención de las almas.

En efecto, en esto brillan las obras propias de Dios, que es gran gloria imitar, y por eso Cristo nuestro Señor las llamó obras del Padre, cuidados de su Padre …

Añadía que es una verdad evidente que la compasión con el prójimo crece más cuanto más se une el alma a Dios por amor. En efecto, cuanto más ama el alma, más desea que este mismo amor sea amado y honrado por todos. Y cuanto más lo desea, más trabaja para ello, tanto en la oración como en todos los otros ejercicios necesarios que a ella le son posibles. Tanto es el fervor y la fuerza de su caridad que estos tales, poseídos por Dios, no se pueden restringir o contentar con su propia y sola ganancia; más aún, al parecerles poca cosa ir al cielo solos, buscan con ansias afectos celestiales y diligencias exquisitas para conducir con ellos a muchos. Eso nace del gran amor que tienen por Dios y es fruto y efecto propio de la oración y la contemplación perfectas».

Queridos hermanos: recemos, pidamos a la Santísima Trinidad por toda la humanidad, por todos aquellos hermanos que están alejados de Dios. Hagamos el compromiso de estar atentos para ayudar a nuestros hermanos a acercarse a la misericordia de Dios. Testimoniemos a Nuestro Señor Jesucristo.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.