JUEVES DE LA OCTAVA DE NAVIDAD – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA OCTAVA DE NAVIDAD – CICLO A

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Lc 2,29-32.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,22-35

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para ofrecer en sacrificio, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.

Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como un signo de contradicción y a ti una espada te traspasará el alma. Así quedarán al descubierto la actitud de muchos corazones».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«Simeón nos dice a nosotros, como se lo dijo a María y a José, que el Mesías es signo de contradicción. Como diría más tarde el mismo Jesús, él no vino a traer paz, sino división y guerra: su mensaje fue en su tiempo y lo sigue siendo ahora, una palabra exigente, ante la que hay que tomar partido, y en una misma familia unos pueden aceptarle y otros no» (José Aldazabal).

Hoy, en tiempo de Navidad, meditamos cómo María y José eran fieles a lo mandado por el Señor. De acuerdo con la Ley, cuando nacía un varón eran tres los ritos: primero, la circuncisión del niño a los ocho días de nacido que sella la pertenencia a la estirpe de Abrahán (Lv 12,3), que también es el momento en el cual se le imponía el nombre. Segundo, la presentación en el Templo por tratarse del primogénito varón (Ex 13); y, tercero, la purificación de la madre, por la que María y José entregan la ofrenda de las personas humildes: un par de tórtolas o dos pichones (Lev 12,6-8). Una pareja de tórtolas costaba dracma y medio, que equivalía a un día y medio de trabajo de un obrero.

Una vez en el templo, María y José encuentran a un anciano de alma joven: a Simeón, hombre profundamente religioso que esperaba conocer al Mesías. Este encuentro desconcertante se produce en el lugar más sagrado, en el templo. El anciano llevaba al Niño, pero era el Niño quien sostenía al anciano y lo dirigía; por eso, la oración que Simeón pronuncia es el resultado de una explosión de júbilo y de agradecimiento en su corazón. Simeón es como un centinela que Dios envió para vigilar la aparición de la luz que alumbrará a todas las naciones de la tierra; es también un profeta que desveló el enorme destino del pequeño Jesús. Una espada apareció en el horizonte.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos» (Lc 2,29-31).

La paz es la consecuencia de haber visto al Salvador, es el resultado de haber accedido a la luz que produce el encuentro íntimo con Nuestro Señor Jesucristo. Es el convencimiento pleno de que Él es el Señor de la historia, de la humanidad, de la eternidad. Busquémoslo, no tardemos más y ayudemos a nuestros hermanos a buscarlo y a encontrarlo.

Simeón es un ejemplo de oración, paciencia, esperanza y fe; él no se detuvo en zonas intermedias de su itinerario espiritual, sino que perseveró con la oración y no se dejó vencer por los momentos de crisis. Podemos afirmar que él creyó en el amor infinito e incondicional que Dios nos tiene.

Hermanos: a la luz de la Palabra, intentemos responder: ¿Cómo demostramos a Dios nuestro agradecimiento por los dones que nos ha otorgado a lo largo de la vida? ¿Somos capaces, como Simeón, de esperar la vida entera para alcanzar la esperanza? Que las respuestas a estas preguntas, con la ayuda del Espíritu Santo, nos ayuden a ser agradecidos con Dios y a cultivar la fe, la esperanza y el amor.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, Dios invisible y todopoderoso, que disipaste las tinieblas del mundo con la llegada de tu luz, míranos complacido, para que podamos cantar dignamente la gloria del nacimiento de tu Unigénito.

Amado Jesús, mira con bondad y perdón a las almas del purgatorio, y permíteles alcanzar la vida eterna en el cielo.

Madre Santísima, te agradecemos por acoger en tu seno al Hijo de Dios y te pedimos que intercedas ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Carlo María Martini:

«Es la escena de un anciano que toma en brazos a un niño. El anciano toma en brazos al niño y, al hacerlo, sabe que toma en brazos su propio futuro. Él ha esperado, ha creído, y ahora su esperanza está aquí, pequeña como un niño, pero llena de vitalidad y de futuro. El anciano Simeón que toma en brazos a un niño es algo grande, es algo importante, porque nos representa a cada uno de nosotros frente a la novedad de Dios. Esta se presenta como un niño, y nosotros, con todas nuestras costumbres, miedos, temores, envidias, preocupaciones, estamos frente a este niño, frente a la novedad de Dios. ¿Le tomaremos en brazos, le acogeremos, le haremos sitio?

La estructura de la oración de Simeón es muy sencilla. Supone una gran tensión interior, un sufrimiento vivido durante toda una vida. Supone que este hombre de fe había llevado adelante su vida caminando como justo y temeroso de Dios, según la ley, pero sin ver nunca el objeto de su esperanza. Ahora puede orar así porque durante muchos años ha deseado la gloria de su pueblo. Lo ha visto humillado, afligido, oprimido, y ha esperado. Ha esperado ver la luz que ilumina a todas las naciones prometida por Isaías mientras las naciones pisoteaban a Israel. Ha visto la crueldad y el horror de las naciones y se ha macerado en el dolor y en el deseo. Ahora, sin embargo, ve. Esta es la gran experiencia de la que nace su canto. Ahora ve un niño y habla de salvación. Realiza una experiencia que a los ojos de otro no significa nada, pero que, en él, iluminado por la fe y por el Espíritu Santo, significa “ver la salvación”. Ha sido capaz de captar, en los acontecimientos sencillos del niño Jesús, llevado por su madre y por José al templo, la presencia de la salvación de Dios, que se estaba manifestando. Y sus expectativas se resolvieron en la paz. La gloria de Dios no está presente en ese momento, la luz de las naciones todavía no se ha manifestado, pero Simeón ve en ese signo misterioso la salvación. Por eso irrumpe su oración de alabanza y de acción de gracias: “Señor, ya tengo bastante. Es todo lo que he deseado, mi corazón está lleno; todos mis deseos están saciados”. La espera se resuelve en la contemplación de la salvación».

Hermanos: hagamos el compromiso de agradecer diariamente a Dios y, si es posible, a cada instante, por los dones que hemos recibido.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.