SÁBADO DE LA SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» Mc 2,17.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 2,13-17

En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a Él y les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. Y sucedió que, estando Jesús a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron con él y sus discípulos, pues eran numerosos los que le seguían. Algunos escribas de los fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, dijeron a sus discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?». Jesús lo oyó y les dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos; penetra hasta la separación del alma y del espíritu, articulaciones y médula, y discierne sentimientos y pensamientos del corazón. No hay criatura oculta a su vista, todo está desnudo y descubierto a sus ojos. A ella rendiremos cuentas» (Hebreos 4,12-13).

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Jesús llama a Leví y comparte la mesa con pecadores”, se ubica también en Lc 5,27-32 y en Mt 9,9-13. Se encuentra luego del texto de la sanación del paralítico que meditamos ayer, en el que los escribas censuraban a Jesús por perdonar los pecados; hoy lo censuran porque come con pecadores.

La Palabra, la predicación de Jesús tocó el corazón de Leví, llamado Mateo, y movilizó toda su vocación escondida para el seguimiento radical. Leví dio un gran salto, pasó de ser recaudador de impuestos al servicio de Roma, a ser un apóstol de Jesús, el quinto.

En aquella época, los recaudadores de impuestos o publicanos eran considerados traidores a la patria; y, por la Ley, eran pecadores e impuros; por ello, la conversión de Leví es sorprendente. Al llamar a Leví, Jesús rompe las barreras de la Ley y hace realidad la universalidad del Evangelio.

Leví rompe con su pasado y se compromete a una vida nueva al lado de Nuestro Señor Jesucristo. Así mismo, luego de su gran decisión, Leví abre su casa a todos para que el Maestro pueda entrar y traer la frescura de la vida. La única condición para participar en ese banquete es que el ser humano, con humildad, se reconozca pecador, desee convertirse y abandone el pecado.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia», Rom 5,20.

Quienes hemos comprobado que Nuestro Señor Jesucristo busca al pecador, incluso en su mismo pecado, experimentamos el consuelo del amor de Dios; por ello, el texto es una invitación a vivir la experiencia de la misericordia divina para comprender su valor evangélico. Nuestro Señor Jesucristo nos brinda una lección de acogida, distinguiendo claramente que acogida no es sinónimo de complicidad, ya que Él distingue claramente la verdad del error y el bien del mal.

Leví es un ejemplo: sigue a Jesús inmediatamente, lo deja todo, lo cual es una expresión de su vocación radical. Jesús lo libera de la esclavitud del dinero, lo rehabilita y lo transporta a la libertad del seguimiento. El llamado de Nuestro Señor Jesucristo es universal y radical, no excluye a nadie. La vocación para seguir a Jesús es una forma divina de sanación del alma y el que es llamado, es perdonado y está dispuesto a seguir y servir al Señor.

Meditando la lectura de hoy, intentemos contestar: ¿Cómo respondemos al llamado de Jesús para seguirle? ¿Cómo caracterizamos nuestra vocación de seguimiento a Jesús? ¿Actuamos con prejuicios frente a algunos hermanos solo porque tienen pecados diferentes a los nuestros? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a dejarnos mirar por el amor y la misericordia de Nuestro Señor y a escuchar humildemente su Palabra.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, Padre bueno, que nos enviaste a tu Hijo amado para liberarnos de la esclavitud del pecado, haz que, sostenidos por la fe de nuestros hermanos, permanezcamos con fe bajo tu mirada misericordiosa.

Espíritu Santo concédenos los dones para ayudar a nuestros hermanos, que están alejados de Jesús, a acercarse al océano infinito de la misericordia de Dios.

Amado Jesús, amor misericordioso, dígnate contar entre tus elegidos a las benditas almas del purgatorio. Muéstrales tu rostro misericordioso y llévalos a tu morada celestial, te lo suplicamos.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos, contemplemos al Señor con un texto de San Agustín (Confesiones X,27):

«¡Tarde te amé, oh Hermosura tan antigua y siempre nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera de mí mismo. Te buscaba afuera, me precipitaba, deforme como era, sobre las cosas hermosas de tu creación. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; estaba retenido lejos de ti a través de esas cosas que no existirían si no estuvieran en ti. Has clamado, y tu grito ha quebrantado mi sordera; has brillado, y tu resplandor ha curado mi ceguera; has exhalado tu perfume, lo he aspirado, y ahora te anhelo a ti. Te he gustado, y ahora tengo hambre y sed de ti; me has tocado, y ardo en deseo de la paz que tú das.

Cuando todo mi ser esté unido a ti, ya no habrá para mí dolor ni fatiga. Entonces mi vida, llena de ti, será la verdadera vida. Al que llenas tú, lo aligeras; ahora, puesto que todavía no estoy lleno de ti, soy un peso para mí mismo… ¡Señor, ten piedad de mí! Mis malas tristezas, luchan contra mis buenos gozos; ¿saldré victorioso de esta lucha? ¡Ten piedad de mí, Señor! ¡Soy tan pobre! Aquí tienes mis heridas, no te las escondo. Tú eres el médico, yo soy el enfermo. Tú eres la misma misericordia, yo soy miseria».

Queridos hermanos: pidamos la gracia del Espíritu Santo para poder amar cada día más y seguir con firmeza a Nuestro Señor Jesucristo. Así mismo, pidámosle la fortaleza para vencer nuestros prejuicios y tentaciones y dejarnos mirar por su amor y misericordia. Recordemos que todos tenemos en nuestro corazón la vocación de seguir a Nuestro Señor Jesucristo, de manera consagrada o laical, no retrasemos la decisión de seguirlo en nuestras familias, trabajos, estudios, comunidades y como ciudadanos. Contribuyamos a construir un mundo mejor, un mundo cristiano.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.