LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
«Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» Mt 5,3.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,1-12a
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos ustedes cuando los insulten, los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el cielo».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«¿Quiénes son los pobres de espíritu? No se trata principalmente de pobreza material. Según la Sagrada Escritura, la pobreza de espíritu concierne a quien vive en una perspectiva sobrenatural: vive en el mundo, trabajando y tratando de ganarse el pan de cada día, pero al mismo tiempo es consciente de que todo bien viene de Dios, incluso el bien temporal. Pobres de espíritu son los que no se atribuyen a sí mismos ni lo que son ni lo que poseen. De hecho, reconocen que lo han recibido todo de manos de Dios, generalmente a través de la contribución de otros. Por eso no se jactan, sino que alaban al Señor por el bien que logran hacer en la vida, y así viven en la verdad… De hecho, la actitud interior de pobreza representa un acceso seguro a la posesión del Reino de los Cielos. En cierto sentido crea en el hombre el espacio interior necesario para hacerse partícipe de la vida y de la felicidad de Dios» (San Juan Pablo II).
Hoy meditamos las bienaventuranzas en el inicio del Sermón de la montaña. Las bienaventuranzas son el himno de la soberana excelencia del Reino de Dios, que se dirige al corazón del ser humano de todos los tiempos.
Las bienaventuranzas constituyen la proclamación universal de la felicidad divina que cada ser humano puede hacerla suya; son un camino de sabiduría, de inmensa esperanza y perfilan el trazo más bello del rostro de Jesús, representan una hermosa e inagotable oferta de misericordia divina para la humanidad, porque nos proponen e invitan a una constante superación santificadora.
Es necesario que cada cristiano difunda el perfume de las bienaventuranzas, un perfume de paz, de dulzura, de alegría y de humildad.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Las bienaventuranzas, proclamadas por Nuestro Señor Jesucristo, nos ayudan provocativamente a desenmascarar nuestro yo, a trastornar la sociedad presente y futura, porque sitúan la felicidad divina donde, tal vez, nunca la buscaríamos y donde pareciera que nunca podríamos hallarla. Su comprensión modifica toda nuestra existencia. En este sentido, meditemos con San Agustín:
«¿Qué es seguir sino imitar? La prueba es que Cristo ha sufrido por nosotros “dejándonos un ejemplo” como dice el Apóstol Pablo, para que sigamos sus huellas.
Bienaventurados los pobres de espíritu. “Imitad al que por vosotros se ha hecho pobre por haceros ricos”. Bienaventurados los mansos. Imitad al que ha dicho: “Aprended de mi porque soy manso y humilde de corazón”. Bienaventurados los que lloran. Imitad al que llora por Jerusalén. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. Imitad al que ha dicho: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió”. Bienaventurados los misericordiosos. Imitad al que socorre a aquel al que los bandidos han herido en el camino, dejándolo medio muerto y desesperado. Bienaventurados los puros de corazón. Imitad al que no cometió pecado, ni se encontró mentira en su boca. Bienaventurados los pacíficos. Imitad al que ha dicho a favor de sus perseguidores: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia. Imitad al que ha sufrido por vosotros dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.
Te veo, buen Jesús, con los ojos de la fe que tú has abierto en mí, te veo gritando y diciendo: “venid a mí y aprended de mi escuela”».
Hermanos: meditando la lectura de hoy, respondamos: ¿Seguimos la senda de salvación que representan las bienaventuranzas? ¿Nos dejamos interrogar por las bienaventuranzas? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a caminar en el camino de la Verdad, y a emprender una auténtica revolución interior basada en el Sermón de la Montaña.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Señor, Dios nuestro, concédenos adorarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual.
Espíritu Santo, que la fuerza transformadora de las bienaventuranzas conquiste el corazón de la humanidad mediante tu divino soplo.
Santísima Trinidad, haz que los sacerdotes y consagrados sean fieles a la misión de llevar la Palabra y tu misericordia a todo el mundo y se santifiquen en su ministerio.
Padre eterno, concede a todos los difuntos, de todo tiempo y lugar, gozar siempre de la compañía de Nuestra Santísima Madre María, de San José y de todos los santos donde las almas tienen la misma sonoridad y limpieza.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito del padre Jacques Philippe:
«Es interesante poner a la pobreza de espíritu en relación con las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Son el corazón de la vida cristiana. Son nuestra riqueza, y nos introducen en toda la riqueza de Dios. Pero hay también un cierto misterio de pobreza que es propio del ejercicio de las virtudes teologales.
La fe supone una cierta forma de pobreza. Creer es aceptar no verlo todo siempre, no comprender siempre, caminar a menudo en la oscuridad. Es avanzar fiándose de otro, entregarse a una verdad que nos supera y que no dominamos. Abrahán, nuestro padre en la fe, partió sin saber adónde iba.
La esperanza también es una forma de pobreza. Esperar no es poseer, como lo explica san Pablo en la Carta a los Romanos, sino aguardar con confianza lo que aún no tenemos: “Porque hemos sido salvados por la esperanza. Ahora bien, una esperanza que se ve no es esperanza; pues ¿acaso uno espera lo que ve? Por eso, si esperamos lo que no vemos, lo aguardamos mediante la paciencia”.
En cuanto al amor, supone también, según hemos dicho, una actitud de pobreza interior. Amar es vivir no para sí, sino para el otro. Amar a alguien es renunciar a una autosuficiencia. Amar verdaderamente exige renunciar a toda dominación, a todo poder sobre el otro, a toda posesión. Eso obliga a respetar la libertad del otro.
Si el ejercicio de las virtudes teologales supone una cierta forma de pobreza, se puede decir, a la inversa, que la pobreza es el campo privilegiado donde crecen las virtudes teologales. Si la pobreza es una gracia, es porque nos obliga, por decirlo así, a no vivir solamente según las pautas habituales, a no contentarnos con los recursos humanos que nos son familiares, sino a creer, a esperar, a amar de manera más profunda y más pura. Nos da la oportunidad de poner por obra las virtudes teologales en toda su intensidad y fecundidad. Meditar sobre la pobreza de espíritu y las Bienaventuranzas es también considerar cómo practicar la fe, la esperanza y el amor en las situaciones concretas de nuestra existencia».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.