LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa» Mc 6,4.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Marcos 6,1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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El pasaje evangélico de hoy denominado “Jesús en la sinagoga de Nazaret” se encuentra también en Mateo 13,53-58 y en Lucas 4,16.22-30. Las profecías del Antiguo Testamento se dirigen a Jesús. Cuando Él asume nuestra condición humana, en la plenitud de los tiempos, Dios Padre transmite su Palabra a través de Jesús, su Hijo.
En un determinado momento de su vida, Jesús vuelve al pueblo donde había vivido; sin embargo, no es querido en su tierra y sufre la desconfianza, incredulidad y el rechazo de la gente, incluso de su familia. Las personas no niegan los hechos prodigiosos realizados por Él, pero no creen que Jesús es el Mesías y consideran que su origen humilde es incompatible con su condición de enviado glorioso de Dios Padre. Frente a esta ingratitud, Jesús expresa que sólo en su casa y en su pueblo rechazan a un profeta; pese a ello, Él manifiesta su dimensión profética y divina.
Es importante aclarar que, en la lengua semita, la palabra «hermanos» tiene un sentido más amplio, se utiliza también para designar la relación entre primos y tíos; por ejemplo, en la relación de Abrahán y Lot, en Génesis 12,5. Por tanto, este pasaje no se refiere a que María tuviese más hijos que Jesús.
Hoy, Jesús bordea el misterio de la libertad humana porque quiere una respuesta libre, confiada, una respuesta de amor y de fe.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
En su pueblo, la voluntad humana rechazó los dones de Nuestro Señor Jesucristo, resistiendo a la fe. No se dieron cuenta o no quisieron reconocer que la fe atrae al poder sanador de Dios. La ceguera de los nazarenos, en la época de Jesús, también se repite en la actualidad donde la santidad es insoportable para el mundo y es objetada de manera intolerante con argumentaciones e ideologías anticristianas. Y esto porque muchas veces nos cuesta reconocer la presencia de Dios entre nosotros. Muchas veces esperamos signos prodigiosos para creer en Él.
Como manifiesta Romano Guardini: «El escándalo es la expresión violenta del resentimiento del hombre contra Dios, contra la esencia misma de Dios, contra su santidad. Es la resistencia contra el mismo ser de Dios. En lo más profundo del corazón humano dormita junto a la nostalgia de la fuente eterna, la rebelión contra el mismo Dios, el pecado, en su forma elemental, que espera la ocasión propicia para atacar».
Sin embargo, aun cuando abunde el pecado, Nuestro Señor Jesucristo está dentro de nosotros, está presente en nuestros hermanos más necesitados y muchas veces lo buscamos en otros lugares cuando está a nuestro lado.
Hermanos: a la luz de la Palabra, respondamos ¿Cuáles son las situaciones y circunstancias en las que reconocemos la presencia de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Lo reconocemos a través de los hermanos más necesitados? ¿Reconocemos el poder sanador de Dios? ¿Obstaculizamos la manifestación de la gracia de Dios en nosotros y en nuestro prójimo? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a buscar y promover la búsqueda de aquella fe sencilla que permite el contacto auténtico con Nuestro Señor Jesucristo, especialmente en estos momentos de tribulación para la humanidad.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús, tú que te presentaste ante tu pueblo como verdadero Dios y verdadero hombre, concédenos la gracia de mirar al prójimo con los ojos del corazón y no nos guiemos por las apariencias.
Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, envía tu luz desde el cielo e ilumina nuestras mentes para reconocer a Dios en todas las circunstancias de nuestras vidas.
Amado Jesús, felicidad de los santos, haz que los difuntos que desean contemplar tu rostro se sacien de tu visión.
Madre Santísima, Reina de la paz, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Contemplemos a Dios con un escrito de José Aldazabal:
«De nuevo se ve que Jesús no tiene demasiado éxito entre sus familiares y vecinos de Nazaret. Sí, admiran sus palabras y no dejan de hablar de sus curaciones milagrosas. Pero no aciertan a dar el salto: si es el carpintero, “el hijo de María” y aquí tiene a sus hermanos, ¿cómo se puede explicar lo que hace y lo que dice? “Y desconfiaban de él”. No llegaron a dar el paso a la fe: “Jesús se extrañó de su falta de fe”. Tal vez si hubiera aparecido como un Mesías más guerrero y político le hubieran aceptado.
Se cumple una vez más lo de que “vino a los suyos y los suyos no le recibieron”, o como lo expresa Jesús: “nadie es profeta en su tierra”. El anciano Simeón lo había dicho a sus padres: que Jesús iba a ser piedra de escándalo y señal de contradicción…
Equivalentemente, nosotros somos ahora “los de su casa”, los más cercanos al Señor, los que celebramos incluso diariamente su Eucaristía y escuchamos su Palabra. ¿Puede hacer “milagros” porque en verdad creemos en él, o se puede extrañar de nuestra falta de fe y no hacer ninguno? ¿no es verdad que algunas veces otras personas más alejadas de la fe nos podrían ganar en generosidad y en entrega?
La excesiva familiaridad y la rutina son enemigas del aprecio y del amor. Nos impiden reconocer la voz de Dios en los mil pequeños signos cotidianos de su presencia: en los acontecimientos, en la naturaleza, en los ejemplos de las personas que viven con nosotros, a veces muy sencillas e insignificantes según el mundo, pero ricas en dones espirituales y verdaderos “profetas” de Dios.
Tal vez podemos defendernos de tales testimonios como los vecinos de Nazaret, con un simple: “¿pero no es éste el carpintero?”, y seguir tranquilamente nuestro camino. ¿Cómo podía hablar Dios a los de Nazaret por medio de un obrero humilde, sin cultura, a quien además conocen desde hace años? ¿cómo puede el “hijo de María” ser el Mesías?
Cualquier explicación resulta válida (“no está en sus cabales”, “está en connivencia con el diablo”, “es un fanático”), menos aceptarle a él y su mensaje, porque resulta exigente e incómodo, o sencillamente no entra dentro de su mentalidad. Si le reconocen como el enviado de Dios, tendrán que aceptar también lo que está predicando sobre el Reino, lleno de novedad y compromiso.
Es algo parecido a lo que sucede en los que no acaban de aceptar la figura de la Virgen María tal como aparece en las páginas del evangelio, sencilla, mujer de pueblo, sin milagros, experta en dolor, presente en los momentos más críticos y no en los gloriosos y espectaculares. Prefieren milagros y apariciones: mientras que Dios nos habla a través de las cosas de cada día y de las personas más humildes. La figura evangélica de María es la más recia y la más cercana a nuestra vida, si la sabemos leer bien.
Cuando somos invitados a celebrar la Eucaristía y participar de la vida de Cristo en la comunión, también hacemos un ejercicio de humildad, al reconocerle presente en esos dos elementos tan sencillos y humanos, el pan y el vino. Pero tenemos su palabra de que, en esos frutos de nuestra tierra, los mismos que honran nuestra mesa familiar, nos está dando, desde su existencia de Resucitado, nada menos que su propia vida».
Queridos hermanos: agradezcamos de corazón a la Santísima Trinidad por el amor, misericordia y ternura que tiene por toda la humanidad. Conscientes de este inmenso amor, hagamos el compromiso de contemplar la acción de Dios en nuestras vidas, reconociendo su presencia en nuestras actividades cotidianas, a través de nuestro prójimo, y a la luz de la Palabra.
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.