JUEVES DE LA SEMANA VI DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA VI DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Mc 8,23.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 8,27-33

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los pueblos de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Algunos dicen que eres Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Entonces él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Jesús les ordenó que no hablaran a nadie sobre eso. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se los explicaba con toda claridad. Entonces Pedro lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«A Pedro le gustaba lo del Tabor y la gloria de la transfiguración. Allí quería hacer tres tiendas. Pero no le gustaba lo de la cruz. ¿Hacemos nosotros algo semejante? ¿merecemos también nosotros el reproche de que “pensamos como los hombres y no como Dios”? Tendríamos que decir, con palabras y con obras: “Señor Jesús, te acepto como el Mesías, el Hijo de Dios. Te acepto con tu cruz. Dispuesto a seguirte no sólo en lo consolador, sino también en lo exigente de tu vida. Para colaborar contigo en la salvación del mundo”» (José Aldazabal).

El pasaje de evangélico de hoy está integrado por dos textos: “La confesión de Pedro” y “El primer anuncio de la Pasión y Resurrección de Jesús”. Se encuentran luego del texto “Ceguera de los discípulos”. Estos textos también están integrados en Mateo 16,13-23 y en Lucas 9,18-22.

Cesarea de Filipo es testigo de un momento central en el itinerario misionero de Jesús. Mientras la multitud sigue sin identificar quién es Jesús, los discípulos dan un paso adelante al confesar que es el Mesías. Al vincular la reflexión con el texto previo, “Ceguera de los discípulos”, la confesión de Pedro representa el modelo de la sanación de la ceguera de los propios discípulos, aun cuando falta la luz pascual que pronto llegará.

Jesús inicia una catequesis particular dirigida a sus discípulos, por ello les pregunta qué piensa la gente respecto a él. Todos lo consideran entre las personas que tienen una relación especialísima con Dios. Pedro, inspirado por Dios Padre, reconoce a Jesús como el Mesías, como el Hijo de Dios vivo. En el evangelio de Mateo, Jesús lo designa como la piedra fundacional de la Iglesia. De esta manera, Pedro, tan frágil como nosotros, se convirtió en el primer papa por la gracia de Dios.

Como afirma Beda el Venerable, «la identidad humana de Jesús era declarada por una voz divina, mientras que su identidad divina era manifestada mediante una voz humana».

Luego, en el mismo pasaje evangélico, Pedro, con una concepción muy humana, que excluye un Mesías sufriente, intenta evitar a Jesús el sufrimiento y la muerte. Sin darse cuenta, le está haciendo el juego a Satanás al actuar igual que el tentador. El regaño de Jesús es duro; sin embargo, es también una invitación a un seguimiento radical.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Amado Señor Jesús: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

El seguimiento a Jesús, a pesar de la fragilidad humana, hace que Pedro confiese la verdadera identidad de Nuestro Señor Jesucristo. El Espíritu Santo hace que esta expresión quede grabada también en nosotros y en todas las personas que la escuchan de corazón. San Pedro es una muestra de cómo Nuestro Señor hace maravillas a través de quienes se entregan al servicio de Dios.

En los tiempos actuales, muchas veces, nosotros le hacemos el juego al tentador cuando no queremos cargar nuestra cruz e, incluso, consideramos que la cruz no forma parte de nuestra vida debido a la fatiga y el desánimo que experimentamos al no confiar en Nuestro Señor Jesucristo. Nosotros también estamos llamados a ser apóstoles de Nuestro Señor Jesucristo; asumamos decididamente este maravilloso desafío con decisión y entrega.

Hermanos, meditando el pasaje evangélico, intentemos responder: ¿Es Jesús para nosotros el Mesías, el Hijo de Dios vivo? ¿Seguimos a Jesús de manera decidida? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a comprender que el objetivo final de nuestra vida es la gloria que se alcanza solo en compañía de Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Señor, infunde benigno en nosotros la piedad con la que estos santos hermanos veneraron devotamente a la Madre de Dios y condujeron a tu pueblo hacia ti.

Padre eterno, sé nuestra ayuda y protección; asiste a los atribulados, compadécete de los humildes, levanta a los caídos, muéstrate a los necesitados, cura a los enfermos, vuelve a los extraviados de tu pueblo, alimenta a los hambrientos, redime a los cautivos. Que todas las naciones conozcan que tú eres Dios Padre, que Nuestro Señor Jesucristo es tu Hijo y nosotros tu pueblo, las ovejas de tu rebaño.

Amado Jesús, misericordia pura, recibe en tu mansión eterna a todos los difuntos de todo tiempo y lugar, y envía tus ángeles para que acompañen a los moribundos en el tránsito al cielo.

Madre Santísima, Bendita Tú, elegida desde siempre para ser santa e irreprochable ante el Señor por el amor, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Jean Vanier:

«Es muy difícil entrar en los pensamientos de Dios sobre el sufrimiento. Nuestra primera reacción es la misma que tuvo Pedro. El sufrimiento nos produce horror. El sufrimiento nos hace revelarnos y no nos cabe en la cabeza que pueda existir. Es lo “insoportable” por excelencia y no podemos darle ni significado, ni sentido.

Ahora bien, Jesús no vino a explicar el sufrimiento o a justificar su existencia. Nos reveló otra cosa: que todo sufrimiento y toda herida pueden convertirse en una ofrenda, pueden convertirse en fuente de vida y ser fecundos. Desde el punto de vista humano, no es ni comprensible ni posible. Jesús está perdiendo y Pedro no soporta esto. No comprende, no puede comprender, que Jesús le dará -y nos dará a nosotros- la vida: no sólo en virtud de su palabra, de sus actos, de sus milagros, sino en virtud de su sufrimiento y de su muerte, en virtud de su pequeñez. Lo mismo nos pasa a cada uno de nosotros. Debemos aprender a realizar este paso, a comprender que el bendecido por Dios no es sólo el que lleva a buen fin lo que ha empezado, sino también el que vive el fracaso con confianza. Es cierto que cuando lo que hacemos tiene éxito, especialmente en el campo religioso, nos sentimos bendecidos.

Ahora bien, ¿qué podemos hacer para sentirnos bendecidos cuando somos repudiados? ¿Cómo hacer para no ver algo negativo en el fracaso? ¿Cómo hacer para no escandalizarnos de ese gran fracaso de la vida que es la muerte? ¿Qué podemos hacer para comprender que el bendecido por Dios es el que muere conservando la confianza a pesar del sentimiento de haber sido repudiado? ¿Cómo puede creer el ser humano en el valor del fracaso? Es muy difícil comprender y aceptar de verdad y con seriedad, sinceramente, lo que tal vez constituya la esencia del mensaje de Jesús, a saber: la íntima unión que existe entre cruz, resurrección y confianza en el momento de la prueba.

Somos cristianos, pero igual de difícil nos resulta aceptar la cruz. La adoramos, pero no la soportamos. Nosotros no podemos comprender, pero Jesús hace nuevas todas las cosas para nosotros».

Queridos hermanos: confesar que Nuestro Señor Jesucristo es el Mesías de Dios, equivale a confesar toda nuestra fe; pues, como manifiesta Cirilo de Alejandría, “es confesar que Jesús es Dios, la encarnación de Dios, el crucificado y el resucitado”.

Pidamos la intervención del Espíritu para conocer los misterios de amor de Nuestro Señor Jesucristo, y ayudar a que nuestros hermanos lo conozcan también. Hagamos el compromiso de leer, meditar y convertir en acción evangelizadora la Palabra de Dios. Acompañemos este compromiso con la asistencia frecuente a la Santa Eucaristía, a la Adoración Eucarística y no dejemos de rezar el Santo Rosario.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.