MIÉRCOLES DE LA SEMANA VI DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA VI DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

Le trajeron un ciego y le rogaban que lo tocara. Jesús, tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera del pueblo y, habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: «¿Ves, algo?». Mc 8,23.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 8,22-26

En aquel tiempo, Jesús y los discípulos llegaron a Betsaida. Le trajeron un ciego y le rogaban que lo tocara. Jesús, tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera del pueblo y, habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: «¿Ves, algo?». El ciego, que empezaba a ver, le respondió: «Veo a los hombres como si fueran árboles, que caminan». Jesús le puso otra vez las manos sobre los ojos; y el ciego comenzó a ver perfectamente y quedó curado, y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«¿Cuál será mi felicidad, Dios mío, cuál será mi alegría, cuál será mi júbilo, cuando me descubras la belleza de tu divinidad y cuando mi alma te vea cara a cara?… Entonces, alma mía, “verás y estarás en la abundancia, tu corazón se admirará y se dilatará, cuando recibas multitud de riquezas”, de delicias, y la magnificencia de la gloria “de este mar” inmenso de la Trinidad, digna para siempre de adoración; cuando “recibas la fuerza de las naciones” que “el Rey de reyes y el Señor de los señores” (Is 60,5; 1Tm 6,15), por la fuerza de su brazo, ha librado de la mano del enemigo; cuando te cubras de inmensa misericordia y caridad divina …» (Santa Gertrudis de Helfta).

El pasaje de hoy forma parte del texto denominado “Ceguera de los discípulos”, cuya primera parte meditamos ayer. La lectura completa también se encuentra en Mateo 16,5-12. El texto tiene una carga simbólica trascendente. Los acontecimientos se desarrollan en Betsaida, que es la aldea de Andrés, Pedro, Santiago y Juan. Jesús hizo muchos milagros en esta ciudad, pero su gente permaneció incrédula y Jesús en un momento anunció un juicio tremendo sobre ella, tal como se narra en Mateo 11,21-24.

El ciego representa a todos los que no pueden «ver» o comprender el proyecto de Jesús; entre ellos, los apóstoles. La sanación, todavía imperfecta del ciego, representa a los discípulos que, aunque ven y viven con Jesús, no terminan de comprender su Palabra; es decir, aun no ven la luz clara del Evangelio y se encuentran confundidos.

Adicionalmente, la sanación total del ciego tiene un nexo evangélico con el siguiente texto de Marcos que es la confesión de Pedro, que representa el modelo de la sanación de la ceguera de los propios discípulos.

Jesús hace esta curación fuera del pueblo y prohíbe al ciego divulgar el milagro porque no quería entusiasmar más a la gente creando falsas expectativas sobre una liberación política. Quería también que sus discípulos conocieran más acerca de quién era realmente él.

Así como la sanación del ciego es progresiva, la fe también requiere un proceso gradual de maduración y crecimiento. La fe es como el aire, tenemos que respirarla.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Como nos dice San Jerónimo: “la mano del Señor es más clara que todos los ojos”. Nuestro Señor Jesucristo nos va sanando en forma gradual, con cercanía amorosa; pero, al final, lo hace totalmente. Él pone la claridad de su amor y pureza.

Al igual que al ciego de Betsaida, Nuestro Señor Jesucristo nos toma de la mano y nos lleva por un camino progresivo hacia la conversión plena. La realidad no cambia bajo nuestra única dirección, debemos respetar la voluntad de Dios y los tiempos que Él aplica en nuestra vida.

Nuestro Señor Jesucristo nos invita y nos lleva con Él a un lugar apartado donde nos brinda toda la confianza para seguir su camino y entender sus enseñanzas. Él obra en nosotros para abrir nuestros oídos y nuestros ojos a la luz de su Evangelio. Aceptemos con seriedad y esperanza el progreso de nuestro crecimiento espiritual, siendo conscientes de que la fe requiere de un proceso gradual de maduración y crecimiento.

Hermanos, meditando el pasaje evangélico, intentemos responder: ¿Cuáles son las cegueras que nos impiden ver el proyecto que Nuestro Señor Jesucristo tiene para cada uno de nosotros? Que las respuestas a esta pregunta nos ayuden a visualizar con claridad la luz de la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Santísima Trinidad: te alabamos y bendecimos por tanta bondad, amor y misericordia.

Padre eterno, que nos haces partícipes de tu poder y sabiduría, otórganos, por intermedio de tu amado Hijo, Nuestro Seños Jesucristo, la claridad para los ojos de nuestras almas.

Amado Jesús, testigo fiel y veraz del amor del Padre, mantén nuestra fe con el don del Espíritu. Infunde fortaleza para abandonar todo y seguirte más de cerca, otórganos la sabiduría para discernir los verdaderos de los falsos valores que propone el mundo y para que todo lo que veamos nos transmita la majestuosidad de amor.

Amado Jesús: haz, oh, Señor, que sepamos reconocerte sin ambigüedad ante los hombres, a fin de ser reconocidos por ti ante el Padre en el día del Juicio Final.

Amado Jesús, misericordia pura, recibe en tu mansión eterna a todos los difuntos de todo tiempo y lugar, y envía tus ángeles para que acompañen a los moribundos en el tránsito de esta vida terrenal al cielo.

Madre Santísima, Bendita Tú, elegida desde siempre para ser santa e irreprochable ante el Señor por el amor, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos hermanos a nuestro Señor respondiendo al pedido de quienes, por amor, le han llevado a un hermano que no puede ver.

Nuestro corazón se regocija cuando el Espíritu Santo nos toma como instrumentos para interceder por nuestro prójimo ante Dios y nos hace testigos de su amor sanador. Hemos sido creados por amor y para el bien de nuestros semejantes. Nuestro Señor Jesucristo es el culmen de la caridad pues no hay amor más grande que el que da la vida por sus hermanos.

Hermanos: contemplemos también a Dios con un texto Juliana de Norwich:

«Vi que Dios se regocija de ser nuestro padre, Dios se regocija de ser nuestra madre, Dios se regocija de ser nuestro verdadero esposo y de tener nuestra alma por su esposa muy amada. Cristo se regocija de ser nuestro hermano, Jesús se regocija de ser nuestro Salvador… Durante nuestra existencia, nosotros que vamos a ser salvados, conocemos una mezcla asombrosa del bien y el dolor. Tenemos en nosotros a nuestro Señor Jesucristo resucitado, y también la miseria y la malicia de la caída y de la muerte de Adán… Por la caída de Adán quedamos tan quebrantados que, por el pecado y por sufrimientos diversos, tenemos el sentimiento de estar en las tinieblas; ciegos, apenas podemos probar el menor consuelo.

Pero por nuestra voluntad, nuestro deseo, permanecemos en Dios y creemos con confianza en su misericordia y en su gracia; así es como actúa en nosotros. Por su bondad abre los ojos de nuestro entendimiento, que nos muestra a veces más, a veces menos, según la capacidad que nos concede. Unas veces nos eleva, y otras permite que caigamos. Esta mezcla es tan desconcertante que nos es difícil de saber, en cuanto a mí mismo o en cuanto a nuestros semejantes en Cristo, en qué camino estamos, tan cambiante es lo que sentimos.

Pero lo que cuenta es decirle un “sí” a Dios a pesar de lo que sentimos, queriendo estar verdaderamente con él, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas; entonces odiamos y despreciamos nuestro impulso al mal… Permanezcamos en esta disposición cada día de nuestra vida».

Hermanos: busquemos siempre en la oración la voluntad de Dios en nuestras vidas y, con humildad, alegría y paz, llevarla a la acción en nuestras vidas, así nos haremos hermanos y hermanas de Nuestro Señor Jesucristo, extendiendo el Reino de Dios, para su mayor gloria.

Padre eterno, nos comprometemos el día de hoy a acompañar a nuestros hermanos hacia el encuentro con la fuente de la vida eterna que es Nuestro Señor Jesucristo.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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