LUNES DE LA SEMANA III DE CUARESMA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL LUNES DE LA SEMANA III DE CUARESMA – CICLO A

«Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra» Lc 4,24.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 4,24-30

En aquel tiempo, dijo Jesús en la sinagoga de Nazaret: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Les garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando no hubo lluvia del cielo durante tres años y seis meses, y el hambre azotó a todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificada la ciudad con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Así dice el Señor: No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de sus riquezas. Quien quiera gloriarse, que se gloríe de esto: de conocerme y comprender que soy el Señor» (Jeremías 9,22-23).

El pasaje evangélico de hoy es un fragmento del texto denominado “Jesús en la sinagoga de Nazaret” que comprende los versículos del 16 al 30. Este texto completo también se ubica en Mateo 13,53-58 y en Marcos 6,1-6.

En la lectura, Jesús regresó a su patria Nazaret, y lo que pudo ser una conversión colectiva de coterráneos se convirtió en una reacción violenta de rechazo por parte de ellos. Ante las reacciones sucesivas de admiración, asombro y de incertidumbre por parte de la gente, Jesús continúa con un tono provocador. La gente le reconocía los milagros y la sabiduría, pero no podían concebir que uno de los suyos era superior a todos, no podían reconocer que era el Mesías. La gente consideraba que su origen humilde era incompatible con su condición de enviado glorioso de Dios Padre.

Jesús recoge la objeción a su predicación con un proverbio: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra». Además, Jesús precisa que todo profeta obra en nombre de Dios y, por consiguiente, no está sujeto a las exigencias de los hombres.

Ante esta situación, la reacción de la gente alcanzó un nivel elevado de hostilidad que reveló el tamaño de su ego; se abalanzaron sobre él, lo sacaron de la sinagoga e intentaron despeñarlo. Pero Jesús, en un acto sobrenatural, dominó a la turba, caminó entre ellos y continuó su camino, llevando el mensaje de salvación a todos los pueblos.

Aquellos pobladores no comprendieron que el profeta no puede traicionar su misión y debe denunciar las injusticias para sacudir las conciencias dormidas. En este sentido y aunque la tarea no resulte grata, los bautizados estamos llamado a ser profetas de nuestros tiempos, testigos de Dios y del Reino.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Al meditar el texto completo “Jesús en la sinagoga de Nazaret”, apreciamos que Nuestro Señor Jesucristo nos invita a aceptar la conversión y la liberación. Las personas que no conocen o se alejan de Dios se encuentran en situación de pobreza espiritual y están entre los pobres que esperan el mensaje de salvación de Nuestro Señor Jesucristo.

Nuestro Señor Jesucristo señala también que debemos respetar que algunos hechos y prodigios están dirigidos de manera especial a algunos de nuestros hermanos porque Dios ha diseñado así los planes de salvación de ellos y de nosotros.

La ceguera de una parte del pueblo judío, en la época de Jesús también se repite en la actualidad. Muchas veces nos cuesta reconocer la presencia de Dios entre nosotros. Pareciera que esperamos signos prodigiosos para creer en Él. Nuestro Señor Jesucristo está dentro de nosotros, está presente en nuestros hermanos más necesitados y muchas veces lo buscamos en otros lugares.

Hermanos, meditando la lectura, respondamos: ¿Acogemos a Jesús en nuestras vidas? ¿Excluimos a algunas personas por cualquier motivo? ¿Cuáles son las situaciones y circunstancias en las que reconocemos la presencia de Nuestro Señor Jesucristo? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a acoger a Nuestro Señor Jesucristo a través de las personas más necesitadas, en especial, de aquellas que son marginadas, y que reconozcamos la cercanía de Nuestro Señor Jesucristo con nosotros.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua y, pues sin tu ayuda no puede mantenerse incólume, que tu protección la dirija y la sostenga siempre.

Amado Jesús, ¡fuego ardiente de amor!, ayúdanos a cumplir nuestra misión personal y colectiva, dando testimonio coherente de tus enseñanzas dejando de lado todo tipo de prejuicio y no nos guiemos por las apariencias.

Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, envía tu luz desde el cielo e ilumina nuestras mentes para reconocer a Dios en todas las circunstancias de nuestras vidas.

Amado Jesús, por tu infinita misericordia, concede a las benditas almas del purgatorio la dicha de sentarse contigo en el banquete celestial; y a las personas moribundas, concédeles el perdón y la paz interior para que lleguen directamente al cielo.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Juan de Ford:

«El amor de Dios no es sólo una presencia dulce y delicada en el alma, sino también una fuerza que actúa cuando se ofrece a nosotros. En consecuencia, es útil investigar cuál es el valor de su obra cuando entra en acción; cuál es su fuerza, cuál es su esplendor y su consistencia. Era natural que una realidad de tanta importancia, que había permanecido en silencio durante tanto tiempo, saliera algún día a la luz y que el misterio mantenido cuidadosamente escondido se manifestara algún día en todo su esplendor.

Por esa misma razón, el Señor Jesús, cuando todavía estaba entre nosotros, no se dio a conocer abiertamente durante mucho tiempo, sino que se mantuvo escondido con sumo cuidado durante treinta años. Después, al presentarse, dice Isaías, “como un río impetuoso, impulsado por el viento del Señor” (Isaías 59,19), rompió el largo silencio. Abrió su boca, haciendo destilar miel de sus labios; abandonó la inactividad, abriendo sus manos para ofrecer dones maravillosos. De este modo, también el misterio del amor divino, tal como lo llama el apóstol, “mantenido en silencio durante siglos eternos” en Romanos 16,25, y escondido en Dios, se manifestó a su Iglesia en el tiempo de su benevolencia. La sabiduría de Dios ha venido “y ha hecho oír su voz en las plazas”, anunciando al mundo la caridad de Dios. Ha resonado hasta nosotros este grito: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito”, en Juan 3,16.

¡Oh fuego ardiente de amor! Dios, que envía al mundo a su Hijo amadísimo, a su único Hijo, que es de su misma naturaleza, y le confía la misión de darse a conocer y ofrecernos su amor. ¡Oh, cuán gracioso es este mensajero que, como un ángel que proviene del trono de Dios, nos anuncia una gran alegría y nos da a conocer este sublime misterio!».

Queridos hermanos: en esta Cuaresma, comprometámonos a obrar con humildad, acogiendo a Nuestro Señor Jesucristo a través de la realización de obras de misericordia en favor de las personas marginadas. Que la meditación continua de la Palabra sea una fuente de sabiduría y amor para nuestras vidas. Invoquemos siempre la inspiración y el auxilio del Espíritu Santo, hagamos el propósito de contemplar la acción de Dios en nuestras vidas, reconociendo su presencia a la luz de la Palabra.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.