MARTES DE LA SEMANA V DE CUARESMA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA V DE CUARESMA – CICLO A

«Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy, y que no hago nada por mí mismo, sino que hablo como el Padre me ha enseñado» Jn 8,28.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 8,21-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y ustedes me buscarán, y morirán en pecado. Donde yo voy, ustedes no pueden ir». Y los judíos comentaban: «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy ustedes no pueden ir”?». Jesús continuó: «Ustedes son de aquí abajo, yo soy de allá arriba: ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho que ustedes morirán en sus pecados: pues, si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados». Ellos le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: «Esto es precisamente lo que les estoy diciendo. De ustedes tengo mucho que decir, mucho que juzgar; pero aquel que me envió es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de Él». Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy, y que no hago nada por mí mismo, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Esta es la clave de nuestra salvación, la clave de nuestra paciencia en el camino de la vida, la clave para superar nuestros desiertos: mirar el crucifijo. Mirar a Cristo crucificado. “Pero ¿qué debo hacer?”, “Míralo. Mira las llagas. Entra en las llagas”. En esas llagas fuimos curados» (Papa Francisco).

La lectura de hoy detalla un diálogo que Jesús tiene con los fariseos en el que transmite la meta suprema de la salvación: la cruz y la resurrección. Así mismo, Jesús utiliza tres veces la expresión «Yo soy» que contiene toda la sabiduría de su identidad divina. Nos recuerda el Éxodo 3,14, cuando Dios le dice a Moisés: «Yo soy el que soy» para revelarnos su nombre eterno.

Ante la continua obstinación de los fariseos, que malinterpretan sus palabras, Jesús, con un tono de advertencia sigue revelando y reafirmando su identidad divina de Hijo de Dios y su misión redentora. Jesús les advierte la diferencia abismal que hay entre Él y ellos, así como el destino que tendrían si siguen pecando al no reconocerlo como Hijo de Dios y Mesías, el emisario celeste de Dios Padre. Jesús señala también que, cuando sea levantado en la cruz, se darán cuenta de quién es Él, anunciando así la conversión de algunos de sus asesinos. De esta manera, también alude a su muerte y resurrección. Finalmente, la presencia del Santo Espíritu en sus palabras logró convertir a aquellos que tenían plena disposición de corazón para albergar sus enseñanzas de vida eterna.

Que este camino cuaresmal que nos ha tocado vivir, nos transforme y conduzca al gozo de la Pascua de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Nuestro Señor Jesucristo muestra su inmensa paciencia y misericordia porque todos somos llamados a ser amados y acogidos por Dios. Pero, pese a ello, muchos fariseos mantuvieron su corazón endurecido, lo rechazaron e incrementaron sus deseos de apresarlo y matarlo.

El mensaje del Señor es claro y no admite término medio: o lo aceptamos como Hijo de Dios y Mesías y lo seguimos, o rechazamos su invitación de encaminarnos hacia la vida eterna. Rechazar a Cristo, que es la vida, la luz y la salvación, supone optar por la muerte, las tinieblas y la ruina espiritual eterna. Aceptemos la invitación de Nuestro Señor Jesucristo; defendamos nuestra fe, la vida desde la concepción, la familia y a las personas vulnerables y desprotegidas; porque nosotros también estamos llamados a curar enfermos, a rezar por los moribundos, a ayudar a los desposeídos, a reconciliar a los separados. Pidamos al Espíritu Santo la creatividad para ello.

Queridos hermanos, reflexionemos: ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Cuántas veces, ante la presencia escondida de Jesús en nuestros hermanos más necesitados, mantenemos endurecidos nuestros corazones y rechazamos a Jesús? Que esta meditación sea de utilidad en nuestros intentos de acercarnos más a Jesús y vivir con intensidad los mandamientos del amor.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Concédenos, Señor, perseverar en el fiel cumplimiento de tu voluntad, para que, en nuestros días, crezca en santidad y en número el pueblo dedicado a tu servicio.

Amado Jesús, nosotros creemos en ti, creemos en tu Palabra y en tus promesas de vida eterna; estamos decididos a seguir el camino de salvación que propones. Te rogamos, envía tu Santo Espíritu para que cesen las guerras y la injusticia en el mundo.

Espíritu Santo asístenos con tus dones para mantenernos firmes y fieles en la cruz, en la pasión, en la muerte y, así, poder participar en la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Amado Jesús, tú que eres el autor de la vida eterna, acuérdate de los difuntos y dales parte en tu gloriosa resurrección. Otorga también la protección a los agonizantes para que lleguen a tu reino.

Madre Santísima, Madre del buen consejo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Santa Teresa Benedictina de la Cruz:

«Ante ti cuelga el Salvador en la cruz porque se hizo obediente hasta la muerte en la cruz (Flp 2,8) … Tu Salvador cuelga ante ti en la cruz, desnudo y solo, porque él ha escogido la pobreza… Tu Salvador cuelga ante ti con el corazón abierto. Él ha derramado la sangre de su corazón para ganar el tuyo. Si quieres seguirle en santa pureza, tu corazón tiene que estar libre de todo deseo terreno… Los brazos del crucificado están extendidos para atraerte hasta su corazón. Él quiere tu vida para regalarte la suya. ¡Salve, santa cruz, nuestra única esperanza!

El mundo está en llamas… Pero en lo alto, por encima de todas las llamas, se eleva la cruz. Ellas no pueden quemarla. Ella es el camino de la tierra al cielo. Quien la abraza con fe, amor y esperanza es llevado hasta el seno de la Trinidad. El mundo está en llamas. ¿Te sientes impulsada a apagarlas? Mira a la cruz. Desde el corazón abierto brota la sangre del Redentor. Ella apaga las llamas del infierno. Haz libre tu corazón… y se derramará en tu corazón el caudal del Amor divino hasta inundar y hacer fecundos todos los confines de la tierra.

¿Oyes el gemir de los heridos en los campos de batalla? Tú no eres médico ni enfermera, y no puedes vendar sus heridas. Tú estás encerrada en tu celda y no puedes alcanzarlos. ¿Oyes la llamada agónica de los moribundos? Tú quisieras ser sacerdote y estar a su lado. ¿Te conmueve el llanto de las viudas y de los huérfanos? Tú quisieras ser un ángel consolador y ayudarles. Mira al Crucificado. Si estás esponsalmente unida a él en el fiel cumplimiento de tus santos votos, tu sangre es su sangre preciosa. Unida a él eres omnipresente como él. Tú no puedes ayudar como el médico, la enfermera o el sacerdote aquí y allí. En el poder de la cruz puedes estar en todos los frentes, en todos los lugares de aflicción…

Los ojos del Crucificado te están mirando, interrogándote y poniéndote a prueba. ¿Quieres sellar de nuevo y con toda seriedad la alianza con el Crucificado? ¿Cuál será tu respuesta? “Señor, ¿a quién iremos? Tú sólo tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). ¡Salve, santa cruz, nuestra única esperanza!».

Hermanos, contemplemos la luz de Nuestro Señor Jesucristo en nuestra oración diaria, en el Santísimo Sacramento del Altar, en la Eucaristía. Y, con un corazón arrepentido, contemplemos su luz misericordiosa en el sacramento de la penitencia; contemplemos su luz amorosa en nuestras familias, en nuestros trabajos, en nuestros hermanos más necesitados, en la naturaleza. Contemplemos su luz y digámosle: gracias, Señor, te adoramos, te alabamos y te bendecimos.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.