JUEVES DE LA SEMANA III DE PASCUA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA III DE PASCUA – CICLO A

SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO, OBISPO

«Sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». Mt 28,20.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28,16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«La amistad de Dios por los hombres es inexpresable; su amor por nuestra estirpe supera todo discurso humano y conviene únicamente a la divina bondad: esta es la paz de Dios, que supera todo entendimiento. La unión del Señor con los que ama está por encima de cualquier unión imaginable, de cualquier ejemplo que podamos poner» (Nicolás Cabasilas).

En este maravilloso tiempo pascual, camino a Pentecostés, celebramos la fiesta de Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima. Siendo laico, de origen español y licenciado en leyes, fue elegido obispo de Lima, donde, inflamado por el celo apostólico, visitó a pie varias veces la extensa diócesis, acompañó a la feligresía que se le encomendó, fustigó en sínodos los abusos y escándalos en el clero, defendió con valentía la Iglesia, catequizó y convirtió a los pueblos nativos, hasta que finalmente en Saña, Perú, descansó en el Señor en el año 1606. Fue canonizado el 10 de diciembre de 1726 por el papa Benedicto XIII.

El pasaje evangélico de hoy es el último texto del evangelio de Mateo, denominado “Aparición en Galilea y misión universal”. Jesús señala un monte para el encuentro, en ascensión simbólica, como cuando proclamó su reino en el Sermón de la Montaña. Jesús toma la palabra afirmando la plena autoridad que ha recibido de Dios Padre y envía a sus discípulos a la misión universal.

Jesús indica a sus discípulos que bautizarán invocando al amor trinitario eterno, inaugurando así el tiempo de la Iglesia que les confió a sus apóstoles. Además, asegura la profecía de Isaías 41,10: «Yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios: te fortalezco y te auxilio y te sostengo con mi diestra victoriosa».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». Con esta expresión final del Evangelio de San Mateo, Nuestro Señor Jesucristo nos da la certeza de que Él nos acompaña siempre en nuestro camino. Él no busca imponer su presencia, Él desea que aprendamos a buscarlo.

Nuestro Señor Jesucristo está en el rostro del enfermo, del pobre, de la persona desvalida, en el preso, en el inmigrante y en todas las personas que sufren. Estos son los rostros que, en el último día, revelarán el rostro maravilloso de Nuestro Señor Jesucristo.

Hermanos: desde nuestro corazón, respondamos, ¿estamos nosotros con Jesús como Él está con nosotros? Que las respuestas a esta pregunta nos ayuden a permanecer fieles a Nuestro Señor Jesucristo anunciando y practicando el amor fraterno a lo largo de nuestras vidas.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Señor, tú que has querido fortalecer a tu Iglesia en América mediante los trabajos apostólicos y el celo por la verdad de tu obispo Santo Toribio de Mogrovejo, concede al pueblo a ti consagrado crecer constantemente en la fe y dar auténticos frutos de santidad.

En este camino de la Pascua de Resurrección a Pentecostés, te bendecimos y alabamos por la semilla de fe que Santo Toribio y tantos otros misioneros han sembrado y cultivado con su precioso testimonio de entrega y de servicio en nuestro continente y en el mundo entero.

Amado Jesús, ayúdanos a reconocer tu presencia en todo momento, para que, impulsados por el Espíritu Santo vivamos en una permanente acción de gracias a Dios Padre que te ha enviado a nosotros.

Amado Jesús, tú que estás sentado a la derecha de Dios Padre, alegra con la visión de tu rostro a nuestros hermanos difuntos.

Madre Celestial, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto del cardenal Giacomo Biffi:

«Sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Es una frase de una sencillez absoluta, pero bajo cierto punto de vista es el centro y el sentido de todo el evento cristiano. Al tomarla en serio, todo cambia: nuestro modo de pensar, de celebrar, de vivir, se hace diferente. No es una expresión retórica, como cuando se dice que los héroes de la patria, los gigantes de la cultura y de la ciencia, los grandes filántropos, viven eternamente en medio de su pueblo, lo que en el fondo es una manera amable de decir que están muertos. Estos piadosos intentos de ilusionar y de ilusionarse no son del estilo del Señor.

Jesús está realmente con nosotros, y la percepción de esta presencia verdadera y personal me desconcierta. ¿Quién es este hombre que ha marcado con su huella toda mi vida, mi única vida; este hombre que ha condicionado y condiciona todos mis pensamientos y mis decisiones; este hombre invisible que afirma estar siempre conmigo?

Es extraño: hay momentos en los que su presencia es la de alguien con el rostro oculto. No sé nada. Sin embargo, he apostado mi vida por él. Y hay momentos en los que me parece que no conozco a nadie como a él. Ignoro el color de sus ojos, el timbre de su voz, el gesto de su mano; sin embargo, sé que le reconoceré al instante, como un viejo amigo al que encontramos entre la muchedumbre.

Jesús está siempre con nosotros: éste es el fundamento de nuestra confianza, pero no provoca ninguna jactancia. Jesús está con nosotros, pero esto no supone que nosotros estemos siempre con él. Tenemos garantizada la fidelidad de Cristo, pero no la nuestra. “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18,8).

Es cierto que toda nuestra serenidad se basa en esta arcana inmanencia del Señor Jesús. La búsqueda de cualquier otro apoyo contamina el carácter genuino de nuestra esperanza y nos prepara para decepciones penosas, aunque purificadoras.

Jesús está siempre con nosotros: el drama de la soledad se vuelve, en el hombre que no se cierra, una llamada a la fe. Se trata de ser capaz de ver a este compañero de viaje que no nos deja nunca.

La tristeza que deriva de estar solos tal vez sea la tentación más radical. El hombre es esencialmente alguien que aspira a entrar en comunión. Si toda comunión se le presenta imposible, el alma padece una mutilación innatural y llega a desesperarse. Por eso, este final del evangelio de Mateo contiene una de las verdades más preciosas para la vida eclesial, y con ella debe volver a medirse continuamente el discípulo del Señor.

El cielo del espíritu es todavía más cambiante que el que se encuentra sobre nuestras cabezas. Nuestros días son siempre diferentes. Ahora bien, no hay ningún día sin Cristo, ningún día es incompatible con su presencia salvífica».

Queridos hermanos: invocando siempre la inspiración y la protección del Espíritu Santo, reconozcamos la presencia y el rostro de Nuestro Señor Jesucristo a través de nuestros hermanos más necesitados material y espiritualmente.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.