MARTES DE LA SEMANA V DE PASCUA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA V DE PASCUA – CICLO A

«La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde». Jn 14,27.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 14,27-31a

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde. Me han oído decir: “Me voy y volveré a ustedes”. Si me amaran, se alegrarían de que volviera junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto, antes de que suceda, para que cuando suceda crean. Ya no hablaré mucho con ustedes, porque se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y obro como Él me ha ordenado».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esa paz, ya que Él ha dicho: “La paz os dejo, mi paz os doy”, lo que equivale a decir: Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos cuando vuelva» (San Pedro Crisólogo).

El pasaje evangélico de hoy es la continuación del texto de ayer, en el que Jesús formuló la hermosa promesa: «El que me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él».

En la lectura de hoy, cercana ya su pasión, crucifixión, muerte y resurrección, Jesús comienza a despedirse y les ofrece a sus discípulos el don de la Paz que sólo Él, como enviado de Dios Padre, puede darles. Jesús desea que sus discípulos no se turben, ni se acobarden por los hechos que se avecinan, así como por su inminente ascensión al cielo.

La Paz que Jesús les comunica es fruto del amor y de la reconciliación, que impide las perturbaciones aún en los momentos más difíciles; es aquella que en el Antiguo Testamento se llamaba Shalôm.

Cuando Jesús se refiere al príncipe de este mundo, se refiere al tentador, al enemigo del amor, y aclara que este no tiene poder sobre Él, sino que Él ama al Padre y hace lo que el Padre le ha ordenado.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La Paz es un don que Dios otorga a quienes se acercan a Él buscando su amor y misericordia; es también un don que otorga a quienes le siguen, le aman y cumplen sus mandamientos. No es la paz que promueve el mundo, sustentada en el placer, el poder, el egoísmo, la riqueza material y en ideologías llenas de oscuridad; sino, es la alegría que produce el sentir íntimamente la sonrisa de Dios en nuestros corazones. Cuando Jesús, con su paz, entra en nuestros corazones, disipa todas las tinieblas y cualquier inquietud espiritual.

Meditemos sobre la paz del Señor con un texto de Cesáreo de Arlés:

«La paz define al cristiano. Ciertamente la paz es serenidad de la mente, tranquilidad del alma, sencillez del corazón, vínculo de amor y enlace de caridad. La paz es la que quita el odio, reprime las guerras, pisotea la soberbia, ama a los humildes, hace sentar a los díscolos y pone en concordia a los enemigos.

Es agradable para todos. No busca lo ajeno ni considera nada como propio. Enseña a querer porque desconoce la ira y el orgullo, e ignora la soberbia; es humilde y delicada con todos; en ella reside el descanso y la tranquilidad.

En efecto, la Paz de Cristo, cuando es practicada por el cristiano, alcanza la perfección en Cristo. Quien la ama posee la herencia de Dios, mientras que quien la desprecia se rebela contra Cristo.

Cuando Nuestro Señor Jesucristo vuelve al Padre deja su paz como herencia a sus seguidores, diciendo “La paz os dejo, mi paz les doy”. Quien haya recibido esta paz debe conservarla, y quien la haya destruido debe recobrarla y quien la haya perdido debe buscarla, pues quien sea hallado sin ella será alejado del Padre y será desheredado».

Hermanos, con el firme deseo de obtener el don de la Paz de Nuestro Señor Jesucristo, respondamos lo siguiente: ¿Cómo buscamos la Paz del Señor? ¿Cómo podemos caracterizar nuestra obediencia a Dios Padre y nuestro seguimiento a Jesús? Que las respuestas a estas preguntas nos permitan, con la fuerza del Espíritu Santo, ser instrumentos de la paz del Señor, dejando de lado las preocupaciones pasajeras que bloquean nuestro camino hacia Dios.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que en la resurrección de Cristo nos has renovado para la vida eterna, concede a tu pueblo la firmeza de la fe y de la esperanza, para que nunca dudemos del cumplimiento de las promesas que hemos conocido siendo tú el autor.

Padre eterno, tú que enviaste a tu hijo amado, Nuestro Señor Jesucristo, inúndanos con tu Espíritu Santo para que seamos instrumentos de tu paz, glorificando tu Santo Nombre.

Santísima Trinidad concede tu Paz al mundo entero, a creyentes y no creyentes, y que todos vuelvan sus corazones a tu amor, identificando las cosas importantes de la vida y encontrándote en ellas.

Amado Jesús misericordioso, muéstrate compasivo con todos los difuntos de todo tiempo y lugar, y admítelos en la asamblea de tus santos.

Madre Celestial, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos la Paz y el amor de la Santísima Trinidad con la Oración de la Paz de San Francisco de Asís:

«¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz! Que donde haya odio, ponga yo amor; donde haya ofensa, ponga yo perdón; donde haya discordia, ponga yo unión; donde haya error, ponga yo verdad; donde haya duda, ponga yo fe; donde haya desesperación, ponga yo esperanza; donde haya tinieblas, ponga yo luz; donde haya tristeza, ponga yo alegría.

¡Oh, Maestro!, que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar; en ser comprendido, como en comprender; en ser amado, como en amar. Porque dando es como se recibe; olvidando, es como se encuentra; perdonando, es como se es perdonado; y muriendo, es como se resucita a la vida eterna».

Hermanos, invoquemos diariamente al Espíritu Santo para que llevemos la Paz del Señor a nuestras familias y por donde vayamos, en el dulce y Santísimo Nombre de Jesús. Tratemos siempre de socorrer a nuestros hermanos necesitados; y si no podemos asistirles personalmente, no dejemos de orar por ellos.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.