JUEVES DE LA SEMANA VII DE PASCUA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA VII DE PASCUA – CICLO A

«Padre, este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo». Jn 17,24.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 17,20-26

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró diciendo: «Padre Santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectamente uno, de modo que el mundo crea que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y ellos han conocido que tú me has enviado. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos, como también yo estoy en ellos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Cuando los cristianos rezan juntos la meta de la unidad aparece más cercana. La larga historia de los cristianos marcada por múltiples divisiones parece recomponerse, tendiendo a la fuente de su unidad que es Jesucristo. ¡Él es el mismo ayer, hoy y siempre! Cristo está realmente presente en la comunión de oración; ora “en nosotros”, “con nosotros” y “por nosotros”. El dirige nuestra oración en el Espíritu Consolador que prometió y dio a su Iglesia en el Cenáculo de Jerusalén cuando la constituyó en su unidad originaria» (San Juan Pablo II).

Hoy, muy cerca de Pentecostés, meditaremos la tercera parte de “La oración sacerdotal de Jesús”, aquella sublime petición espontánea al Padre, que Jesús transmite a sus discípulos y que se extiende a toda la humanidad.

En la primera parte, Jesús le dice al Padre que llegó la hora de la glorificación mutua entre el Padre y el Hijo a través de su pasión, muerte y resurrección; de esta manera, señala la culminación de su misión en el mundo. Así mismo, Jesús entrega sus discípulos a la protección del Padre porque ellos han creído en su palabra y le aman.

En la segunda parte, Jesús ora al Padre por la unidad de sus discípulos para que el Padre consagre a todos los que le siguen, los proteja del mal y los conserve alegres en la misión de evangelizar a toda la humanidad. Este fragmento está dirigido a la protección de la Iglesia naciente.

En el texto de hoy, tercera parte de la oración sacerdotal, Jesús extiende el horizonte de su oración a todos los futuros creyentes y seguidores, es decir, a la comunidad cristiana de todos los tiempos, insistiendo amorosamente en su unidad con la Santísima Trinidad y destacando, a la vez, el carácter comunitario de la vocación humana según el plan de Dios.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Las palabras del Señor son claras, y vinculan la credibilidad del cristianismo a su capacidad de promover la fraternidad. Esa capacidad se manifiesta allí donde los hombres y mujeres ponen su empeño en vivir como hermanos y hermanas, allí donde se tiene como sumo ideal aceptarse como cada uno es para tender a la unidad, allí donde no se busca sobresalir, imponer, rivalizar, emerger, sino ayudarse, comprenderse, apoyarse; allí donde la benevolencia constituye un programa prioritario; allí donde se ponen las bases para una recuperación de la credibilidad del cristianismo» (Zevini-Cabra).

La oración sacerdotal de Jesús es también un modelo para nuestras oraciones, ya que precisa el propósito de todas nuestras peticiones: la gloria de Dios.

Jesús nos enseña que debemos orar no solo por nosotros mismos, sino también por nuestros hermanos. Tengamos presente que Jesús ora por la iglesia universal, no sólo por sus discípulos, sino también por todos los escogidos del mundo. El Señor quiere que estemos en comunión con Dios Padre y su oración es un modelo y fuente de unidad eclesial.

Meditando, intentemos responder: ¿Cómo oro, por quiénes pido a Dios? ¿Cómo identifico la presencia de la Santísima Trinidad en mi vida? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a ser discípulos orantes de Jesús y a dar testimonio de su amor, aumentando nuestros gestos fraternos.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Te suplicamos, Señor, que tu Espíritu infunda con tal fuerza sus dones en nosotros, que nos conceda un corazón que te agrade y, propicio, nos haga conformes a tu voluntad.

Santísima Trinidad: te pedimos perdón por nuestras faltas, te damos gracias por todas las gracias que nos otorgas, ¡Dios bendito! Te pedimos por la unidad de la Iglesia universal; te pedimos que la preserves de todo mal y la consagres totalmente a la evangelización en todos los confines de la tierra.

Espíritu Santo: toma en cuenta nuestra plena disposición para que Dios Padre y Jesús moren en nosotros y participemos de todas las riquezas de su amor: de su misericordia, de su justicia, de su sabiduría, de su conocimiento, de su gozo y de la vida eterna.

Amado Jesús, tú que descendiste al abismo para anunciar el gozo del Evangelio a los muertos, sé tú mismo la eterna alegría de nuestros difuntos.

Madre Santísima, esposa virginal del Espíritu Santo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos también a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Benoit Standaert:

«Juan, por su parte, es un águila: todo miedo a las alturas le resulta extraño. También él, como los otros primeros testigos, estuvo marcado por el amor manifestado en el acontecimiento Jesús. Recibió su impronta. El lenguaje del amor, manifestado en Jesús, desemboca en una historia de amor que no sólo vuelve a conectar al hombre con Dios, sino que se desarrolla ahora en Dios mismo y se desarrolla como historia divina en el hombre. Dios es amor, y el hombre que vive de este amor vive de Dios y está en Dios, como Dios está en él. Este misterio de amor encuentra su máxima expresión en los discursos de despedida que Jesús dirige a los discípulos.

En la oración expresa por última vez a través de la palabra el sentido de su propia vida y de su propia muerte. Aunque esta hora coincida con su muerte ignominiosa en un patíbulo para condenados públicos, Jesús habla de gloria y de glorificación. En esta oración de consagración todo es don, oblación, una manera incondicionada de entregarse. En la última estrofa de esta magna composición se puede ver que glorificación, unificación, santificación y consagración no son, en definitiva, más que amor. La gloria comunicada hunde sus raíces en la gloria recibida divinamente. Esta crea la unidad entre los hombres del mismo modo que constituye de manera absoluta la unidad en Dios.

Ahora toda atención de amistad concreta, todo minúsculo servicio fraterno, hasta el humilde gesto de lavarse los pies los unos a los otros, todo confluye en este único proceso de glorificación. Nada es tan despreciable ni tan humillante que no pueda ser llevado y habitado por el resplandor luminoso de aquel que dio su propia vida por amor, “hasta el extremo”. En la vivencia de la experiencia cristiana podemos reconocer que esta fuerza que glorifica santifica y crea la unidad es el Espíritu Santo en persona. Aunque su nombre no aparezca ni una sola vez en el capítulo 17, en realidad lo podemos encontrar detrás de cada una de las palabras de las que se sirve Jesús.

¡Amemos, pues! Porque el amor glorifica. Glorifiquemos a nuestra vez: el Espíritu no se ocupa de otra cosa en nuestro interior más que de glorificar amando, y de amar engendrando un proceso de santificación y de gloria».

Hermanos: en esta novena de preparación para Pentecostés, dispongamos nuestros corazones para confiar y amar más a la Santísima Trinidad y que Dios Padre y Jesús moren en nosotros por medio del Espíritu Santo. Dejemos que el Espíritu Santo nos impulse a vivir creando relaciones fraternas, y podamos anunciar a Cristo con la esperanza de llegar a la meta final: la plenitud en Dios y la gloria eterna.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.