MARTES DE LA SEMANA VIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA VIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Quien deje casa, o hermano o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, y en este tiempo, cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna» Mc 10,29-30.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,28-31

En aquel tiempo, Pedro comenzó a decir a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «En verdad les digo que quien deje casa, o hermano o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, y en este tiempo, cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna. Muchos de los primeros serán últimos, y los últimos serán primeros».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Tu vocación será siempre predicar el Evangelio en silencio, en una vida oculta como la de María y José… En cada ocasión pregúntate: “¿Qué habría hecho Nuestro Señor?” Ésta es tu regla única y absoluta» (San Carlos de Foucauld).

El pasaje evangélico de hoy es la parte final del texto “El joven rico” y se inicia con una expresión de Pedro, dirigida a Jesús, llena de reproche y con deseos de recompensa: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Mientras tanto, Jesús responde con paradojas llenas de sabiduría y plenitud que no nos liberan de las persecuciones, pero que nos ayudan a vivir con esperanza nuestra vocación. Una respuesta que acentúa la desproporción generosa de la recompensa: el ciento por uno.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Una experiencia de ese ciento por uno que promete Jesús la tienen tantos cristianos laicos que desde su condición en la sociedad entregan sus mejores energías a trabajar por el Reino de Dios. Ya saben lo que es la generosidad de Dios en este mundo, a la vez que esperan en el otro la vida eterna prometida al siervo bueno y fiel. Esta experiencia también la tienen los que han abrazado la vida religiosa o el ministerio ordenado dentro de la comunidad como estado permanente de vida. Han entrado en la dinámica de este otro género de familia y parentesco: los hermanos y los hijos los cuentan por centenares y miles. No han formado familia propia, pero no por eso han dejado de amar: al contrario, están más plenamente disponibles para todos, movidos de un amor universal, no por una paga a corto plazo» (José Aldazabal).

El discípulo de Nuestro Señor Jesucristo no tiene resueltos sus problemas. El seguimiento a Nuestro Señor se puede comparar con la aventura de embarcarse con él con una disposición plena para afrontar todas las tormentas que se presenten a lo largo de una travesía de toda la vida. Porque la cruz es inseparable del seguimiento, pero llevarla con alegría y cumpliendo las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, asegura la vida eterna después del dulce llamado, cuando el Señor nos diga: «Vengan, benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era emigrante y me recibieron, estaba desnudo y me vistieron, estaba enfermo y me visitaron, estaba encarcelado y me vinieron a ver» (Mateo 25,34-36). Así culminará nuestra ansiada liberación.

Hermanos, entrar en el Reino, como lo dice Nuestro Señor Jesucristo, rebasa las capacidades humanas, es un don gratuito de Dios. Solo Dios nos puede hacer entrar en el Reino y liberarnos de todas las esclavitudes. Solo Él.

Seguir al Señor consiste en practicar la justicia, la solidaridad y la fraternidad como frutos del amor y de la fe cristiana. Una fe firme que no requiere adquirir seguros para enfrentar los riesgos, porque si tenemos a Jesucristo, ninguna cosa nos hará falta. Esta es nuestra vocación y debemos ejercitarla en nuestras familias, en el trabajo, en los estudios, en la comunidad o por donde vayamos.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Concédenos, Señor, que el mundo progrese según tu designio de paz para nosotros, y que tu Iglesia se alegre en su confiada entrega.

Espíritu Santo, fuente del mayor consuelo, ilumina los corazones y las mentes de los gobernantes de todos los países para que elijan siempre el diálogo como medio de solución de los conflictos y nunca la guerra. Te lo pedimos con todo el corazón, amado Espíritu Santo.

Amado Jesús, te suplicamos abras las puertas de tu Reino a los difuntos y protege a las almas de las personas agonizantes para que lleguen a contemplar tu rostro.

Santísima Madre María, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con un texto de Santa Catalina de Siena:

«[Santa Catalina escuchó a Dios decir:] Pedro, me preguntó “Maestro, sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?” (Mt 19,27). Mi Verdad dio esta respuesta: “Recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna” (Mt 19,29). Como si hubiera dicho: Pedro, has hecho bien en dejar todo. Es el único medio de seguirme. ¡En retorno, te daré, en esta vida, ciento por uno!

¿Cuál es, querida hija, este céntuplo, que será seguido de Vida eterna? ¿Qué se entiende con esas palabras, qué quería decir mi Verdad? ¿Hablaba de bienes temporales? No directamente, aunque a veces los multiplico a beneficio de los que se muestran generosos con sus limosnas. ¿Entonces? Entiéndelo bien. El que me da su voluntad, me da “una” cosa: su voluntad. Yo por esta única cosa, le doy “cien”.

¿Por qué el número “cien”? Porque cien es el número perfecto, al que nada se puede agregar, a menos de recomenzar a contar por el primero. La caridad también es la más perfecta de las virtudes. Sólo podemos agregar algo a su perfección, volviendo al conocimiento de sí mismo, para recomenzar una nueva centena de méritos. Pero siempre es al número “cien” que llegamos y en el que nos detenemos. He aquí el céntuplo que di a los que me traen el “uno” de su voluntad propia, sea por obediencia común o por obediencia particular.

Con ese céntuplo obtienen la Vida eterna… Ese céntuplo es el fuego de la divina caridad. Porque recibieron ese céntuplo de mí, están en una maravillosa alegría que toma y llena todo su corazón».

Queridos hermanos: hagamos el propósito pedir al cielo los dones para que se multipliquen los frutos del ejercicio de nuestra vocación de seguimiento a Nuestro Señor Jesucristo por donde vayamos. Que la lectura orante de la Palabra, la Eucaristía, la Adoración al Santísimo Sacramento y la oración nos acompañen siempre en nuestra travesía.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.