JUEVES DE LA SEMANA VIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA VIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE

«Velen y oren para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil». Mt 26,41.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 26,36-42

Entonces fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo: «Siéntense aquí, mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo: «Me muero de tristeza; quédense aquí y velen conmigo». Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí este cáliz. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres». Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No han podido velar una hora conmigo? Velen y oren para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil». De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu imagen; sella mi corazón, por tu misericordia, tú, Dios por quien se consume mi corazón, mi lote perpetuo. Amén» (Balduino de Canterbury).

Hoy celebramos a Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y eterno sacerdote y lo hacemos meditando una parte del texto denominado “La oración en el huerto de Getsemaní”. Getsemaní, cuya traducción es “valle muy fértil”, era considerado un lugar santo, de oración.

En el pasaje evangélico se describe una escena dramática: en el momento de mayor angustia, la humanidad de Cristo se pone de manifiesto, Él se muestra como nuestro hermano. Sin embargo, nos muestra qué se debe hacer en momentos de desesperación: orar y orar, incesantemente.

En su oración manifestó sentimientos de agradecimiento, de alabanza y admiración, pero también oró por la angustia que sentía. Sus discípulos no perseveran en la oración asumiendo una actitud que se repetiría luego cuando lo negaron y huyeron por miedo a ser apresados.

Jesús está actuando como mediador entre los hombres y Dios Padre, y está decidido a ofrecer el mayor sacrificio que se le puede pedir a un hombre: entregar su propia vida en beneficio de la humanidad. De esta manera, Jesús actúa como un auténtico sacerdote, por eso es Sumo y Eterno Sacerdote.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Nuestro Señor Jesucristo se muestra como nuestro sublime modelo en el huerto de Getsemaní. En esos momentos, su humanidad se agiganta y, en su humildad, resplandece su divinidad.

Muchas veces, cuando la fe es frágil, las situaciones difíciles que atravesamos nos llevan a preguntarnos: ¿por qué a mí?, cuando precisamente, esos son los momentos para no dudar, para orar, reforzar nuestra fe y dar gloria a Dios. Los momentos difíciles, incluso de injusticia, cuando son soportados con paciencia, permiten que brille en el rostro humano los rayos de la luz divina.

Hermanos, si queremos seguir a Nuestro Señor Jesucristo tenemos que aprender de Él. Es imposible perseverar sin la oración. Dirijamos la mirada al Sumo y eterno sacerdote y respondamos: ¿Cómo es nuestra oración? ¿Estamos dormidos como los discípulos en la escena de hoy? ¿Estamos al lado de Nuestro Señor Jesucristo velando y orando? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a fortalecer nuestra fe a través de la oración incesante.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que para gloria tuya y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único sumo y eterno sacerdote, concede, por la acción del Espíritu Santo, a quienes él eligió para ministros y dispensadores de sus misterios la gracia de ser fieles en el cumplimiento del ministerio recibido.

Amado Jesús, Sumo y eterno sacerdote, haz crecer en nosotros la fe en el amor y paternidad de Dios Padre, para que nada ni nadie nos aleje de su bondad y de los planes de salvación que Él tiene para nosotros.

Amado Jesús, que en el huerto de Getsemaní sentiste tristeza y angustia, regálanos el don de perseverar en la oración en todo momento. Tú conoces nuestros corazones. Que tu Santo Espíritu nos mueva a alabarte en la angustia y en la alegría.

Amado Jesús, autor de la Vida, tú que eres la Vida misma, otorga el beneficio de la vida eterna a todos los difuntos de todo tiempo y lugar. Muestra Señor tu amor y misericordia con ellos y para con la humanidad.

Madre Santísima, Madre del Amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Bruno Maggioni:

«En la oración de Jesús justo antes de la pasión inminente, hay dos importantes puntos. El primero es la “turbación” de Jesús, que es indicio de un choque entre la Palabra y la existencia: un choque que no anula la Palabra ni la confianza del hombre en ella, sino que hace verdadera la Palabra y, consiguientemente, hace igualmente verdadera la respuesta misma del hombre.

El segundo dato es que, aun en medio de la angustia y el desconcierto, Jesús sigue estando firmemente seguro de ser Hijo. Pero nos parece justo insistir algo más en la oración de Jesús en Getsemaní, sobre todo en la cruda descripción que hace Marcos y Mateo. “Se postró en tierra”: postrarse en tierra es la actitud de la oración humilde, dependiente e implorante.

El hombre en su debilidad, pero también en su verdad, se sitúa frente a la omnipotencia divina, como Abrahán frente al Señor (Gén 17,3 y 17); o como Pedro (Lc 5,8) y los leprosos (Lc 5,12; 17,16) frente a Jesús. Sin embargo, en nuestro relato, Jesús ya no es el taumaturgo ante el que se postran los hombres, sino el hombre que, en su debilidad, suplica al Padre.

Getsemaní es el momento en que Jesús está en el lado del hombre que implora, no en el lado de Dios que escucha…

La oración que Jesús dirige al Padre consta de cuatro partes: la invocación (“Abba”), la profesión de fe (“tú lo puedes todo”), la súplica (“aparta de mí este cáliz”) y la aceptación de la voluntad de Dios (“pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”). Las tres primeras partes son comunes a muchas oraciones; la cuarta es original y recuerda la tercera invocación del Padrenuestro. Abba es un término de familiaridad que ya conocemos. Conmueve el que esta ternura confiada – encerrada precisamente en la expresión Abba – permanezca intacta incluso en el momento de la prueba y de la lamentación…

El silencio divino forma parte de la experiencia del hombre de estar delante de Dios. La experiencia del silencio de Dios no expresa la debilidad de la fe, sino la profundidad y la humanidad de la misma fe, y conduce al centro del hombre y de la historia; allí donde parecen contradecirse Dios y el hombre, donde Dios parece ausente o distraído, donde la muerte parece tener la última palabra sobre la vida, y la mentira sobre la verdad…

En Getsemaní habló el Padre, no con el milagro que libera de la muerte, sino con el coraje de afrontar la muerte pasando por ella. Si al comienzo del relato Jesús está angustiado y como petrificado, al final, después de haber orado, recupera la serenidad y la disposición… Este es el milagro tanto de la oración de Jesús como de la oración del hombre».

Queridos hermanos, estamos llamados a una unión orante y plena con la Santísima Trinidad. Dejemos que el Espíritu Santo nos impulse a vivir creando relaciones fraternas, y podamos anunciar a Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y eterno sacerdote, con la esperanza de llegar a la meta final: la plenitud en Dios y la gloria eterna.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.