DOMINGO XI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO XI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Vayan y proclamen que ha llegado el reino de los cielos. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios. Gratis han recibido, den gratis». Mt 10,7-8.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 9,36-10,8

En aquel tiempo, al ver Jesús a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayan a tierra de paganos ni entren en las ciudades de Samaria, sino vayan a las ovejas descarriadas de Israel. Vayan y proclamen que ha llegado el reino de los cielos. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios. Gratis han recibido, den gratis».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Sabemos cuál fue la reacción de los discípulos ante la desconcertante noticia que cambió la faz del mundo: lo dejaron todo al instante. Y Jesús dice enseguida que esta bella noticia es preciso proclamarla a todas las gentes, por doquier, por todo el mundo. Querríamos que este anuncio sacudiera también nuestra conciencia. Es una bella noticia para mí, y puede ser nueva. Es nueva cada vez que la escucho» (Mariano Magrassi).

El pasaje evangélico está integrado por los segmentos “Compasión de Jesús” (Mt 9,36-38) y “Llamado y envío de los Doce” (Mt 10,1-8). El primero se ubica también en Lc 10,2 y el segundo se encuentra en Mc 3,13-19 y en Lc 6,12-16.

Jesús ha anunciado el comienzo del reinado de Dios con palabras y obras. Su primer discurso, el Sermón de la montaña, ha sido confirmado por signos y milagros. Su fama debido a su poder liberador de toda clase de enfermedades y dolencias ha atraído a una multitud de pobres y necesitados.

Éste es el escenario donde se desarrolla el envío misionero de los Doce, quienes aprenderán en compañía de Jesús el alcance de la misión, la manera de llevarla a cabo y la iniciativa de Dios que se anticipa con el llamado. Los elegidos son doce, número que indicaba la totalidad de las tribus de Israel (19,28) y que ahora representa la universalidad del nuevo pueblo de Dios.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Nuestro Señor Jesucristo conoce nuestras fragilidades, penas, fatigas, esperanzas. Su mirada no se aparta de los hombres y mujeres que se acercan a Él para escuchar sus palabras y los latidos de su corazón.

Con esa misma ternura y misericordia dirige su mirada a sus discípulos para que compartan el mismo amor que Él siente por la humanidad, y les confía el doble mandato de la oración y la misión; mandato que tiene como acompañantes a la pobreza de corazón, a la gratitud y la gratuidad.

En la actualidad, hay muchos hermanos nuestros que vagan por el mundo sin un propósito de vida, buscando en vano el consuelo y la felicidad. A ellos desea llegar Jesús. Por ello, cada uno de nosotros, sea cual sea nuestro estado de vida, puede convertirse con la gracia de Dios en obrero de su mies. Jesús nos llama para enviarnos lejos, a distancias que no se miden con kilómetros, sino con el amor, siendo portadores de su paz y de su luz.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha con bondad nuestras súplicas y, pues sin ti nada puede la fragilidad de nuestra naturaleza, concédenos siempre la ayuda de tu gracia, para que, al poner en práctica tus mandamientos, te agrademos con nuestros deseos y acciones.

Espíritu Santo, haznos obreros incansables del reino, portadores de bondad y de paz, recorriendo los caminos de la humanidad para dejar en nuestros hermanos el testimonio del amor del Padre y del Hijo.

Padre eterno, concede a nuestros hermanos difuntos la gloria de la resurrección en el último día.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Juan Pablo II:

«En este Día del Señor, estamos reunidos para recibir el don que Dios nos ofrece en la persona de su Hijo. Jesús mismo viene en medio de su pueblo para consolarlo, para hacerlo “un reino de sacerdotes, una nación santa” (Ex 19,6). Él viene a revelar a los hombres que “el Reino de los cielos está cerca” (Mt 10,7). Recibamos este mensaje con fe; Dios se compadece de su pueblo cansado y abatido.

Queridos amigos que habéis venido esta mañana para celebrar la Eucaristía, estoy feliz de recibirlos en este lugar dedicado a la Virgen María, quien permitió que el don de Dios floreciera plenamente en ella. A cada uno de vosotros también, el Señor os hace el don de su presencia amorosa que transforma vuestra vida.

“La mies es abundante pero los trabajadores son pocos” (Mt 9,37), dice Jesús a sus discípulos antes de enviarlos a una misión. Hoy, esta palabra está dirigida a vosotros en particular. El Señor os invita a acoger el Reino que ha inaugurado entre nosotros. Os invita a seguir a Jesús, a ser sus verdaderos testigos entre vuestros hermanos, a ser entre ellos signos de la presencia de la salvación de Dios. Os animo a que dejéis crecer en vosotros la certeza de que nos hemos reconciliado con Dios en la muerte y resurrección de su Hijo. A todos aquellos que están desanimados, siendo probados, abandonados al borde del camino, id y anunciadles la Buena Nueva: Dios nos ama “y la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros, cuando éramos aún pecadores” (Rom 5,8).

Como los doce discípulos, habéis sido llamados por vuestro nombre para participar en la obra de Cristo. Permaneced fieles a esta llamada, profundizad en las exigencias de vuestra vocación cristiana, en la forma particular en que Dios os ha llamado. Fundad firmemente vuestra fe en Aquel que os eligió para ser mensajeros de su Buena Nueva en medio de vuestros hermanos y hermanas. Y vosotros, jóvenes, no tengáis miedo de responder generosamente al Señor y seguir su camino. Es Él vuestra esperanza, vuestro verdadero gozo, es en Él donde encontraréis la plena realización de vuestra vida.

“Rogad, por tanto, al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38). Que vuestra oración personal y comunitaria se preocupe por la misión universal de la Iglesia. Por medio de ella, implorad a Dios para que más y más “discípulos” acepten ser servidores de su designio de reconciliación y salvación para todos los hombres.

“Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis” (Mt 10,8). La invitación de Cristo nos lleva a considerar que la gratuidad constituye la forma de ser y actuar de Dios: eligió gratuitamente a Israel para que fuera su pueblo; gratuitamente ofreció a su Hijo unigénito para la redención del mundo; gratuitamente escogió a los Doce, llamándolos por su nombre, para hacerlos apóstoles del Reino de los cielos.

La Virgen María es también un signo singular de esta lógica divina: concebida sin mancha del pecado original, Nuestra Señora brilla a través de la gracia divina que exalta en ella la admirable iniciativa del Padre celestial. Por lo tanto, ella ofrece un testimonio vivo de que el pecado no podría destruir el plan original de Dios para el hombre.

Interpelados por este misterio de amor, respondemos, queridos hermanos y hermanas, como María, con todas nuestras vidas: hemos recibido gratuitamente, damos gratuitamente».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.