SÁBADO XII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO XII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Pero una palabra tuya bastará para que mi siervo quede sano». Mt 8,8.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 8,5-17

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en mi casa a mi siervo que está en cama paralítico y sufre mucho». Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo». Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Pero una palabra tuya bastará para que mi siervo quede sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro; “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace».

Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «En verdad les digo que en Israel no he encontrado a nadie con tanta fe. Les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos; en cambio, a los hijos del Reino los echarán fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes». Y al centurión le dijo: «Ve, que se cumpla lo que has creído».

Y en aquel momento el criado quedó sano. Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en cama con fiebre; le tocó la mano, y la fiebre se le pasó. Ella se levantó y se puso a servirle. Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados. Él, con una palabra, expulsó los espíritus y curó todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: “Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades”».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Jesús sigue ahora, desde su existencia de Resucitado, en la misma actitud de cercanía y de solidaridad con nuestros males. Sigue cumpliendo la definición ya anunciada por Isaías y recogida en el evangelio de hoy: “Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades”. Quiere curarnos a todos de nuestros males… Jesús nos quiere tomar de la mano, o decir su palabra salvadora, y devolvernos la fuerza y la salud. Nuestra oración, llena de confianza, será siempre escuchada, aunque no sepamos como. Antes de acercarnos a la comunión, en la misa, repetimos cada vez las palabras del centurión de hoy: “no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. La Eucaristía quiere curar nuestras debilidades. Ahora no nos toma de la mano, o pronuncia palabras. El mismo se hace alimento nuestro y nos comunica su vida: “el que come mi Carne permanece en mí y yo en él… el que me come vivirá de mí, como yo vivo de mi Padre”» (José Aldazabal).

El pasaje evangélico de hoy se ubica inmediatamente después del texto que meditamos ayer sobre la curación del leproso. El texto de hoy narra dos sanaciones, exorcismos y otras curaciones. En primer lugar, sana al muchacho de un centurión. Tengamos en cuenta que el centurión era el jefe de cien hombres del ejército romano, representante del colonialismo y, a la vez, pagano, lo cual lo convertía en una persona detestada por los judíos. Pero, por su fe entra en la nueva comunidad y se convierte en una persona ejemplar.

Las palabras del centurión se han convertido en una de las más hermosas oraciones litúrgicas con que nos preparamos para comulgar: “Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.

En segundo término, Jesús sana a la suegra de Pedro. Ella, una vez sana, se puso a servirle, tal como lo expresa el versículo 15. Esto es un indicativo de que la sanación capacita para el servicio.

Finalmente, en tercer lugar, expulsa demonios y sana a todos los enfermos que se le acercaban. De esta manera, las personas, con la sanación, no solo quedan listas para el servicio, sino también recuperan la dignidad de hijos de Dios.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La fe inquebrantable del centurión en Jesús es realmente admirable y nos llena de asombro. A la vez, es un maravilloso ejemplo que debemos cultivar con nuestra plena disponibilidad de servicio, y pidiendo al Espíritu Santo la gracia para alcanzar dicha fe y humildad. Porque no puede haber fe verdadera sin una profunda humildad.

Es también una lección, ya que a veces rechazamos a personas que no forman parte de nuestra comunidad e incluso de nuestro credo, pero que, sin embargo, son ejemplo de actitud y fe inquebrantable. Por ello, que la lectura de hoy sea un llamado para que confiemos nuestros planes a Nuestro Señor Jesucristo y nos abandonemos en Él para conseguir la sanación de nuestro espíritu y la paz de nuestro corazón.

Queridos hermanos, meditando la palabra, es conveniente que nos preguntemos: ¿Cómo está nuestra confianza y fe en Nuestro Señor Jesucristo? Que las respuestas a esta pregunta nos impulsen a confiar plenamente en Nuestro Señor Jesucristo, pidiendo la gracia, al cielo, de aumentar nuestra fe.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Señor, creemos, pero aumenta nuestra fe.

Amado Jesús, acepta nuestro deseo de acercarnos más a tu sagrado corazón, te suplicamos nos envíes tu Espíritu Santo para que nos ayude a ser humildes y a aumentar nuestra fe en tu bondad, y dar testimonio tuyo a través de nuestras vidas.

Amado Jesús, otórgale a la Iglesia la fe y la humildad del centurión, que transformó su confianza y humildad en un prodigio de amor y de fe.

Amado Señor Jesús, te suplicamos recibas en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.

Dulce Madre María, Madre celestial, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Jerónimo:

«La suegra de Simón estaba acostada con fiebre. ¡Ojalá venga y entre el Señor en nuestra casa y con un mandato suyo cure las fiebres de nuestros pecados! Porque todos nosotros tenemos fiebre. Tengo fiebre, por ejemplo, cuando me dejo llevar por la ira. Existen tantas fiebres como vicios. Por ello, pidamos a los apóstoles que intercedan ante Jesús, para que venga a nosotros y nos tome de la mano, pues si él toma nuestra mano, la fiebre huirá al instante.

Él es un médico egregio, el verdadero protomédico… Y acercándose a aquella, que estaba enferma… Ella misma no pudo levantarse, pues yacía en el lecho, y no pudo, por tanto, salirle al encuentro al que venía. Mas este médico misericordioso acude él mismo junto al lecho…

Pero ya que te encuentras oprimida por la magnitud de las fiebres y no puedes levantarte, yo mismo vengo. Y acercándose, la levantó. Ya que ella misma no podía levantarse, es tomada por el Señor…

Con su mano tomó el Señor la mano de ella. ¡Oh feliz amistad, oh hermosa caricia! … Que toque también nuestra mano, para que sean purificadas nuestras obras, que entre en nuestra casa: levantémonos por fin del lecho, no permanezcamos tumbados. Está Jesús de pie ante nuestro lecho… Levantémonos y estemos de pie: es para nosotros una vergüenza que estemos acostados ante Jesús. Alguien podrá decir: ¿dónde está Jesús? Jesús está ahora aquí. “En medio de vosotros -dice el evangelio- está uno a quien no conocéis”. “El Reino de Dios está entre vosotros”. Creamos y veamos que Jesús está presente. Si no podemos tocar su mano, postrémonos a sus pies. Si no podemos llegar a su cabeza, al menos lavemos sus pies con nuestras lágrimas. Nuestra penitencia es ungüento del Salvador… Sirvamos también nosotros a Jesús. Él acoge con gusto nuestro servicio».

Queridos hermanos: pidamos diariamente la intervención del Espíritu Santo para que nos conceda la gracia de incrementar nuestra fe. Acompañemos estas peticiones con la oración frecuente y la meditación diaria de la Palabra, con el fin de conocer más a Nuestro Señor Jesucristo. Así mismo, que la Santa Eucaristía, en las condiciones actuales, sea nuestro alimento del alma.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.