DOMINGO XIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO XIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» Mt 11,25.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,25-30

En aquel tiempo, Jesús exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«Una alabanza de gloria es un alma que permanece en Dios, que lo ama con un amor puro y desinteresado, sin buscarse a sí misma en la dulzura de este amor; es un alma que lo ama por encima de todos sus dones y aunque no hubiera recibido nada de él. Una alabanza de gloria es un ser en continua acción de gracias; cada uno de sus actos, de sus movimientos, de sus pensamientos, de sus aspiraciones, al mismo tiempo que se enraízan cada vez más profundamente en el amor, son como un eco del Sanctus eterno» (Santa Isabel de la Trinidad).

El texto de hoy pertenece a la parte narrativa del Discurso de la misión (capítulos 11 y 12 de Mateo) que comprende todo el capítulo 10.

Hoy recibimos aire fresco espiritual, bebemos un sorbo de agua de un manantial de agua viva que sacia nuestra sed de caminantes, depurada por el amor divino. El pasaje evangélico de hoy tiene tres segmentos. En el primero, Jesús bendice a Dios Padre mediante una hermosa plegaria de agradecimiento, alegría, amor y alabanza a Dios Padre después del regreso de los setenta y dos discípulos, quienes expresaban su alegría por los resultados que obtuvieron en la misión que Jesús les encomendó. En el segundo segmento, Jesús se presenta como el camino que lleva a Dios Padre y, en el tercero, Jesús hace un llamado a la humildad, una invitación a construir un mundo de paz, con la sencillez del corazón.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

En esta pequeña plegaria de agradecimiento y alabanza que Jesús dirige a Dios Padre sobresale la virtud de la humildad de los “pequeños”, quienes logran comprender y aceptar los misterios del amor de Nuestro Señor Jesucristo, dejando de lado todo interés personal.

Mientras que el mundo promueve conductas que elevan la autosuficiencia de las personas, el egoísmo y la soberbia, Nuestro Señor Jesucristo nos enseña que la humildad es la llave maestra para aceptar y acercarse al amor y misericordia de Dios. Nuevamente, la lógica divina no sigue los razonamientos humanos; las cosas del cielo solo son transparentes para los que tienen un corazón dispuesto y humilde.

Así mismo, Jesús invita a todos los que sufren bajo el peso de la vida y les promete su descanso, su alivio y su paz, a través de la ternura y el acogimiento que consuela y revitaliza.

Hermanos: a la luz de la Palabra, respondamos: ¿Cuáles son las situaciones que nos alejan de la virtud de la humildad? ¿Cómo es nuestra oración? ¿Cuál es nuestra actitud frente a las personas más humildes que sufren necesidades materiales y espirituales? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a profundizar con fe y humildad en las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, con el fin de ponerlas en práctica en nuestras vidas.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que en la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles una santa alegría, para que disfruten del gozo eterno los que liberaste de la esclavitud del pecado.

Amado Jesús, otórganos la virtud de la humildad para comprender tus enseñanzas y ponerlas en práctica en nuestras familias, comunidades, amistades, centros de trabajo y estudios, y por donde vayamos.

Amado Jesús, Rey de reyes, Señor de señores, tú que eres el camino, la verdad y la vida, atrae hacia ti a los pecadores y glorifícate llamando a los fieles difuntos a la resurrección.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesús que nos invita a no tener miedo de darle una respuesta radical. Tengamos en cuenta una reflexión de Ana María Cánopi:

«Éste es el más bello canto de amor filial que jamás se haya entonado en la tierra. El Hijo de Dios lo ha cantado, lejos de la casa paterna, lejos de la patria celestial, como los devotos israelitas durante el destierro elevaban a Dios salmos de conmovedora nostalgia.

Desde su corazón de pobre e Hijo cariñoso, Jesús, exultando en el Espíritu, eleva al Padre este himno de júbilo que revela el sentimiento de extrema pequeñez y confianza con el que, en cuanto hombre, se dirige a Dios, el Omnipotente, el Creador del cielo y de la tierra.

Jesús es el “pequeño” por antonomasia al que le han sido revelados los misterios del Reino de los Cielos. Para hacerse “pequeño”, Jesús se ha despojado de su gloria divina, y nosotros, para llegar a ser pequeños, en el sentido evangélico, tenemos que despojarnos del hombre viejo, del pecado.

Jesús se ha despojado de la gloria divina y ha asumido nuestra condición humana; nosotros tenemos que despojarnos de nuestra falsa grandeza, de nuestro orgullo, y seguirlo. El Espíritu Santo, cuando toca las cuerdas del corazón, las hace sensibles a las vibraciones de la gracia y suscita en ellas un canto divino, la música del amor. Sin embargo, Jesús no canturrea solo ni para sí; quiere atraer con su cántico a todos los hombres dispersos y reunirlos y restituirlos; para eso ha venido, junto a Dios, como hijo. Su canción se convierte en una inmensa sinfonía cósmica».

Queridos hermanos: hagamos el compromiso de purificar siempre nuestras almas y fortalecer nuestra fe. Contribuyamos a que nuestros hermanos hagan lo mismo y puedan sentir el amor misericordioso de nuestro Dios. Demos siempre el primer paso. Recordemos siempre, en Romanos 5,20: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia». Asistamos a la adoración del Santísimo Sacramento y a la Santa Eucaristía; así mismo, recemos el Santo Rosario en familia. Recemos por los demás.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.