SÁBADO XIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO XIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

SAN BUENAVENTURA, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

«Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte delante de mi Padre que está en el cielo» Mt 10,32.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 10,24-33

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belcebú, ¡cuánto más a los criados! Pero no les tengan miedo, porque no hay nada secreto que no llegue a descubrirse; nada escondido que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, díganlo ustedes en pleno día, y lo que escuchen al oído pregónenlo desde la azotea. No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo en el infierno. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ninguno de ellos cae al suelo sin que el Padre de ustedes lo disponga. En cuanto a ustedes hasta los cabellos de la cabeza están todos contados. Por eso no tengan miedo: valen más ustedes que muchos gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte delante de mi Padre que está en el cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en el cielo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«San Buenaventura establece ciertas correspondencias. Cada don combate un pecado capital y atrae una bienaventuranza. Así, el don de temor combate la soberbia y atrae la pobreza voluntaria o de espíritu; el don de piedad combate la envidia y atrae la mansedumbre; el don de ciencia combate la ira y atrae el llanto; el don de fortaleza combate la pereza y atrae el hambre y la sed de justicia; el don de consejo combate la avaricia y atrae la misericordia; el don de entendimiento combate la gula y atrae la pureza de corazón; y el don de sabiduría combate la lujuria y atrae la paz» (Mauricio Beuchot).

Hoy celebramos a San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia. Nació en Bañoreal, cerca de Vitervo, en Italia, en 1221. Se llamaba Juan, pero dicen que cuando era muy pequeño enfermó gravemente y su madre lo presentó a San Francisco, el cual acercó al niñito de cuatro meses a su corazón y le dijo: «¡BUENA VENTURA!» que significa: «¡Buena suerte!». Y el niño quedó curado, por eso cambio su nombre Juan por el de Buenaventura. Tomó los hábitos de la orden seráfica llegando a ser superior general de los frailes menores; se le conoce como el segundo fundador de la orden franciscana.

Al término del Concilio de Lyon, dirigido por San Buenaventura, por orden del Sumo Pontífice, el santo sintió que le faltaban las fuerzas, y el 15 de julio de 1274 murió santamente asistido por el Papa. San Buenaventura se caracterizaba por su humildad y caridad. Recibió el título de «Doctor Seráfico» por las virtudes angélicas que realzaban su saber. Fue canonizado en 1482 y declarado Doctor de la Iglesia en 1588.

Este pasaje evangélico también se encuentra en el discurso sobre la misión apostólica. Hoy, Jesús enseña a los apóstoles que la misión y la persecución van unidas, porque el anuncio del reino de Dios tiene un carácter revolucionario ya que subvertirá el orden espiritual basado en el egoísmo, el poder humano y otras motivaciones que provienen de la oscuridad.

«No tengan miedo», repite tres veces Jesús, reforzando la confianza y perseverancia de los discípulos en medio de las dificultades, porque el juicio lo descubrirá todo, y el único temor que deben sentir es el temor de ofender a Dios; en este sentido, no deben lamentar la muerte sino el pecado. Así, Jesús ofrece una poderosa motivación ante las adversidades, destacando la fuerza incontenible del Evangelio. En suma, no debemos negar a Jesús ante los hombres para que Jesús no nos niegue ante Dios Padre.

Además, Jesús señala con un lenguaje universal que la Providencia Divina está presente en todo momento, que todo lo dispone Dios Padre, que cuida de sus hijos hasta el extremo de que «hasta los cabellos de la cabeza están todos contados». Por ello, todos estamos llamados a testimoniar a Cristo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Toda nuestra vida, por muda que sea debe dar testimonio del Evangelio. Toda nuestra existencia, todo nuestro ser debe gritar el Evangelio sobre los techos. Toda nuestra persona debe respirar a Jesús. Todos los actos de nuestra vida deben gritar que le pertenecemos y deben ser una imagen de vida evangélica. Todo nuestro ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo en lo que resplandezca la imagen de Jesús» (San Carlos de Foucauld).

Como se aprecia, la misión y la persecución están unidas debido al carácter revolucionario de las enseñanzas de Jesús. Jesús, con su ejemplo valiente para enfrentar a los enemigos, nos anima y nos otorga la fuerza del Espíritu Santo para la misión que tiene cada uno de nosotros en nuestras familias, centros de trabajo, de estudios, comunidades y por donde vayamos.

La misión requiere nuestra plena disponibilidad para que el Espíritu Santo moldee nuestros corazones, nos prepare para defender nuestra fe y pongamos en práctica las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.

Hermanos: respondamos desde lo profundo de nuestros corazones: ¿Cómo enfrentaríamos rechazos, incluso persecuciones, por seguir a Nuestro Señor Jesucristo? Que las respuestas a esta pregunta nos ayuden a fortalecer nuestro espíritu y a estar preparados para hacer frente a ataques por creer y seguir a Nuestro Señor Jesucristo, a Dios Padre, al Espíritu Santo y a nuestra Santísima Madre María.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, Dios todopoderoso, concede a cuantos hoy celebramos la fiesta de tu obispo san Buenaventura la gracia de aprovechar su admirable doctrina e imitar los ejemplos de su ardiente caridad.

Santísima Trinidad: que los sacerdotes y consagrados sigan anunciando tu reino con la fuerza y el amor que solo viene de ti.

Padre eterno, te rogamos envíes hermanos y hermanas dispuestos a aceptar la misión con todas las implicancias que ella tiene.

Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, concédenos los dones para cumplir la misión que Dios ha inscrito en nuestros corazones para seguir a Nuestro Señor Jesucristo en medio del rechazo y la incomprensión del mundo y de aquellos hermanos que, equivocadamente, siguen ideologías que provienen de las tinieblas.

Amado Jesús, misericordia infinita, acoge con tu perdón a las almas de todos los difuntos, especialmente, de aquellos más necesitados de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia y Madre de la Iglesia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Juan Crisóstomo:

«Cristo parece decirnos: “Yo he dado el comienzo, he marcado los primeros pasos, pero quiero que la obra comenzada sea perfeccionada por medio de vosotros”. Son palabras de quien quiere inspirar valor y confianza, de quien quiere asegurar a los suyos de que triunfarán sobre todas las dificultades y disipar la angustia que les inspira la previsión de las calumnias de las que han de ser objeto…

Observad cómo Jesús eleva a sus discípulos no solo por encima de los afanes, de las inquietudes, de los peligros, de las insidias, sino les enseña también a despreciar la muerte, que parece la desgracia más terrible de todas. Jesus se comporta siempre así, es decir, habla, no con argumentaciones de tal tipo que lleven a los hombres a aceptar lo contrario de lo que pensaban antes.

¿Teméis a la muerte y este temor os impide predicar? Pues bien, precisamente porque teméis a la muerte debéis predicar, puesto que solo eso podrá salvaros de la muerte verdadera. Aunque vuestros enemigos los maten, por muchos esfuerzos que hagan, no podrán tocar la parte más noble de vosotros. Dado que Dios lo sabe todo -dice Cristo- y puede y quiere salvaros, no penséis nunca que él os abandonará. “No temáis, vosotros valéis más que todos los pájaros” (Mt 10,31). A pesar de todas estas exhortaciones, nosotros hacemos ahora lo contrario de lo que Cristo nos manda.

Después de haber puesto en fuga el terror y la angustia, Cristo comienza de nuevo a animarlos. Disipa un temor con otro temor, pero añade también la esperanza de grandes recompensas. Cuanto más largos y duros sean los sufrimientos del justo al confesar a Cristo, tanto más crecerá su alegría eterna. Vosotros me habéis confesado con valor aquí en la tierra -dice Cristo- y yo os prometo una recompensa infinitamente por encima de vuestros méritos, porque os confesaré en el cielo.

¿Por qué os afanáis entonces, por qué queréis buscar aquí vuestro premio, vosotros que estáis salvados en la esperanza? Si hacéis el bien en la tierra y no recibís aquí recompensa alguna, no os turbéis, incluso alegraros, porque eso significa que os está reservada para el tiempo futuro, es decir, para la eternidad, una recompensa más grande que vuestros méritos».

Queridos hermanos: hagamos la promesa individual y comunitaria de identificar con claridad nuestra misión y de seguirla pese al rechazo e incomprensión de un mundo que está inspirado por ideologías contrarias a la luz de Nuestro Señor Jesucristo.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.