LECTIO DIVINA DEL LUNES XVIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
«Comieron todos hasta saciarse y recogieron doce canastos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños» Mt 14,21.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 14,13-21
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en una barca, a un sitio tranquilo y apartado. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús la muchedumbre, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a los poblados y compren algo de comer». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, denles ustedes de comer». Ellos le replicaron: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Tráiganmelos». Mandó a la gente que se sentara sobre la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos y los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron doce canastos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Levanta los ojos al cielo para enseñarnos a dirigir hacia allí nuestra mirada. Tomó en sus manos los cinco panes y los dos pececitos, los partió y se los dio a sus discípulos. Cuando el Señor parte los panes abundan los alimentos. En efecto, si hubieran permanecido enteros, si no hubieran sido cortados en trozos ni divididos en cosecha multiplicada, no hubieran podido alimentar a las gentes, los niños, las mujeres, a una multitud tan grande» (Manuel Garrido Bonaño).
El milagro de la multiplicación de los panes que meditamos hoy tiene tres significados fundamentales: en primer lugar, tiene un sentido mesiánico ya que puede ser entendido como la distribución del nuevo maná, aludiendo al alimento que Moisés dio al pueblo judío en el desierto, camino hacia la tierra prometida.
En segundo lugar, tiene un sentido de Iglesia, ya que encarga a los discípulos la distribución de los panes bendecidos por él a la muchedumbre. De esta manera, refuerza la fe de los discípulos en su poder divino y en la misión de la Iglesia para extender la Palabra a toda la humanidad.
El tercer significado prefigura a la Eucaristía en la última cena, así como el reconocimiento de Jesús como el pan vivo bajado del cielo, que sacia nuestra hambre espiritual en forma permanente.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La mayor enseñanza del milagro de la multiplicación de los panes es la convicción de saber que, quien sigue a Jesús, nunca queda defraudado. Si afrontamos situaciones difíciles sin ceder a la tentación de la duda y el desánimo y nos abandonamos al poder de la gracia, recibiremos la fuerza necesaria para llevar a cabo la misión encomendada.
Sin embargo, la fe sigue siendo un reto por encima de nuestros esfuerzos humanos. Es imprescindible invocar al Espíritu Santo para que nos otorgue esta gracia. la humanidad, en el estrepitoso fracaso de muchos de sus esfuerzos y aspiraciones, es consciente de que necesita la ayuda que solo viene de lo alto; esta ayuda es un don gratuito, de un valor inconmensurable, que viene del amor de Dios, de su compasión por nuestros pecados. Por ello, en la multiplicación de los panes, Nuestro Señor Jesucristo nos da una muestra fehaciente de su misericordia y compasión, multiplicando nuestras pequeñas ofrendas en amor y alimento abundante.
Hermanos: respondamos a la luz de la Palabra: ¿Creemos y seguimos con firmeza a Nuestro Señor Jesucristo? ¿Creemos que Él es capaz de saciar nuestra hambre? ¿Tenemos los sentimientos de compasión, misericordia y solidaridad con nuestros hermanos más necesitados? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a comprender que la fe y la misericordia son dones que debemos pedir al cielo y que nuestro seguimiento a Dios debe ser a través del prójimo más necesitado.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Espíritu Santo, ilumina nuestra mente y corazón para que seamos capaces de reconocer a Nuestro Señor Jesucristo en todo acto de caridad fraterna.
Amado Jesús: otórganos la gracia de seguirte sin desánimo y que la Eucaristía sea para nosotros fuente de fortaleza espiritual para cumplir tus preceptos y ayudar a todos nuestros hermanos, especialmente, a aquellos que han perdido toda esperanza.
Padre eterno y misericordioso, tú que nos otorgas la salvación que nos libra de nuestros enemigos, te suplicamos que recibas en tu Reino a las benditas almas del Purgatorio.
Madre Santísima, Reina de los ángeles, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Louis Evely:
«Hoy, como hace dos mil años, Cristo ve venir hacia él muchedumbres numerosas que tienen hambre, por las que siente compasión, a las que llama, a las que pide el corazón. Hoy como entonces, las provisiones, los recursos de la Iglesia, parecen irrisorios. Jesús pide, antes que nada, un acto de confianza, un gesto de abandono en sus manos; les dice: “Sentaos”.
Intentemos comprender: les ha pedido, naturalmente, lo que más les costaba. Mientras estaban de pie, no dependían más que de ellos mismos, tenían la posibilidad de irse a comer a sus casas… Es decir, podían marcharse. Ahora bien, al sentarse, renunciaban a bastarse a sí mismos, a arreglárselas por ellos mismos; dependían de él, estaban entregados, como las hostias sobre la patena del ofertorio.
Me parece que muchos dudaron ante aquella invitación. ¿Qué habríamos hecho nosotros en su lugar? Al final algunos se sentaron y otros lo hicieron a continuación. Y por fin llegó el gran momento, cuando se sentaron los cinco mil. Después empezó a circular el pan, pero el milagro ya había tenido lugar antes. El milagro más grande lo había obtenido el Señor de ellos: el milagro de su fe y de su amor.
¿Y nosotros? ¿Creemos en él? ¿Creemos que Cristo es capaz de saciar nuestra hambre? Nos diría antes de cualquier milagro: “¿Crees en mí? ¿Crees que puedo cambiar tu vida, llenarla, renovarla? ¿Crees que soy bastante poderoso y que te amo bastante para que puedas vivir, gracias a mí, una vida diferente de la que has vivido hasta ahora, de la que has vivido sin mí?”.
Queremos creer, sí, pero no vivimos de la fe. Siempre tendremos razones, óptimas razones para no creer. La fe seguirá siendo siempre un acto por encima de nuestras fuerzas naturales, una gracia a la que debemos abrirnos, una oscuridad que debemos soportar. Tener fe significa tener bastante luz para soportar un margen de oscuridad. Cuanto más oremos, más nos comunicaremos, más amaremos a Dios y a nuestro prójimo, y más convencidos estaremos de la realidad y de la presencia del objeto de nuestra fe».
Queridos hermanos: invoquemos al Espíritu Santo para que nos otorgue la fe que nos hace falta con el fin de creer en Nuestro Señor Jesucristo sin dudar y para que las obras de misericordia que realicemos en favor de aquellos hermanos más necesitados lleven el sello de su amor.
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.