DOMINGO XIX DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO XIX DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!». Mt 14,27.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 14,22-33

En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús ordenó a sus discípulos que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de la tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada, se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!». Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». Enseguida, Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?». En cuanto subieron a la barca, se calmó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Cuando en medio de los sufrimientos aguantemos durante las largas horas de la noche oscura que domina las pruebas, cuando hayamos luchado lo mejor que sabemos, evitando así el “naufragio de la fe”, podemos estar seguros de que, hacia el final de la noche, cuando la noche esté avanzada y el día comience, el Hijo de Dios vendrá a visitarnos caminando sobre las olas y apaciguando la tormenta» (Orígenes).

El pasaje evangélico de hoy, que relata los acontecimientos ocurridos después del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, también se encuentra en Marcos 6,45-52 y en Juan 6,16-21. El texto detalla que Jesús no fue con los discípulos porque ellos debían aprender a enfrentarse a las dificultades, unidos y fortalecidos por la fe que Jesús les transmitió. En medio de la oración, Jesús percibe que sus discípulos tenían problemas en la travesía y se acerca a ellos caminando sobre el agua, los anima y los calma.

El pasaje también destaca el entusiasmo y la flaqueza de Pedro, quien, sabiendo que es Jesús, desea experimentar el poder que domina la naturaleza. Jesús permite que él participe de ese poder. Pero Pedro tiene miedo, piensa que se hunde y grita: «¡Señor, sálvame!», Jesús lo ayuda y lo reprende: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?». Luego Jesús sube a la barca. Los discípulos asombrados reconocen la autoridad de Jesús y su identidad divina.

Pedro tiene más fuerza de lo que se imagina, pero tiene miedo ante el fuerte viento y no cree en el poder de Dios que existe en él. Muchas veces, la Iglesia y las comunidades que la integran no creen en la fuerza del Espíritu que existe en ellas, y que actúa mediante la fe. No se dan cuenta que esa es la fuerza de la resurrección.

Hermanos, aquella noche, fue la noche de la fe.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«El milagro no sirve para creer: sirve el encuentro con el Señor, sentir su mano. Porque el milagro primero no es la tempestad calmada; el milagro es la fuerza para continuar remando en medio de la borrasca, con el viento en contra, escrutando lo que falta para que acabe la noche» (Ermes Ronchi).

Este es uno de los episodios que mejor ilustra, por una parte, la situación de la Iglesia en su histórico caminar en medio de la dificultad y la tribulación. Y, por otra, destaca el acompañamiento permanente de Nuestro Señor Jesucristo resucitado a la Iglesia, con la firme promesa de su presencia (Mateo 28,20): «Yo estaré con ustedes siempre, hasta el final del mundo».

El más grande, grave y verdadero problema de la humanidad, de muchas comunidades y de nosotros, es que no nos postramos ante Nuestro Señor Jesucristo y le decimos con todas nuestras fuerzas, y de corazón: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios». Muchas veces somos presas fáciles del temor frente a la incertidumbre, y la angustia nos paraliza. No nos damos cuenta de que es imposible llegar a la otra orilla sin exponerse a las olas y al viento en contra.

Hermanos, meditando el pasaje evangélico, conviene preguntarnos: ¿Actuamos con fe en las tempestades de nuestras vidas? ¿Reconocemos la presencia permanente de Jesús? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a comprender que Nuestro Señor Jesucristo nos acompaña siempre en nuestras travesías cotidianas y es el Señor de lo imposible.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, nos postramos humildemente ante tus pies y renovamos nuestro seguimiento a tus enseñanzas: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios», y te pedimos que nos hagas capaces de acoger con fe todo lo que nos enseñas a cada instante a través de nuestras vivencias cotidianas.

Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, sostennos y cúranos con la fuerza de tus dones a fin de que en nuestras vidas se manifieste el poder del amor de la Santísima Trinidad.

Amado Jesús, tú que estás sentado a la derecha de Dios Padre, alegra con la visión de tu rostro a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima, Reina de los ángeles, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por el santo ministerio de todos los sacerdotes del mundo y por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de San Isaac el sirio:

«Al que tiene el corazón fundamentado en la esperanza de la fe no le falta nunca nada. No tiene nada, pero la fe hace que lo posea todo, tal como está escrito: “Todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis”.

La inteligencia está buscando siempre medios que le permitan conservar lo que ha adquirido; pero la fe dice que “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. Jamás el que ora vive tan solo del conocimiento intelectual. Siempre al miedo le sigue la duda; siempre el miedo y la duda se manifiestan en la búsqueda de las causas y en el examen de los hechos, porque el intelecto no se apacigua jamás.

A menudo el alma se ve expuesta a imprevistos, a dificultades, a numerosos tropiezos que la ponen en peligro, pero no pueden ayudarla en nada ni el intelecto ni las diversas formas de sabiduría. Por el contrario, la fe jamás es vencida por ninguna de estas dificultades. ¿Te das cuenta de la debilidad del conocimiento, y del poder de la fe? La fe dice: “Todo es posible para el que cree, porque no hay nada imposible para Dios”. ¡Oh inefable riqueza! ¡Oh mar que lleva en sus olas tales riquezas y desborda de maravillosos tesoros por el poder de la fe!».

Queridos hermanos: hagamos un examen de conciencia e identifiquemos las razones que nos impulsan a seguir a Jesús. Dispongamos nuestro corazón para seguir a Nuestro Señor Jesucristo en toda nuestra vida, en los buenos momentos y en las tribulaciones, reconociendo su amor y misericordia, pidiendo al cielo el don de la fe, y renovando nuestras fuerzas a través de los santos sacramentos.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.