LECTIO DIVINA DEL JUEVES XIX DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
Pedro acercándose a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». Mt 18,21-22.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 18,21-19,1
En aquel tiempo, Pedro acercándose a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo». El señor tuvo compasión de aquel siervo y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el siervo aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: «Págame lo que me debes». El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo y te lo pagaré». Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?». Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con ustedes mi Padre que está en los cielos, si cada cual no perdona de corazón a su hermano». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Los creyentes deben hacer la crítica de su propio espíritu y examinar atentamente los sentimientos íntimos de su corazón. Si encuentran en el fondo de su conciencia algún fruto de la caridad, que no duden que Dios está en ellos. Para devenir cada vez más capaces de recibir un huésped tan grande, que perseveren y crezcan en misericordia con los actos. Si Dios es amor, la caridad no puede conocer límites, ya que ningún límite pude encerrar la divinidad» (San León Magno).
Hoy culmina el cuarto discurso de Jesús que trata sobre el discipulado y la comunidad, llamado también discurso eclesiástico. Si seguimos el hilo conductor del perdón, el pasaje evangélico de hoy integra la parábola del perdón sin límites y toma el último segmento de las enseñanzas de Jesús sobre el perdón.
En el texto, Pedro formula a Jesús una pregunta “aritmética”: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?». Jesús responde con la expresión exponencial de setenta veces siempre. En la literatura judía, el número siete es símbolo de lo universal, de lo indefinido.
La lectura también presenta la parábola del perdón sin límites. Jesús coloca a la comunidad como un espacio de solidaridad y fraternidad, y reafirma la oración del Padrenuestro.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
En la actualidad, el mundo promueve la incorporación de la venganza, disfrazada de múltiples formas, en nuestras conductas personales y colectivas. Sin embargo, ¡Nuestro Señor Jesucristo nos llama a todo lo contrario! Jesús nos enseña a perdonar en todo momento, su petición exige un cambio de mentalidad, una transformación del corazón que exige pasar del egoísmo hacia el amor por el prójimo convertido en perdón.
Es muy importante tener en cuenta que Dios perdona nuestros pecados, principalmente por su gracia y por el amor que nos tiene, antes que por nuestros méritos. Jesús nos amplía los horizontes con su amor convertido en perdón, que, si se comparte con el prójimo, se multiplica. Es relativamente fácil reconocer nuestros pecados y pedir perdón, nos libera y nos abre un nuevo panorama; pero, perdonar de corazón a los demás, muchas veces resulta difícil porque tenemos que derribar nuestra soberbia y el egoísmo que promueven sentimientos de venganza.
Haciendo silencio en nuestro corazón y mirando los ejemplos de perdón que nos dio Jesús, respondamos: ¿Cuáles son las razones por las que me resulta fácil o difícil perdonar? Si tengo dificultades en perdonar, ¿cuáles son los sentimientos que debo transformar en mí para perdonar a los demás? Que las respuestas a estas preguntas nos permitan acercarnos más a Nuestro Señor Jesucristo.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Señor Jesús, que revelaste en cada acción tuya la misericordia de Dios Padre, envíanos los dones del Espíritu Santo para que seamos misericordiosos con nuestros hermanos, como Dios Padre y como tú eres, amado Señor, y que desterremos de nuestros corazones todo sentimiento de venganza.
Amado Jesús, por tu infinita misericordia, concede a las benditas almas del purgatorio la dicha de sentarse contigo en el banquete celestial; y a las personas moribundas, concédeles el perdón y la paz interior para que lleguen directamente al cielo.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Hermanos: contemplemos a Dios con una homilía de Juan Crisóstomo:
«Dos cosas, pues, son las que de nosotros quiere aquí el Señor: que condenemos nuestros propios pecados y que perdonemos los de nuestro prójimo… Pues aquel que considera sus propios pecados, estará más dispuesto al perdón de su compañero. Y no perdonar simplemente de boca, sino de corazón… Porque ¿qué es lo que pudo haberte hecho tu ofensor, comparado con lo que tú te haces a ti mismo cuando enciendes tu ira y te atraes contra ti la sentencia condenatoria de Dios? …
Nuestros mismos enemigos nos harán los mayores favores. Y no digo sólo los hombres. ¿Puede haber algo más perverso que el diablo? Y, sin embargo, hasta el diablo puede ser para nosotros ocasión de la mayor gloria, como lo demuestra la historia de Job. Sí, pues, el diablo puede ser para ti ocasión de corona, ¿a qué temes a un hombre enemigo? Mira, si no, cuánto ganas sufriendo con mansedumbre los ataques de tus enemigos.
En primer lugar, y ésta es la mayor ganancia, te libras de tus pecados; en segundo lugar, adquieres constancia y paciencia; en tercer lugar, ganas mansedumbre y misericordia, porque quien no sabe irritarse contra quienes le ofenden y dañan, con más razón será suave con los que le quieren. En cuarto lugar, te limpias definitivamente de la ira. ¿Y puede haber bien comparable a éste? Porque el que está puro de ira, evidentemente también estará libre de la tristeza, de la que es fuente la ira, y no consumirá su vida en vanos afanes y dolores. El que no sabe irritarse no sabe tampoco estar triste, sino que gozará de placer y de bienes infinitos.
En conclusión, cuando a los otros aborrecemos, a nosotros mismos nos castigamos: y al revés, a nosotros mismos nos hacemos beneficio cuando a los otros amamos. Sobre todo, esto, tus mismos enemigos, aun cuando fueren demonios, te respetarán; o, mejor dicho, con esta actitud tuya, ni enemigos tendrás en adelante…
Esforcémonos, pues, por no odiar a nadie, a fin de que Dios nos ame… Acaso te parezca por encima de tus fuerzas el imitar a Dios. Para quien vive vigilante, esto no es difícil. Pero, en fin, si te parece superior a tus fuerzas, yo te pondré ejemplos de hombres como tú. Ahí está José, que después de sufrir tanto por parte de ellos, fue el bienhechor de sus hermanos; ahí Moisés, que después de tanta insidia por parte de su pueblo, ruega a Dios por él; ahí Pablo, que, no obstante, no poder ni contar cuánto sufrió por parte de los judíos, aún pedía ser anatema por su salvación; ahí Esteban, que apedreado, rogaba al Señor que no les imputara aquel pecado. Considerando también estos ejemplos, desechemos de nosotros toda ira, a fin de que también a nosotros nos perdone Dios nuestros pecados, por la gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, y con el Padre y el Espíritu Santo la gloria, el poder y el honor ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén».
Hermanos: contemplemos hoy la pasión y la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, miremos el más grande e inconmensurable ejemplo de perdón y amor, y digamos: Señor, hoy hacemos el propósito de perdonar y olvidar las pequeñas ofensas que recibimos en nuestra convivencia cotidiana, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el trabajo y en todas las organizaciones a las que pertenecemos. Nos comprometemos a esforzarnos en disculpar y comprender a los demás, disimulando sus defectos; así como a reconocer la pequeñez de nuestro perdón, frente a la inmensidad del perdón que otorgó a la humanidad Nuestro Señor Jesucristo, en el momento de entregarte su espíritu.
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.