DOMINGO XXII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO XXII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» Mt 16,24.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 16,21-27

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por causa de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no te puede pasar». Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios». Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta»

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«La vida y la enseñanza de Cristo nos induce al “radicalismo”. No podemos contemporizar con los bienes y criterios de este mundo. Hay que sentirse solidarios con las exigencias de un cristianismo total. El genuino cristiano es siempre un hombre conscientemente crucificado con Cristo en medio de los hombres. En esto consiste su sacerdocio y su sacrificio cristiforme» (Manuel Garrido Bonaño).

El pasaje evangélico de hoy tiene dos segmentos: el primer anuncio de la pasión y resurrección que se ubica también en Mc 8,31-33 y en Lc 9,22, y el texto de las condiciones del discipulado que se encuentra también en Mc 8,34–9,1 y en Lc 9,23-27.

El relato del “primer anuncio de la pasión” presenta la gran paradoja del evangelio: el que busca salvar su yo, está perdiendo la vida. Tras la bienintencionada, aunque equivocada reacción egocéntrica de Pedro, Jesús lo reprende con firmeza, ya que ese modo de pensar no es de Dios, es decir, no corresponde a nuestra verdadera identidad. Al contrario, tal reacción, por más que parezca la mejor, se convierte para nosotros en un adversario, en una piedra de tropiezo que nos impide avanzar en la dirección adecuada.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La lectura puede resultar muy extraña en la actualidad, sobre todo, en un mundo que promueve las satisfacciones de la vida al máximo sin limitaciones de ningún tipo. Ante esta situación y a pesar de la fragilidad humana, el seguimiento a Jesús debe ser radical: el que quiera seguirlo, debe cargar con su cruz. Negarse a sí mismo, significa renunciar a ser el centro de uno mismo, colocando en ese lugar a Nuestro Señor Jesucristo. Cargar con la cruz, significa seguir a Jesús en medio de las dificultades que se pueden presentar, recordando que Él cargó con el madero y murió crucificado en la cruz. En este sentido, cargar la cruz y seguir a Jesús es una decisión de ganancia plena. Y Nuestro Señor Jesucristo recompensará a cada uno según su conducta.

Por ello, el seguimiento a Nuestro Señor Jesucristo es el centro de la vida cristiana, con los matices propios de cada vocación laical o consagrada; vocaciones dirigidas a la santidad que abren el misterio del Reino de los Cielos que Jesús inauguró. Por ello, si seguimos a Nuestro Señor Jesucristo en la primera etapa de su misterio pascual, cruz y muerte, tendremos la garantía de vivir con Él el segundo tiempo glorioso de su destino: resurrección y vida eterna.

Hermanos, meditando el pasaje evangélico, respondamos: ¿Cómo es mi seguimiento a Jesús? ¿Cargo con mi cruz cotidiana en mi seguimiento a Jesús? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a purificar nuestro seguimiento cristiano.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso, que posees toda perfección, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre y concédenos que, al crecer nuestra piedad, alimentes todo bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves.

Amado Jesús, tú que generaste las más hermosas respuestas de seguimiento de tus discípulos, despierta las vocaciones de seguimiento radical que están, especialmente, en los jóvenes.

Amado Jesús, Hijo de Dios vivo, concédenos a través del Espíritu Santo los dones para seguirte en el camino de la cruz y nos dejemos transformar por tu gracia, renovando nuestra forma de pensar para discernir cuál es tu voluntad.

Amado Jesús, misericordioso Salvador, ten compasión de los difuntos, especialmente de aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, modelo para todos los evangelizadores, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Benedicto XVI:

«También hoy, en el Evangelio, aparece en primer plano el apóstol san Pedro, como el domingo pasado. Pero, mientras que el domingo pasado lo admiramos por su fe sincera en Jesús, a quien proclamó Mesías e Hijo de Dios, esta vez, en el episodio sucesivo, muestra una fe aún inmadura y demasiado vinculada a la «mentalidad de este mundo» (cf. Rm 12,2).

En efecto, cuando Jesús comienza a hablar abiertamente del destino que le espera en Jerusalén, es decir, que tendrá que sufrir mucho y ser asesinado para después resucitar, san Pedro protesta diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! De ningún modo te sucederá eso» (Mt 16,22). Es evidente que el Maestro y el discípulo siguen dos maneras opuestas de pensar. San Pedro, según una lógica humana, está convencido de que Dios no permitiría nunca que su Hijo terminara su misión muriendo en la cruz. Jesús, por el contrario, sabe que el Padre, por su inmenso amor a los hombres, lo envió a dar la vida por ellos y que, si esto implica la pasión y la cruz, conviene que suceda así. Por otra parte, sabe también que la última palabra será la resurrección. La protesta de san Pedro, aunque fue pronunciada de buena fe y por amor sincero al Maestro, a Jesús le suena como una tentación, una invitación a salvarse a sí mismo, mientras que sólo perdiendo su vida la recibirá nueva y eterna por todos nosotros.

Ciertamente, si para salvarnos el Hijo de Dios tuvo que sufrir y morir crucificado, no se trata de un designio cruel del Padre celestial. La causa es la gravedad de la enfermedad de la que debía curarnos: una enfermedad tan grave y mortal que exigía toda su sangre. De hecho, con su muerte y su resurrección, Jesús derrotó el pecado y la muerte, restableciendo el señorío de Dios. Pero la lucha no ha terminado: el mal existe y resiste en toda generación y, como sabemos, también en nuestros días. ¿Acaso los horrores de la guerra, la violencia contra los inocentes, la miseria y la injusticia que se abaten contra los débiles, no son la oposición del mal al reino de Dios? Y ¿cómo responder a tanta maldad si no es con la fuerza desarmada y desarmante del amor que vence al odio, de la vida que no teme a la muerte? Es la misma fuerza misteriosa que utilizó Jesús, a costa de ser incomprendido y abandonado por muchos de los suyos.

Queridos hermanos y hermanas, para llevar a pleno cumplimiento la obra de la salvación, el Redentor sigue asociando a sí y a su misión a hombres y mujeres dispuestos a tomar la cruz y seguirlo. Como para Cristo, también para los cristianos cargar la cruz no es algo opcional, sino una misión que hay que abrazar por amor. En nuestro mundo actual, en el que parecen dominar las fuerzas que dividen y destruyen, Cristo no deja de proponer a todos su invitación clara: quien quiera ser mi discípulo, renuncie a su egoísmo y lleve conmigo la cruz. Invoquemos la ayuda de la Virgen santísima, la primera que siguió a Jesús por el camino de la cruz, hasta el final. Que ella nos ayude a seguir con decisión al Señor, para experimentar ya desde ahora, también en las pruebas, la gloria de la resurrección».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.