DOMINGO XXIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO XXIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» Mt 18,20.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18,15-20

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si tu hermano peca, llámale la atención a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Les aseguro, además, que, si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Otro fruto de la caridad en la comunidad es la oración en común. Dice Jesús: “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,19-20). La oración personal es ciertamente importante, es más, es indispensable, pero el Señor asegura su presencia a la comunidad que —incluso siendo muy pequeña— es unida y unánime, porque ella refleja la realidad misma de Dios uno y trino, perfecta comunión de amor. Dice Orígenes que “debemos ejercitarnos en esta sinfonía”, es decir en esta concordia dentro de la comunidad cristiana. Debemos ejercitarnos tanto en la corrección fraterna, que requiere mucha humildad y sencillez de corazón, como en la oración, para que suba a Dios desde una comunidad verdaderamente unida en Cristo» (Benedicto XVI).

El pasaje evangélico de hoy pertenece al cuarto discurso de Jesús, que trata sobre el discipulado y la comunidad, llamado también “Discurso eclesiástico de Jesús”. El texto está referido a la corrección fraterna, el perdón y la oración colectiva.

En cuanto a la corrección fraterna, Nuestro Señor Jesucristo brinda instrucciones claras a sus discípulos para afrontar los conflictos comunitarios y mantener la comunión y la unidad, siendo fieles a la Palabra a través de la corrección fraterna.

En relación con el perdón, la expresión de Jesús de atar y desatar se refiere a la autoridad y al encargo espiritual que Jesús confiere a sus apóstoles y a la Iglesia para perdonar los pecados y conducir a las almas. De esta manera, Jesús demuestra que la clemencia de Dios es mayor que nuestros pecados.

En lo que respecta a la oración colectiva, Jesús nos enseña que no es el número de los orantes lo que hace que se obtenga su divina presencia y las gracias solicitadas, sino la unanimidad en la fe. Si esto ocurre, dos personas llenan el firmamento de oración. La enseñanza más profunda de este último segmento radica en que compartimos la misma identidad con Jesús: la de ser hijos de Dios Padre.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Toda la comunidad está llamada a cuidar de todos sus miembros, especialmente de aquellos que están en pecado o en situaciones de riesgo. En este sentido, Nuestro Señor Jesucristo nos señala el deber de la corrección fraterna gradual y del perdón y de la oración comunitaria.

La corrección fraterna puede ser una simple llamada de atención amorosa y sincera, en privado, y puede convertirse en el consejo de una mayor cantidad de personas con el fin de hacer entender el error del hermano e invitarlo hacia el camino de la conversión. Por ello, no podemos caer en el pecado de la indiferencia. Dejemos de lado las inercias que arrastramos e incorporemos en nuestras vidas la sabiduría que Dios nos va regalando. Vivamos en conexión con nuestra verdadera identidad y, en consonancia con ella, ocupémonos unos de otros.

Así mismo, Nuestro Señor Jesucristo insiste amorosamente en la gran oferta de paciencia y misericordia de Dios Padre a través del perdón. Además, señala que la comunidad orante es un lugar privilegiado de la presencia de Jesús siempre que se den las condiciones y actitudes que Jesús señaló en la oración del Padrenuestro.

Hermanos, meditando el pasaje evangélico, respondamos: ¿Sabemos perdonar a los hermanos que nos ofenden? ¿Nos perdonamos a nosotros mismos? ¿Ayudamos a nuestros hermanos en pecado y/o en conflicto a tomar el camino de la reconciliación? ¿Oramos con fe? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a ser mejores hermanos y cristianos.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, por ti nos ha venido la redención y se nos ofrece la adopción filial; mira con bondad a los hijos de tu amor, para que cuantos creemos en Cristo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna.

Amado Jesús: tú que estás en medio de nosotros cuando oramos comunitariamente, presenta nuestras oraciones a Dios Padre; y concédenos, a través del Espíritu Santo, un deseo y un amor apasionado por la salvación de todos nuestros hermanos para que nadie quede excluido de la redención.

Amado Jesús, otorga a la Iglesia los dones para que siempre busque y acoja a aquellos hermanos que se han apartado de ti.

Amado Jesús, justo juez, tú que quieres que nadie quede excluido de tu acción redentora, concede tu misericordia a todas las almas del purgatorio, especialmente, a aquellas que más la necesitan.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de San Gregorio Magno:

«La ley de Dios debe entenderse que es el amor. Pero esta ley abarca muchos aspectos, porque el amor celoso y solícito incluye los actos de todas las virtudes. Esta multiplicidad de aspectos de la ley es enumerada adecuadamente por Pablo cuando dice: “El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es ambicioso ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal no se alegra de la injusticia, sino que goza, con la verdad”.

El amor es paciente, porque tolera con ecuanimidad los males que se le infligen. Es afable, porque devuelve generosamente bien por mal. No tiene envidia, porque, al no desear nada de este mundo, ignora lo que es la envidia por los éxitos terrenos. No presume, porque desea ansiosamente el premio de la retribución espiritual, y por esto no se vanagloria de los bienes exteriores. No se engríe, porque tiene por único objetivo el amor a Dios y al prójimo, y por esto ignora todo lo que se aparta del recto camino. No es ambicioso, porque, dedicado con ardor a su provecho interior, no siente deseo alguno de las cosas ajenas y exteriores. No es egoísta porque considera como ajenas todas las cosas que posee aquí de modo transitorio, ya que solo reconoce como propio aquello que ha de perdurar junto con él. No se irrita, porque, aunque sufra injurias, no se incita a sí mismo a la venganza, pues espera un premio muy superior a sus sufrimientos. No lleva cuentas del mal, porque, afincada su mente en el amor a la pureza, arrancando de raíz toda clase de odio, su alma está libre de toda maquinación malsana.

No se alegra de la injusticia, porque, anheloso únicamente del amor para con todos, no se alegra ni de la perdición de sus mismos contrarios. Goza con la verdad, porque, amando a los demás como a sí mismo, al observar en los otros la rectitud, se alegra como si se tratara de su propio provecho. Vemos, pues, cómo esta ley de Dios abarca muchos aspectos».

Queridos hermanos: hagamos el propósito de pedir el perdón por nuestros pecados. Así mismo, contribuyamos a que nuestros hermanos que están alejados de Nuestro Señor Jesucristo se acerquen al camino de la conversión. Contribuyamos a que la oración sea un signo de fraternidad y amor cristiano en nuestras comunidades.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.