LECTIO DIVINA DEL MARTES XXV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
«Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» Lc 8,21.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 8,19-21
En aquel tiempo, la madre y los hermanos de Jesús fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud. Entonces le avisaron: «Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte». Él les contestó: «Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Es propio del maestro ofrecer en su persona un ejemplo a los demás, y, al dictar sus preceptos, él mismo comienza por cumplirlos. Antes de prescribir a otros que quien no deja a su padre y a su madre no es digno del Hijo de Dios (Mt 10,37; Lc 14,26), Él se somete primero a esta sentencia: no condena la piedad filial con respecto a una madre; pues de Él viene el precepto “Quien no honra a su padre y a su madre, reo es de muerte” (Ex 20,12; Dt 27,16). Pero Él sabe que se debe a los ministerios de su Padre más que a los piadosos sentimientos para con su Madre. Los padres no son injustamente descartados, sino que Él enseña que la unión de las almas es más sagrada que la de los cuerpos» (San Ambrosio).
El pasaje evangélico de hoy se ubica después del texto denominado la luz de la lámpara, en el que Jesús señala que la luz del evangelio y de la fe que se ha recibido debe ser comunicada y compartida.
La lectura de hoy trata sobre el nuevo parentesco de Jesús. La nueva familia de Jesús escucha la palabra y la cumple; es una familiaridad por encima de los vínculos de la sangre. Las palabras de Jesús no menosprecian el amor de su madre y de su familia, sino que lo elevan al nivel del mandamiento del amor de Dios, al amor universal. Esto ocurre en un ambiente social en el que la tradición familiar no tenía una apertura amplia a la formación de comunidades. Por eso, cuando la familia intenta apropiarse de Jesús, Él reacciona y amplía la familia a un nivel celestial.
María, Nuestra Santísima Madre, realiza un discernimiento profundo para convertirse también en seguidora de Jesús, con fe y también renuncias para ponerse al servicio de Dios. Nuestra Santísima Madre, es madre de Jesús, no solo porque le dio la vida humana, sino también porque oyó y puso en práctica la Palabra de Dios.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Como Pedro, en Juan 6,68-69, confesemos también: «Señor, ¿a quién iremos? Si solo tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Santo de Dios».
Si escuchamos la Palabra de Dios con fe y la llevamos a la práctica, formaremos parte de la familia de Nuestro Señor Jesucristo, nos unirá a Él un nuevo parentesco, el de la comunidad celestial: esta familiaridad se hace realidad cumpliendo la voluntad de Dios.
El mundo promueve abiertamente que pongamos en primer lugar, y antes que Dios, una serie de afectos a algunas personas a quienes se les considera “ídolos” musicales, artísticos, deportivos, políticos, etc. Frente a esta situación, nuestro desafío es permanecer firmes y unidos a Nuestro Señor Jesucristo a través de la lectura, meditación y cumplimiento de su palabra.
Oremos por las vocaciones, por los consagrados y consagradas del presente y del futuro que llevan la familiaridad instaurada por Nuestro Señor Jesucristo por encima de los vínculos de la sangre, para que crezca la cercanía y la fraternidad universal, ya que todos compartimos la misma identidad.
Queridos hermanos, meditando la palabra, es conveniente que nos preguntemos: ¿Leemos y/o escuchamos de corazón la Palabra de Dios? ¿Somos conscientes de que el amor de Dios crea vínculos más fuertes que los de la sangre? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a evitar que algunos afectos terrenales se conviertan en algo más importante que Dios en nuestras vidas.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús, tú tienes palabras de vida eterna, aquí estamos Señor para seguirte, con nuestras virtudes y miserias, aquí estamos Señor, dispuestos a seguirte sin desmayar. Infunde en nuestros corazones la fortaleza y los dones de tu Santo Espíritu para nunca desmayar, ni en el momento extremo de nuestras vidas.
Padre eterno, te suplicamos perdones a los pecadores sus delitos y admite en tu reino a todos los difuntos de todo tiempo y lugar para que puedan contemplar tu rostro. Protege Señor a las almas de los agonizantes en el tránsito a la vida eterna en tu reino.
¡Dulce Madre, María!, Madre celestial, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo y a Nuestra Santísima Madre con un texto de Giorgette Blaquiere:
«Fue por inspiración del Espíritu Santo por lo que Pedro confesó su fe en Jesús, Mesías y Señor (Mt 16, 16; Mc 8,29). María vivió siempre en el Espíritu Santo, desde el primer momento de su concepción. Pero la efusión del Espíritu en Pentecostés hizo presa en ellos todos juntos, reunidos en la misma casa. Y esto es capital. La Iglesia de los comienzos no está formada por “antiguos combatientes” de la aventura de Jesús, ni es la reunión de personas que han recibido cada uno la efusión del Espíritu Santo y han decidido “formar Iglesia” juntos.
El Espíritu llenó “toda la casa” y cada uno tiene su parte de esta plenitud. María fue tomada en el fuego de Pentecostés, en el fuego del amor de Dios que quiere quemar por todas partes, según el deseo del corazón de Cristo: “He venido a traer fuego sobre la tierra, y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc 12,49).
En nuestra vida recibimos varias efusiones del Espíritu, varias manifestaciones del don de Dios, no idénticas, pero sí frecuentemente complementarias. No somos nosotros los que elegimos la modalidad en las que Dios va a venir a visitarnos. A veces recibiremos la efusión del Espíritu a través de una unción de paz: experimentamos una oscura y refrescante presencia en la sombra.
¿Por qué tener celos de aquel cuyo corazón está ardiente y cuyos carismas irradian? Dios da a cada uno según su sabiduría y en el momento oportuno. En este dominio, más que en cualquier otro, tenemos que renunciar a toda comparación y dejarnos llevar. Dios sabe lo que él espera de nosotros y en qué momento tenemos necesidad de sombra, de agua, de viento o de fuego. En consecuencia, entreguémonos al Espíritu según el modo que él quiera. Pero sepamos de antemano que todo nos viene, visible o invisiblemente, de la Iglesia y que todo lo que se nos da es para el bien común».
Queridos hermanos: pidamos diariamente la intervención del Espíritu Santo para que nos conceda la gracia de hacer realidad las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo y, así, formar parte la familia celestial. Acompañemos esta petición con la asistencia frecuente a la Santa Eucaristía, a la Adoración Eucarística y con el rezo del Santo Rosario.
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.