SÁBADO XXVII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO XXVII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» Lc 11,28.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,27-28

En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando, una mujer levantó la voz en medio de la multitud, diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron». Pero él le respondió: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Predica el evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras. Tus actos pueden ser el único sermón que algunas personas escuchen hoy día» (San Francisco de Asís).

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Bienaventuranza de la Palabra”, se encuentra luego de la lectura en la que algunas personas acusaron a Jesús de expulsar demonios en el nombre de Belcebú. Precisamente, después de reducir al silencio a sus adversarios y ante la admiración de la gente, Jesús enuncia una breve bienaventuranza que antepone la escucha y el cumplimiento de la Palabra a cualquier otra acción. La Palabra orienta, y si se cumple, se vive en la novedad permanente, aquella inspirada por el Espíritu Santo.

Así mismo, con esta bienaventuranza universal, Jesús hace uno de los mayores elogios a su madre y madre nuestra, la siempre Virgen María, porque ella escuchó y cumplió la Palabra de Dios. Ella nos enseña cómo acoger la Palabra de Dios, cómo encarnarla, vivirla, profundizarla, hacerla nacer y crecer.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«El espíritu humano no puede permanecer vacío de pensamientos. Si no se ocupa de las cosas de Dios, se queda fatalmente comprometido con lo que aprendió precedentemente. En el momento que no tiene adónde ir y ejercer su infatigable actividad, una pendiente ineludible lo lleva hacia los temas de la primera infancia… Recogidas con entusiasmo, cuidadosamente posadas y nominadas en los retiros del alma, portando el sello del silencio, él recibirá palabras sanadoras como el vino de suave perfume que alegra el corazón del hombre. Maduradas por largas reflexiones y en la lentitud de la paciencia, las versará del receptáculo del pecho, con olas de exquisitos perfumes. Como un manantial incesante, abundarán en los conductos de la experiencia y canales plenos de virtudes. Surgirán de su corazón, como de un abismo, en ríos inagotables» (San Juan Casiano).

Nuestro Señor Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Escuchar y cumplir la Palabra significa seguir el camino que Jesús ha trazado, creer en la Verdad que Él propone y convertirla en vida plena en su Santísimo Nombre. Al respecto, es importante señalar que todos somos predicadores de la Palabra, lo hacemos diariamente con nuestras acciones. En este sentido, escuchar y vivir la Verdad es entregarse de lleno a la novedad permanente que el Espíritu Santo le imprime a cada instante a la Palabra. Y esto, no solo por una decisión personal, sino por la docilidad de nuestro corazón. Docilidad que es gracia que debemos pedir a la Santísima Trinidad.

Nuestro Señor Jesucristo también nos invita a mirar a Nuestra Madre María como la que creyó, como la discípula de su vida, pasión, muerte y resurrección. Ella, Nuestra Madre, escuchó y custodió su Palabra como un tesoro vivo, de acción maternal para con todos sus hijos. Ella es un ejemplo maravilloso de docilidad. Lo podemos ver en la Anunciación (Lc 1,26-38); en la Visitación (Lc 1,39-45); en el maravilloso cántico del Magnificat (Lc 1,46-56). En el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo (Lc 2,1-10); en la Presentación del Niño Jesús (Lc 2,21-38). O también cuando Jesús, a los doce años, fue hallado en el templo (Lc 2,39-52).

Por ello, hermanos, meditando el pasaje evangélico, respondamos: ¿Meditamos la Palabra de Dios y la convertimos en acción evangelizadora en nuestras vidas? ¿Seguimos el ejemplo de Nuestra Santísima Madre? ¿Acudimos a ella como intercesora? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a comprender, con la ayuda del Espíritu Santo, la Palabra y los misterios de Nuestro Señor Jesucristo en compañía de Nuestra Santísima Madre.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oremos todos: «Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero; lo juro y lo cumpliré: guardaré tus justos mandamientos» (Sal 118,105-106).

Santísima Trinidad, te suplicamos abras los ojos del corazón de toda la humanidad para que todos podamos contemplar tus maravillas a través de tu Palabra y de la acción amorosa que inspiras, creando caminos de paz y progreso para todas las personas, dejando de lado los sentimientos negativos que provocan división y guerras.

Padre eterno, con la intercesión de Nuestra Santísima Madre, la siempre Virgen María, concede, por tu amor y misericordia, el perdón de las faltas de todos los difuntos, para que sean contados entre tus elegidos.

Madre Santísima, lucero de la mañana, enséñanos a escuchar, meditar y obedecer a la Palabra del Señor.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con una homilía de Beda el Venerable:

«Las palabras de María concuerdan con aquellas del Señor con las que proclamó bienaventurada no sólo a la madre que le había engendrado según el cuerpo, sino también a todos los que observan sus preceptos. En efecto, dado que todos se maravillaban de su sabiduría y su poder cuando enseñaba al pueblo en algún lugar o hacía milagros, “una mujer de entre la multitud dijo en voz alta: ‘Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron’” (Lc 11,27). Y él, aunque acogió de buena gana el testimonio dado a la verdad, respondió en seguida: “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”, para que tanto aquella mujer como todos los que escuchaban confiaran en que podían llegar a ser bienaventurados si obedecían los preceptos divinos. Era como si dijera abiertamente: aunque gozó del privilegio de una singular bienaventuranza aquella que, virgen, fue digna de llevar en su seno, engendrar y alimentar al Hijo encarnado de Dios; no obstante, obtendrán también un lugar privilegiado en la vida eterna aquellos que creen en él y le aman con corazón puro, aquellos que llevan bien grabados en la mente sus preceptos, aquellos que se las ingenian para alimentarla también en el alma del prójimo con exhortaciones continuas».

Hermanos, dirijámonos al Señor y digámosle: Señor, deseamos asumir el compromiso de leer, escuchar, meditar tu Palabra de vida eterna, y convertirla en acción evangelizadora en nuestras vidas. Nos comprometemos también a meditar la acción dócil y amorosa de Nuestra Santísima Madre.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.