MARTES XXXII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL MARTES XXXII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Así también ustedes; cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”» Lc 17,10.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 17,7-10

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «¿Quién de ustedes que tenga un criado arando o pastoreando le dice cuando llega del campo: “Ven, siéntate a la mesa”? ¿No le dirán más bien: “Prepárame la cena y sírveme mientras como y bebo, y luego comerás y beberás tú”? ¿Tienen que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Así también ustedes; cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Eres un simple servidor: debes realizar con todas tus fuerzas, con el máximo cuidado y el ardor posible, no sólo lo que Él manda, sino todo lo que te aconseja, aunque sea levemente, todo a lo que se inclina para que realices: por amor, obediencia, imitación. Así Él obedecía a la mínima indicación de su Padre. Es esta la obediencia que le debes; es así como se obedece cuando se ama. Tal obediencia es inseparable del amor. Es cierto que debes obedecer así y trabajar, con todas tus fuerzas. Todos los instantes de tu vida estén a la obra, a las obras que Dios te da a realizar. También es cierto que eres un simple servidor: lo que haces, Dios podría realizarlos por otros, o sin nadie, seguro sin ti. Eres un simple servidor. Trabaja con todas tus fuerzas. Es un deber de imitación, de obediencia, de amor. Así trabajamos cuando amamos: este trabajo es inseparable del amor. Pero Dios no necesita de tu trabajo, eres un simple servidor» (San Carlos de Foucauld).

El pasaje evangélico de hoy se ubica luego de las tres instrucciones que Jesús dio a sus discípulos y que meditamos ayer. En la misma línea de instrucciones comunitarias, hoy Jesús, con la parábola de lo qué es el siervo, hace un llamado a la fidelidad y responsabilidad del discípulo, así como al cumplimiento de su deber, sin exigir nada a cambio a Dios.

Un dueño tiene un siervo; lo tiene trabajando en el campo; al terminar su trabajo, el siervo, que en aquella concepción de servidumbre no se le considera que tiene derechos, sino el deber de servir a su amo deberá continuar prestando servicios: servirle a la mesa, y no pensar que el dueño se va a poner a servirle a él.

Con este ejemplo, Jesús brinda una lección a sus apóstoles para el servicio de su misión. Que no piensen en ventajas; que no se enorgullezcan, incluso, si hacen milagros; porque sólo hicieron lo que tenían que hacer. La frase «somos siervos inútiles» es un modo de reconocer que, en este orden espiritual del apostolado, todo, absolutamente todo, es don de Dios.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Vive en consecuencia con la convicción de que eres un siervo al que le han encomendado muchos trabajos. No te creas más de lo que eres porque eres llamado hijo de Dios, debes reconocer sí la gracia, pero no debes echar en olvido tu naturaleza, ni ha de envanecerte el haber servido con fidelidad, ya que ése era tu deber. El sol realiza su labor, obedece también la luna, los ángeles sirven… Por tanto, no pretendamos nosotros alabarnos a nosotros mismos, ni nos anticipemos al juicio de Dios, ni nos adelantemos a la sentencia del juez, antes bien, esperemos a su día y a su juicio» (San Ambrosio).

Nuestro Señor Jesucristo nos dio el más grande ejemplo de servicio. Él, con sus propias palabras, en Marcos 10,45, nos dice: «El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir». Por ello, nosotros como hijos de Dios Padre, tenemos que ser conscientes y cuidar nuestra condición de siervos de Nuestro Señor Jesucristo. En este sentido, debemos estar atentos ante la tentación de la vanagloria y la soberbia, ya que estas despojan y destruyen los frutos de la fe; además, abren las puertas a la corrupción que corroe nuestra sociedad.

Hermanos, con estas reflexiones, intentemos responder: ¿Somos fieles servidores de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Somos capaces de servir a los demás sin esperar nada a cambio? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a contrastar nuestras acciones diarias con los mandamientos del amor y, así, podamos purificar nuestro seguimiento a Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre del cielo: concédenos la humildad para reconocer que, cuando realizamos eficazmente las tareas que nos encomiendan, podamos alegrarnos por haber hecho lo que teníamos que hacer.

Amado Jesús, anímanos y concédenos la fortaleza para que con nuestro ejemplo hagamos que muchas personas conozcan y practiquen tus enseñanzas y, así, contribuyamos a un mundo más justo.

Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, otórganos la sabiduría, el discernimiento y la fe para mantenernos alejados de las tentaciones de la vanagloria, del orgullo y de hacer las cosas por recibir gratitud humana.

Amado Jesús, extiende tu rostro de perdón a todos los difuntos de todo tiempo y lugar, especialmente, a los que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Reina de la paz, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos el maravilloso amor de Nuestro Señor Jesucristo con un sermón de San Agustín:

«Antes de la venida del Señor, los hombres buscaban la gloria en sí mismos. Ha venido como hombre para reducir la gloria terrena y aumentar la gloria de Dios. Ha venido sin pecado y nos ha encontrado a todos hundidos en el pecado. Si el Señor ha venido para perdonar los pecados, quiere poner de manifiesto que Dios es magnánimo; toca, pues, al hombre reconocer esa magnanimidad. Porque la humildad del hombre consiste en su gratitud y la grandeza de Dios se manifiesta en su misericordia.

Si, pues, ha venido para perdonar al hombre sus pecados, toca al hombre reconocer su pequeñez y darse cuenta de la misericordia de Dios. “Él debe ser cada vez más importante; yo, en cambio, menos”. Es decir, que Él me dé y yo reciba. Es justo que la gloria sea del Señor y yo la reconozca en Él; que el hombre reconozca dónde está su lugar, reconozca a Dios y comprenda lo que dice el apóstol al hombre soberbio y orgulloso que pretende ensalzarse: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si los has recibido ¿por qué presumes como si no lo hubieras recibido?”.

Que el hombre que considera suyo lo que no le pertenece comprenda, pues, que lo ha recibido y que se humille, porque le conviene que Dios sea glorificado en él. Que el hombre se considere cada vez menos importante para que Dios sea glorificado en él».

Queridos hermanos: reconozcamos que todo lo que tenemos en nuestras vidas son dones que Dios nos ha otorgado gratuitamente, y que nosotros debemos dar gratis. Hagamos el compromiso de contrastar nuestras acciones con los mandamientos del amor para ser siervos diligentes de Nuestro Señor Jesucristo. Y pidamos siempre a la Santísima Trinidad la fuerza para vencer las tentaciones de la vanagloria.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.