LUNES XXXIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL LUNES XXXIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Recobra la vista, tu fe te ha salvado» Lc 18,42.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas, 18,35-43

En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello. Le dijeron: «Pasa Jesús el Nazareno». Entonces empezó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él dijo: «Señor, que vea otra vez». Jesús le contestó: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado». Enseguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Gritaba el ciego cuando pasaba Jesús. Temía que pasara y no le curara. ¿Cómo gritaba? Hasta el punto de no callar, aunque la muchedumbre se lo ordenaba. Venció oponiéndose a ella, y voceando consiguió al Salvador. Al vocear la muchedumbre y prohibirle gritar, se paró Jesús, lo llamó y le dijo: “¿Qué quieres que haga?” Y él contestó: “Señor, que vea”. “Mira, tu fe te ha salvado”. Amad a Cristo. Desead la luz de Cristo. Si aquel ciego desea la luz corporal, ¡cuánto más debéis desear vosotros la del corazón! Gritemos ante Él no con la voz, sino con las costumbres. Vivamos santamente, despreciemos el mundo, consideremos como nulo todo lo que pasa» (San Agustín).

El pasaje de hoy, denominado “El ciego de Jericó”, aparece en los tres evangelios sinópticos. En Lucas se ubica luego de que Jesús hace el tercer anuncio de su pasión y resurrección en la última etapa del camino hacia Jerusalén, en la que Jericó fue la última parada antes de llegar a la ciudad santa.

En aquella época había muchos ciegos en Palestina, ya que la luz del sol, reflejada en la tierra blanca, hacía mucho daño a los ojos. El ciego que estaba al lado del camino, cuando se enteró que Jesús pasaba cerca, empezó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». Hizo esto porque el catecismo de la época mencionaba que el mesías sería de la descendencia de David.

Este episodio es emblemático y constituye una profunda catequesis sobre el discipulado y la oración, ya que los discípulos que acompañaban a Jesús también querían acallar los gritos del ciego e impedían que se acerque a Jesús. Pero, ante la voluntad de Jesús, se ven obligados a llevar al ciego ante Él, y Jesús le pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?».

Muchas veces ocurre que, aunque se tengan intactos los cinco sentidos, no siempre se está en condiciones de conocer o “ver” a Jesús y optar por Él. El ciego superó el obstáculo personal de la ceguera y el obstáculo generado por los que le impiden acercarse, y reconoce la divinidad de Jesús. Luego de ser llamado por el Señor, es curado y, una vez sano, lo sigue, agradecido y alabando a Dios.

Otra vez, la divinidad del Señor se ha desplazado a nuestra naturaleza humana. Como en aquel tiempo, hoy, el Señor nos pregunta «¿Qué quieres que haga por ti?», respondamos con fe y vivamos con gozo, glorificando a Dios.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» es también el grito, lleno de fe, de los pobres actuales: los migrantes, los refugiados y perseguidos, los enfermos, los niños indefensos y tantas otras personas que claman a Dios en medio de las guerras y tribulaciones. Es el grito que incomoda a muchos y quiere ser acallado; sin embargo, Nuestro Señor Jesucristo se detiene, escucha el clamor y sana; y la sanación convierte a la persona curada en su discípulo.

La fe es la fuerza que viene del cielo y que transforma a las personas, permite acercarnos a Dios con humildad y plena confianza en Él. Es la fuerza que acompaña la sanación, el agradecimiento y el seguimiento a pesar de las tribulaciones. Es la fuerza que testimonia a Dios, glorificándolo y alabándolo.

Hermanos: uno de los fundamentos para poder “ver” y reconocer a Nuestro Señor Jesucristo es la sabiduría, capacidad que también debemos pedir al cielo ya que nos ayuda a comprender la realidad. Tengamos presente: «La sabiduría es radiante e inmarcesible. Se deja ver fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan. Se adelanta a manifestarse a los que la desean» (Sb 6,12-13).

A la luz de la Palabra, intentemos responder: ¿Oramos insistentemente con fe? ¿Cómo respondemos ante el grito de los pobres de hoy? ¿Los defendemos a la luz de la Palabra? ¿Contribuimos o evitamos a que otras personas se acerquen a Dios? ¿Pedimos al cielo la sabiduría? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a comprender que todos los beneficios divinos se obtienen por la fe. Así mismo, a ser verdaderos discípulos y a reflexionar sobre cómo defender a nuestros hermanos más necesitados a la luz de la Palabra y que nunca nos detenga algún tipo de ceguera o esclavitud.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, a ti clamo: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!», envía tu Santo Espíritu para que disipe toda confusión y perturbación que me impida acercarme a ti. Amado Jesús, Tú que siempre tuviste compasión por quienes clamaban a ti, concédenos también ser misericordiosos para que acojamos con amor a todos nuestros hermanos.

Espíritu Santo, concédenos la sabiduría para tener la capacidad de ver y comprender, de manera profunda, la realidad a la luz de la Palabra y anhelando siempre la Verdad de Nuestro Señor Jesucristo.

Espíritu Santo, te pedimos inspires y fortalezcas a todos los consagrados y fieles de la Iglesia para que anunciemos con entusiasmo y sabiduría el Evangelio que conduce a la vida eterna, siendo verdaderos discípulos de Nuestro Señor Jesucristo.

Amado Jesús, te suplicamos, ilumines a nuestros difuntos que yacen en tiniebla y en sombra de muerte, y ábreles las puertas de tu reino.

Madre Santísima, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de San Gregorio Magno:

«Que todo hombre que sabe que las tinieblas hacen de él un ciego, grite desde el fondo de su ser: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Pero escucha también lo que sigue a los gritos del ciego: “Los que iban delante lo regañaban para que se callara”.

¿Quiénes son estos? Están allí para representar los deseos de nuestra condición humana en este mundo, los que nos arrastran a la confusión, los vicios del hombre y el temor, que, con el deseo de impedir nuestro encuentro con Jesús, perturban nuestras mentes mediante la siembra de la tentación y quieren acallar la voz de nuestro corazón en la oración.

En efecto, suele ocurrir con frecuencia que nuestro deseo de volver de nuevo a Dios, nuestro esfuerzo por alejar nuestros pecados mediante la oración se ven frustrados por estos: la vigilancia de nuestro espíritu se relaja al entrar en contacto con ellos, llenan de confusión nuestro corazón y ahogan el grito de nuestra oración.

¿Qué hizo entonces el ciego para recibir luz a pesar de los obstáculos? Él gritó más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Ciertamente, cuando más nos agobie el desorden de nuestros deseos, más debemos insistir con nuestra oración; cuanto más nublada esté la voz de nuestro corazón, hay que insistir con más fuerza, hasta dominar el desorden de los pensamientos que nos invaden y llegar a oídos del Señor. Creo que cada uno se reconocerá en esta imagen: en el momento que nos esforzamos por desviarlos de nuestro corazón y dirigirlos a Dios, suelen ser tan inoportunos y nos hacen tanta fuerza, que debemos combatirlos.

Pero insistiendo vigorosamente en la oración, haremos que Jesús se detenga al pasar. Como dice el evangelio: “Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran”».

Queridos hermanos: hagamos el compromiso de orar con fe y perseverancia en todo momento, así como escuchar y actuar ante el grito desesperado de los pobres de hoy. Ayudemos a otras personas a acercarse al mar infinito de la misericordia divina.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.