VIERNES XXXIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL VIERNES XXXIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

SANTOS ANDRÉS DUN-LAC Y COMPAÑEROS MÁRTIRES

«Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios» Lc 19,47-48.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas, 19,45-48

En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero ustedes la han convertido en una cueva de bandidos». Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Podemos detectar un profundo vínculo entre la misión profética de la que habla la primera lectura y la “casa de oración” de la que habla Jesús en el evangelio. La Palabra de Dios, en efecto, es al mismo tiempo don del que tienen que participar los otros mediante la profecía y don que se ha de asimilar, en íntimo diálogo con Dios, el donante. Se trata de dos aspectos de una misma experiencia espiritual, de dos momentos de un único ministerio. Quien acoge la misión profética con plena conciencia intuye que ésta debe madurar en la oración; por otro lado, quien aprende a orar no puede dejar de sentir la necesidad de evangelizar. La liturgia de la Palabra supone cada día una nueva invitación a no separar lo que en el proyecto de Dios debe seguir estando profundamente unido» (Giorgio Zevini y Pier Giordano Cabra).

Hoy, en una común celebración, se venera a los ciento diecisiete mártires de los siglos XVIII y XIX, de las regiones asiáticas de Tonkin, Annam y Cochinchina; ocho de ellos eran obispos, muchos eran presbíteros, además de un gran número de fieles de ambos sexos y de toda condición y edad, todos los cuales prefirieron el destierro, las cárceles, los tormentos y los extremos suplicios antes que pisotear la cruz y desviarse de la fe cristiana.

Andrés Dung – Lac fue un sacerdote católico vietnamita que fue decapitado en Dại Nam, en Vietnam, bajo el reinado de Minh Mang en el año 1839. Él y sus compañeros mártires fueron proclamados santos por el papa San Juan Pablo II, el 19 de junio de 1988.

Hoy meditamos el pasaje evangélico denominado “Jesús purifica el templo” que también se ubica en Mateo 21,12-17 y en Marcos 11,15-19. Cuando Jesús entra a Jerusalén, lo primero que hace es purificar el templo y lo hace con autoridad divina. Lo hace severamente porque el templo había perdido su identidad religiosa, como casa de oración, para convertirse en cueva de bandidos.

Desde tiempos de Moisés, todo israelita debía ofrecer algo en el templo. Para facilitar el cumplimiento de este mandato a las personas que venían de lejos, se había dispuesto que en los atrios del templo se vendieran animales para ser sacrificados. Lo que al principio podía considerarse tolerable, e incluso conveniente, había degenerado hasta tal punto en que se privilegiaban los intereses económicos por encima de los espirituales.

La purificación de Jesús adquiriere la categoría de signo profético ya que denuncia la corrupción de las autoridades religiosas de la época y anuncia el fin de la religión de la antigua alianza para dar paso a la auténtica religión que es la respuesta de la fe ante la revelación de Dios Padre, que es Nuestro Señor Jesucristo. Los sacerdotes, escribas y notables no entendían el accionar de Jesús y buscaban acabar con él, pero no pueden hacerlo porque «todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Nuestro Señor Jesucristo, con poderes divinos y la ira santa purifica la casa de Dios de sacrilegios. Este celo ardiente e intensa piedad que nacía de su corazón, le irá conduciendo paulatinamente a ser, Él mismo, el templo que Dios Padre reconstruirá en tres días y en cuya memoria nosotros participamos en cada Santa Eucaristía. Así mismo, el Señor quiso inculcar a las futuras generaciones el respeto y la compostura que se debe manifestar en el Templo debido a su carácter sagrado.

Dejemos que Nuestro Señor Jesucristo purifique nuestros corazones de todo pecado que hemos incorporado en nuestras vidas al aceptar algunas propuestas mundanas. El Señor nos dice: «Mi casa es casa de oración»; acudamos pues a la Casa de Dios con amor, alegría y respeto, donde también nos espera Dios.

Hermanos: meditando la palabra, es conveniente que nos preguntemos: ¿Comprendemos que el signo de purificación de templo nos ayuda a purificar nuestro corazón y a liberarnos de las ataduras del pecado? ¿Acudimos con respeto a la Casa de Dios? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a ser templos del Espíritu Santo, dejando de lado la lógica humana con el fin de identificar y reconocer el rostro inconfundible de Nuestro Señor Jesucristo en el prójimo. Que también nos sirva para acudir de la forma adecuada a la Casa de Dios.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, fuente y origen de toda paternidad, tú hiciste que los santos mártires Andrés y sus compañeros fueran fieles a la cruz de tu Hijo hasta el derramamiento de su sangre, concédenos por su intercesión, difundir tu amor entre los hermanos y que nos llamemos y seamos de verdad hijos tuyos.

Padre eterno, tú que vas edificando el templo que somos nosotros, haz crecer unida a toda la Iglesia para que llegue a ser la Nueva Jerusalén, verdadera visión de paz.

Espíritu Santo, derriba las barreras levantadas por nuestro orgullo para que no se nos niegue, aunque seamos pecadores, la alegría de convertirnos en verdaderos templos de la presencia de Nuestro Señor Jesucristo, en el que podamos entrar en comunión plena y perfecta con Dios Padre.

Amado Jesús, mira con bondad y misericordia a las almas del purgatorio, alcánzales la recompensa de la vida eterna en el cielo.

María Santísima, modelo perfecto de escucha y docilidad a Dios, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos al Señor con un escrito de Santa Catalina de Siena:

«Dios me ha revelado particularmente sus secretos y me ha dado a conocer cosas admirables… Dios me explicó especialmente el misterio de la persecución que sufre ahora la santa Iglesia, su renovación, su exaltación en los tiempos a venir.

Para hacerme comprender que las circunstancias en las que se encuentra actualmente la Iglesia son permitidas para darle su esplendor, la Verdad suprema me citó dos palabras del santo Evangelio. Primero dijo “Es inevitable que el escándalo llegue al mundo”. Luego agregó: “Pero desdichado el que causa el escándalo” (cf. Mt 18,7). Como si dijera que permite este tiempo de persecución para arrancar las espinas que rodean a su Esposa, pero no permite los pensamientos censurables de los hombres.

“¿Sabes lo que hago? Como cuando estaba en el mundo hice una fusta con cuerdas y expulsé a los vendedores del Templo, no queriendo que la morada de mi Padre deviniera una cueva de ladrones. Te digo que es ahora lo mismo. Hago una fusta con criaturas y con esa fusta expulso a los mercaderes impuros, avaros e hinchados de orgullo, que venden y compran los dones del Santo Espíritu”. En efecto, con la fusta de la persecución hecha con criaturas, nuestro Señor los expulsa y los arranca por la fuerza a la tribulación de su vida vergonzosa y desreglada…

Del mal que hacen los malos cristianos persiguiendo a la Esposa de Cristo, va a nacer así el honor, la luz, el perfume de virtudes para esta Esposa… Eran misterios tan grandes, que la lengua es incapaz de decirlos, el corazón incapaz de comprenderlos, y el ojo de verlos».

Queridos hermanos: nosotros somos templo de Dios, por ello, hagamos el compromiso de acercarnos al sacramento de la penitencia de manera periódica y dejar que Nuestro Señor Jesucristo purifique nuestras vidas. Así mismo, acudamos frecuentemente a la Santa Eucaristía y participemos de la acción purificadora que llega a través del Espíritu Santo.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.