FERIA PRIVILEGIADA DEL VIERNES DE LA SEMANA III DE ADVIENTO – CICLO B

LECTIO DIVINA DE LA FERIA PRIVILEGIADA DEL VIERNES DE LA SEMANA III DE ADVIENTO – CICLO B

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava» Lc 1,46-48.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,46-56

En aquel tiempo, María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios» (San Ambrosio de Milán).

En la “feria privilegiada” de hoy meditamos la segunda parte del texto de la “Visitación de la Virgen María a su prima Isabel”. El pasaje completo resalta los detalles simples de una realidad determinante para el género humano de todos los tiempos.

Ayer meditamos que dos niños aún sin nacer llamaron la atención de la humanidad y, también, cómo el Espíritu Santo llenó de gozo a Isabel para bendecir a María y al fruto de su vientre. Hoy, María proclama la grandeza, la sabiduría y la misericordia del Señor con el cántico del Magnificat que, por inspiración del Espíritu Santo, es uno de los cantos más hermosos de la Sagrada Escritura.

El Magnificat es la expresión poética más profunda de la oración de María porque celebra la gracia divina a través de la alabanza y el gozo; es el cántico que todo creyente de corazón humilde debe proclamar y hacer realidad en su vida a través de sus esfuerzos, alegrías y de su lucha diaria, porque Nuestra Santísima Madre es dichosa porque ha creído, pero nosotros, que sin haber visto hemos creído, también somos dichosos. Bendito y alabado sea Dios, bendita sea Nuestra Santísima Madre.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

«¡Qué cosas tan grandes y misteriosas ha hecho Dios todopoderoso en esta criatura admirable!, como ella misma se ve obligada a afirmar, a pesar de su profunda humildad: “porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso” (Lc 1,49). El mundo no las conoce porque es incapaz e indigno de ello» (San Luis María Grignion de Monfort).

Mientras los poderosos del mundo se esfuerzan por conducir la historia bajo los criterios del poder, de las posesiones y del dominio, dejando una estela de personas empobrecidas, marginadas y excluidas, Dios va realizando su acción en el mundo, justamente, a través de los humildes y sencillos.

El Señor de la historia siempre se pone de parte de los últimos, de los sencillos de corazón. Por eso, el Magnificat tiene un carácter revolucionario porque refleja las convicciones de un alma humilde, libre y liberada, que invita a todas las generaciones a una auténtica libertad, en el Santo Nombre de Dios.

Hermanos: meditando la lectura, intentemos responder: ¿Reconocemos la presencia de Dios en los hechos cotidianos de nuestras vidas? ¿Alabamos y agradecemos a la Santísima Trinidad por los dones concedidos? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a descubrir el gozo de los que ponen continuamente su confianza en el Señor a través de María, Nuestra Madre, dando testimonio de las poderosas acciones y de la maravillosa misericordia del Señor en nosotros.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que, al ver al hombre caído en la muerte, quisiste redimirlo con la venida de tu Unigénito, concede a quienes profesan humildemente la fe en su encarnación participar también en los bienes del Redentor.

Espíritu Santo, esposo de Nuestra Santísima Madre, enséñanos el camino que nos conduce a Nuestro Señor Jesucristo y a Dios Padre.

Madre Santísima, Madre del Adviento, ayúdanos a descubrir la alegría de los que ponen continuamente su confianza en el Señor y, así, podamos también proclamar la grandeza del Señor.

Madre Santísima, Madre de Jesús y de la Iglesia, que has vivido la presencia desbordante del Espíritu Santo, abre nuestro corazón y nuestra mente para que seamos dóciles a la Palabra de Dios.

Amado Jesús, tú que no quieres excluir a nadie de tu acción redentora, concede tu divina e infinita misericordia a todas las almas del purgatorio, especialmente, a todas aquellas que más la necesitan.

Madre Santísima, Mansión de la divinidad inundada por el Espíritu Santo, te agradecemos por acoger en tu seno al Hijo de Dios y te pedimos que intercedas ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestra Santísima Madre la Virgen María y, en ella, a Dios, con un texto de Ermes Ronchi:

«El Magníficat es la celebración de lo imposible hecho acontecimiento. El canto de María tiene su fuente, primero, en la admiración: “Ha hecho en mí cosas maravillosas, ha convertido mis días en un tiempo de admiración, mi vida en un lugar de prodigios”. El canto de María nace de una experiencia feliz: ha captado a Dios. La exultación no deriva de la revelación de nuevas reglas de vida, de un código ético mejor: la buena noticia que María transmite es el enamoramiento de Dios, de un Dios que ha puesto las manos en la espesura de la vida, en las heridas de la historia. El Magníficat es el evangelio que pone en el centro de la religión no lo que yo hago por Dios, sino lo que Dios hace por mí. La alegre noticia es que Dios ha atravesado los cielos, me cuenta los cabellos de la cabeza, me invita a respirar con su respiración, a soñar sus sueños, a vivir su vida.

Con todo, hay en este canto revolucionario un escándalo para la fe. ¿Dónde está el vuelco? Después de veinte siglos todavía seguimos repitiéndonos aquí las mismas cosas. ¿Ilusión? ¿Engaño? El hambre sigue matando, los cementerios triunfan. Sin embargo, la esperanza es más fuerte que los hechos. No los ignora, no los elude, sino que los atraviesa y los contesta. Porque si yo creo que la noche acabará, no es porque el sol ya haya despuntado, sino porque, como cristiano, soy hombre del tercer día: “Al tercer día resucitaré” (Mt 20,19). Y en el colmo de la noche del viernes de Pasión soy capaz de fijar los ojos y el corazón en la línea matinal de la luz, que parece minoritaria, pero que sale vencedora.

Si creo que el mundo cambiará, con María, no es por los signos que llego a discernir en la maraña sangrienta de la historia, sino porque está la promesa, porque Dios se ha comprometido y porque por su promesa una serie de hombres valientes y libres desafían la noche. La promesa de Dios es mi punto de apoyo. Dios escucha siempre: no nuestras oraciones, sino sus promesas.

El canto es directamente proporcional a nuestra capacidad de asombro y de futuro, a nuestra capacidad de no esperar, sino de construir el futuro. El futuro que entra así en nosotros mucho antes de que acontezca. Salvación es que él ame, no que yo ame. Esta es la religión del Magníficat, religión del don, religión del amado que ha sido capaz de ver a Dios todavía actuando, Creador incansable, con las manos todavía ocupadas en la espesura de la vida».

Hermanos: en este tiempo de Adviento, nos comprometemos a ser agradecidos con la Santísima Trinidad teniendo plena conciencia de su accionar providente en cada instante de nuestra vida.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.