VIERNES DE LA SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador» Lc 2,29-30.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor»; y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con Él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción: y a ti misma una espada te traspasará el alma, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con Él.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Hoy la Iglesia bendice las candelas que dan luz. Estas candelas son al mismo tiempo símbolo de otra luz, de la luz que es precisamente Cristo. Comenzó a serlo desde el instante de su nacimiento. Se reveló como luz a los ojos de Simeón a los 40 días de su nacimiento. Como luz permaneció después 30 años en la vida oculta de Nazaret. Luego comenzó a enseñar, y el período de su enseñanza fue breve. Dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida» (Jn8, 12). Cuando fue crucificado “se extendieron las tinieblas sobre la tierra” (Mt 27,45), pero al tercer día estas tinieblas cedieron su lugar a la luz de la resurrección. ¡La luz está con nosotros!» (San Juan Pablo II).

Hoy celebramos la fiesta de la “Presentación del Señor” o “Fiesta del encuentro”, y lo hacemos meditando el pasaje evangélico denominado “Presentación del Señor y purificación de María en el templo”. El santo de los santos, cuya santidad supera a la del mismo templo, ingresa en el templo.

En la presentación, Jesús es consagrado al Señor y se encuentra con su pueblo personificado por Simeón y Ana. Simeón realiza declaraciones solemnes y pronuncia dos oráculos: en el primero, destaca la salvación que traerá el niño y el rechazo del que será objeto; y en el segundo resalta cómo su presencia provocará la caída, ruina y resurrección de muchos.

La imagen de María también aparece en este episodio, asociada a Jesús y envuelta en el drama de la muerte de Nuestro Salvador. Una espada aparece en su maternal horizonte. A nosotros, que también somos sus discípulos, nos toca también presentar a Jesús a nuestro mundo como «luz para alumbrar a las naciones».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

Hoy, también en el día de la Virgen de la Candelaria, con el esplendor que simbolizan los cirios, apresurémonos a ir al encuentro de Nuestro Señor Jesucristo que es la verdadera luz, la salvación para la humanidad. Hagámoslo a través de la lectura, la meditación y puesta en práctica de su Palabra.

El Espíritu Santo nos revelará el sentido verdadero y pleno de la vida, comprendiendo que es preciso confiar totalmente en Dios. Así mismo, seremos plenamente conscientes de que nuestra pobreza y fragilidad requiere del vigor divino que transmite el Espíritu Santo.

Adicionalmente, de la lectura, podemos afirmar que la vida consagrada es también un encuentro con Jesús. Así mismo, en ella se identifica un encuentro intergeneracional en el que los ancianos comunican su sabiduría a los jóvenes.

Hermanos: meditando el pasaje evangélico, respondamos: ¿Confiamos en las promesas de salvación de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Respetamos la sabiduría de las personas mayores? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a confiar plenamente en Nuestro Señor Jesucristo, en compañía de Nuestra Santísima Madre, la siempre Virgen María. Así mismo, a mejorar nuestras relaciones intergeneracionales en nuestra familia, trabajos, comunidades y en la sociedad.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso y eterno, rogamos humildemente a tu majestad que, así como tu Hijo Unigénito ha sido presentado hoy en el templo en la realidad de nuestra carne, nos concedas, de igual modo, ser presentados ante ti con el alma limpia.

Padre eterno, te pedimos por todos los consagrados y consagradas que nos enseñan con su testimonio de entrega y generosidad, que los valores de tu Reino nunca se extinguirán.

Espíritu Santo, concédenos el mismo espíritu que impulsó a Simeón y a Ana a confesar que Nuestro Señor Jesucristo es el Salvador de la humanidad.

Amado Jesús, Salvador de la humanidad, tú que eres la luz que alumbra a las naciones, ilumina a todas las personas que aun te desconocen y haz que crean en ti, Dios verdadero. Te pedimos también que envíes tu Santo Espíritu a quienes rigen los pueblos, para que su labor sea siempre de servicio, justicia y paz.

Amado Jesús, felicidad de los santos, a quien el justo Simeón pudo contemplar antes de la muerte como tanto había deseado, haz que los difuntos que desean contemplar tu rostro se sacien de tu visión.

Madre Santísima, Reina de la paz, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Juan Pablo II

«La Iglesia anuncia que se ha realizado la redención del mundo, que esperaban los profetas y anunció Simeón en el templo de Jerusalén.

Lumen ad revelationem gentium! Hoy también nosotros, con las candelas encendidas, vamos al encuentro de Aquel que es “la luz del mundo” y lo acogemos en su Iglesia con todo el fervor de nuestra fe bautismal. A cuantos profesan sinceramente esta fe se les ha prometido el “encuentro” último y definitivo con el Señor en su reino. En la tradición polaca, al igual que en la de otras naciones, las candelas bendecidas tienen un significado especial, porque, llevadas a casa, se encienden en los momentos de peligro, durante los temporales y los cataclismos, como signo de que se encomienda uno mismo, la familia y todo lo que se posee a la protección divina. Por eso, en polaco, estas candelas se llaman “gromnice”, es decir, candelas que alejan los rayos y protegen del mal, y esta fiesta toma el nombre de Candelaria (literalmente: Santa María de las Candelas).

Más elocuente aún es la costumbre de poner la candela bendecida en este día entre las manos del cristiano, en su lecho de muerte, para que ilumine los últimos pasos de su camino hacia la eternidad. Con este gesto se quiere afirmar que el moribundo, al seguir la luz de la fe, espera entrar en las moradas eternas, donde ya no “tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará” (Ap 22,5).

A esta entrada en el reino de la luz alude también el Salmo responsorial de hoy: “¡Portones!, alzad los dinteles; que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria” (Sal 23,7).

Estas palabras se refieren directamente a Jesucristo, que entra en el templo de la antigua Alianza, llevado en brazos por sus padres; pero, por analogía, podemos aplicarlas a todo creyente que cruza el umbral de la eternidad, llevado en brazos por la Iglesia. Los creyentes acompañan su paso final rezando: “¡Brille para él la luz perpetua!”, a fin de que los ángeles y los santos lo acojan, y Cristo, Redentor del hombre, lo envuelva con su luz eterna…

Los cirios encendidos, que llevaba cada uno en la primera parte de esta liturgia solemne, manifiestan la vigilante espera del Señor que debe caracterizar la vida de todo creyente y, especialmente, de aquellos a quienes el Señor llama a una misión especial en la Iglesia. Son un fuerte llamamiento a testimoniar ante el mundo a Cristo, la luz que no tiene ocaso: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

Amadísimos hermanos y hermanas, ojalá que vuestra total fidelidad a Cristo pobre, casto y obediente sea fuente de luz y de esperanza para todos aquellos con quienes os encontréis.

Lumen ad revelationem gentium! María, que cumplió la voluntad del Padre, dispuesta a la obediencia, intrépida en la pobreza, y acogedora en la virginidad fecunda, obtenga de Jesús que “cuantos han recibido el don de seguirlo en la vida consagrada sepan testimoniarlo con una existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto con todos los otros hermanos y hermanas, hacia la patria celestial y la luz que no tiene ocaso” (Vita consecrata, 112)».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.