VIERNES DE LA SEMANA V DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA V DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Effetá» (esto es «Ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Mc 7,34-35.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 7,31-37

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto es «Ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«La Escritura relaciona el mutismo con la falta de fe (Ex 4,10-17; Is 6; Mc 4,12). Y a esa luz se nos muestra la curación del mudo como un bien mesiánico. En efecto, los últimos tiempos nos sitúan en un clima de relaciones filiales con Dios, nos capacitan para oír su palabra, para responderla y también para hablar de Él a los demás. El cristiano que vive estos últimos tiempos se convierte así en profeta, experto en la Palabra divina, apóstol, misionero, catequista; más aún, en familiar y amigo de Dios. Eso implica que puede escuchar la Palabra, responderla y proclamarla a los hombres. Necesita, pues, los oídos y los labios de la fe. Y la fe, como dice San León Magno, es don de Cristo: “No es la sabiduría terrena quien descubre esta fe, ni la opinión humana quien puede conseguirla; el mismo Hijo único es quien la ha enseñado y el Espíritu quien la instruye”» (Manuel Garrido Bonaño).

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Jesús sana a un sordomudo”, se encuentra después del texto que meditamos ayer, sobre la fe ejemplar de la mujer cananea, en el que Jesús demostró que la fe no tiene fronteras de ningún tipo y que en la Iglesia no hay extranjeros. En esa línea, el milagro que se narra hoy ocurre en territorio pagano. El sordomudo es el símbolo de la actitud cerrada y de resistencia de los paganos frente a la Palabra de Dios y su proyecto de salvación.

La sanación del sordomudo muestra la profunda solidaridad de Jesús con las limitaciones humanas y comienza a hacer realidad la esperanza de los pobres. Representa también la actitud creciente de los paganos de ir abriendo sus oídos a la Palabra de Dios, a la vida, al hombre nuevo y a la liberación.

Por ello, Nuestro Señor Jesucristo también hoy toca, simbólicamente, los oídos de toda la humanidad para que estén abiertos a sus enseñanzas. Así mismo, toca sus labios para proclamar la Palabra con el lenguaje del amor, recordándonos que sus mandatos liberan a los oprimidos por el pecado y la enfermedad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

«¿Cómo poder discernir la voz de Dios de entre los miles de voces que escuchamos cada día en nuestro mundo? Yo diría que Dios nos habla de muchas maneras. Nos habla por medio de otras personas, a través de nuestros amigos, nuestros padres, el párroco, los sacerdotes… Nos habla a través de los acontecimientos de nuestra vida en los cuales podemos discernir un gesto de Dios. Nos habla igualmente a través de la naturaleza, de la creación, nos habla, desde luego y sobre todo, en su palabra, en la sagrada Escritura, leída en común en la Iglesia y leída de manera personal en diálogo con Dios» (Benedicto XVI).

En la lectura es importante destacar el gesto extraño pero sacramental de Nuestro Señor Jesucristo para acercarse y entrar en contacto con el sordomudo. Ante la ausencia de la capacidad de hablar y de escuchar, el Señor encuentra una forma especial para hacerle entender al sordomudo que desea establecer un contacto liberador con él.

Tengamos en cuenta también que el sordomudo fue llevado por otras personas benefactoras que tenían fe en la acción sanadora y liberadora de Nuestro Señor Jesucristo. El profundo simbolismo de los protagonistas del milagro del Señor nos hace reflexionar acerca de cómo la proximidad a ideologías contrarias a Dios va alejándonos de los mandamientos del amor.

Cuántas veces, bloqueados por nuestro orgullo y otros sentimientos negativos, no reconocemos la cercanía del Señor. Cuántas veces cerramos nuestro corazón ante la llamada de Dios a través de su Palabra, o ante las situaciones que reclaman de nosotros una posición firme de defensa de la vida. Cuántas veces mantenemos nuestros oídos sordos ante la voz correctora de nuestros hermanos. Cuántas veces callamos ante tantas injusticias. Que las respuestas a estos cuestionamientos nos ayuden a tener un corazón más sensible para identificar el rostro de Nuestro Señor Jesucristo en nuestros hermanos más vulnerables y en toda circunstancia de nuestras vidas.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, ten compasión de nosotros, perdona nuestras indiferencias ante las maravillas a través de las cuales diariamente nos demuestras tu amor, el amor de Dios Padre y el amor del Espíritu Santo. Concédenos el don del asombro y de la alegría para cantar siempre tus alabanzas.

Amado Jesús, Salvador del mundo, repite hoy el “Effetá” que expresaste ante el sordomudo para que seamos capaces de encontrar el lenguaje hablado y activo para mostrar tu amor a aquellos que están distraídos y no te siguen.

Jesús, Hijo de Dios, fuente inagotable de amor, misericordia y pureza, otorga a la Iglesia los dones para liberar a las personas de la esclavitud del pecado, promoviendo la esperanza y la alegría.

Amado Jesús, justo juez, misericordia pura, ten compasión de los difuntos, especialmente de aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Inmaculada Concepción, Reina de la paz y de la esperanza, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Adelaide Anzani Colombo:

«Vamos, cada uno por su propia cuenta, en la envoltura impenetrable – sorda y muda – de nuestro yo. Hasta las relaciones humanas más elementales e inevitables parecen crear realidades prisioneras, a su vez, de sí mismas e incapaces de un entendimiento recíproco: la pareja cerrada, la familia cerrada, el círculo cerrado, la asociación cerrada, la parroquia cerrada, el país cerrado, la patria cerrada…

La sordera del egoísmo personal y social incuba y desprende las chispas para el fuego destructor que invade el corazón humano y la historia. Ahora bien, por encima del corazón y por encima de la historia, sólo con que lo queramos, se extiende la mano de Jesús, y su voz dice: “¡Effetá!”. Hay un milagro en nuestro destino y solo espera nuestra adhesión para realizarse: nuestra “voluntad” de curarnos reconociendo que estamos enfermos de sordera y de mutismo, es decir, de no saber amar. Porque es el no amar lo que encierra en torno al corazón la inhóspita fortaleza inaccesible al otro y delimita bien sus confines con alambre de espino. “¡Effetá!”. Y todo podrá suceder, entonces, todo podrá cambiar.

El corazón aislado, antipático, inhóspito, el corazón cerrado, impedido, cercado, ocultado, sepultado, para el que toda la ida es inhóspita, y está impedido y sepultado, podrá finalmente abrirse, ensancharse, desplegarse, con la escucha de la Palabra; se volverá capaz de escuchar y de hablar, de ofrecerse y de aceptar el don ajeno, de consolar y de ser consolado, de repartir, compartir, dispensarse por completo, mezclarse. Se volverá capaz de amar, con el signo de la alegría incontenible que nace de una vida abierta de par en par al don recíproco, de la fiesta sin fin que acoge al Liberador victorioso del mal. El milagro del sordomudo, al mismo tiempo que cuenta la historia personal del encuentro entre un hombre enfermo y el amor compasivo que lo cura, cuenta, sobre todo, el milagro de un Dios infinitamente “abierto” y que quiere a todo hombre a su imagen y semejanza en el amor».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.