LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA VI DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B
«Quiero: queda limpio». Mc 1,41.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,40-45
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús sintió compasión, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Jesús lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés». Pero él salió y se puso a pregonarlo y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba afuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Nosotros podemos ver en el leproso del Evangelio no solo una imagen del pecador, sino también un símbolo de todos los marginados de la sociedad. A todos hemos de tender nuestra mano en una ayuda fraternal y verdadera. Pero hemos de tener siempre conciencia de que no seremos solidarios con los demás, sino en la medida en que seamos fieles al Padre. Nada frena tanto el buen desarrollo de la ciudad terrena como la pretensión del hombre de bastarse a sí mismo en su búsqueda personal y comunitaria de la felicidad. Siempre lleva a Dios el amor que procede de Él mismo. San Pedro Crisólogo elogia la fuerza transformadora de la verdadera caridad, aquella que participa de la fecundidad del amor divino: “La fuerza del amor no mide las posibilidades, ignora las fronteras, no reflexiona, no conoce razones. El amor no se resigna ante la imposibilidad, no se intimida ante ninguna dificultad”» (Manuel Garrido Bonaño).
El pasaje evangélico de hoy, denominado “Jesús sana a un leproso”, se ubica también en Lucas 5,12-16, y en Mateo 8,1-4. En aquella época, la lepra era la más grande muralla social; a un leproso se le trataba como a un “muerto viviente”. Además de sufrir la tristeza de una enfermedad incurable, era marginado, despreciado y condenado a estar lejos de los demás y de Dios; es decir, lejos de la vida. Es el prototipo de toda marginación, representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados.
Pero la fe del leproso y el amor de Jesús superan todas estas circunstancias. Jesús realiza una acción revolucionaria: se aproxima y toca al leproso, acercando dos mundos enfrentados. Su expresión: «Quiero: queda limpio», derriba los muros de la exclusión y suprime las fronteras.
En la sanación del leproso se aprecia el siguiente esquema básico: un breve diálogo en el que el enfermo expresa su fe o “fuerza creyente”, y luego se produce el milagro a través de la “fuerza sanadora” que sale de Jesús. La fe era condición indispensable para que ocurriese el milagro; varios de los milagros confirman y fortalecen esa fe inicial. Por eso, no hay lepra, por grave que sea, que el Señor no pueda curar: su poder salvador y liberador es omnipotente.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?
«“La caridad no puede ser neutra, aséptica, indiferente, tibia o imparcial. La caridad contagia, apasiona, arriesga y compromete. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita” (cf. 1Cor 13). La caridad es creativa en la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. Encontrar el lenguaje justo… El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el lenguaje afectivo, el que proporcionó la curación al leproso. ¡Cuántas curaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje del contacto!» (Papa Francisco).
El leproso, con la humilde expresión y ruego, sin mayores pretensiones, «Si quieres, puedes limpiarme», no habla de enfermedad, solo quiere verse limpio de todo estigma. Es un ruego que toca las fibras más sensibles de Nuestro Señor Jesucristo y deja todo a su soberana decisión y voluntad.
«Si quieres, puedes limpiarme», es la oración de todo aquel que necesita ser sanado, que se pone bajo la mirada del médico bueno. Y Nuestro Señor Jesucristo con la orden: «Quiero: queda limpio», expresa la revolución del amor y muestra el poder total que tiene sobre las enfermedades y el mal. Él, derriba fronteras y prejuicios; llama y acerca a todas las personas que están alejadas de sus preceptos, se compadece, extiende la mano y los toca para devolverles la vida.
Así, Nuestro Señor Jesucristo llena a la humanidad de esperanza, mostrándose compasivo y misericordioso con todos de manera incesante. Somos nosotros quienes, muchas veces, somos desobedientes y no somos conscientes de que todo lo que tenemos son dones gratuitos de Dios, incluyendo la vida.
Esto ocurre porque adoptamos algunos estilos de vida mundanos que ponen al esfuerzo humano por encima de la acción de Dios. Basta ver cómo el mundo promueve el aborto, la eutanasia, la ideología de género, la destrucción de la familia, entre otras conductas que marginan a los más débiles y crean innumerables barreras que obstaculizan el desarrollo humano integral.
Hermanos: a la luz de la Palabra, respondamos: ¿Tenemos fe en la acción sanadora y liberadora de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Somos compasivos y misericordiosos con las personas más necesitadas y marginadas? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a redescubrir la dimensión sanadora y liberadora de Nuestro Señor Jesucristo, y a ser agradecidos con la Santísima Trinidad.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que prometiste permanecer en los rectos y sencillos de corazón, concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera que te dignes habitar en nosotros.
Digamos como en el salmo 115: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo… Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor”.
Amado Jesús, tú que eres compasivo y misericordioso, concédenos un corazón obediente y agradecido contigo, con Dios Padre y con Dios Espíritu Santo, para que seamos testigos y demos testimonio sincero de tu compasión y misericordia.
Espíritu Santo: otórganos la sabiduría, el discernimiento y la fe, vivida con amor, para mantenernos alejados de toda tentación de marginación a nuestros hermanos.
Amado Jesús, dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.
Madre Santísima, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de la encíclica Lumen fidei del papa Francisco:
«El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona, y de este modo puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor.
La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar.
Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que lo acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, inició y completa toda nuestra fe».
Hermanos: como en Marcos 9,24, digámosle al Señor diariamente: «Creo, pero aumenta mi fe». Oremos incesantemente para alcanzar este don maravilloso y, con amor, compartamos nuestra fe con los hermanos más necesitados. Acudamos también a la acción sanadora y liberadora del sacramento de la penitencia, y pidamos continuamente al Espíritu Santo la gracia de orar continuamente, así como la inspiración para que descubramos en los desposeídos y marginados el rostro del excluido que busca la limpieza y sanación espiritual y corporal.
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.