SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA – CICLO B

«Sígueme» Lc 5,27.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 5,27-32

En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Y él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: «¿Por qué comen y beben ustedes con publicanos y pecadores?». Jesús les respondió: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Dios de gran misericordia, tú que enviaste a tu Hijo único como la más grande prueba de amor y misericordia insondable, no rechazas a los pecadores. Al contrario, con tu insondable misericordia les abriste el tesoro del que pueden sacar en abundancia, no sólo la justificación, sino toda la santidad que el alma llega a alcanzar.

Padre de gran misericordia, deseo que todos los corazones se tornen hacia ti con confianza hacia tu misericordia infinita. Nadie se justificará ante ti si tu misericordia inconmensurable no lo acompaña. Cuando tú desveles el misterio de Tu misericordia, la eternidad será poco para agradecerte como conviene.

¡Cómo es dulce tener en el fondo del alma lo que Iglesia nos ordena creer! Cuando mi alma está inmersa en el amor, resuelvo clara e instantáneamente las cuestiones más difíciles. Sólo el amor es capaz de pasar precipicios y cimas de montañas. El amor, una vez más, el amor» (Santa Faustina Kowalska).

El pasaje evangélico de hoy se encuentra también en Mateo 9,9-13 y en Marcos 2,13-17. Leví, llamado también Mateo, lo dejó todo y siguió a Jesús. ¡Qué vería en la mirada de Jesús!: la misericordia del Rey eterno movilizó toda la vocación escondida de Leví para el seguimiento radical. Dio un gran salto, pasó de ser recaudador de impuestos de la potencia invasora, a ser apóstol de Jesús; luego de su gran decisión, invitó a Jesús a su casa, donde organizó una cena.

Los publicanos, funcionarios al servicio de Roma, eran considerados traidores a la patria por los judíos; por eso, estaba prohibido relacionarse y menos sentarse a la mesa con publicanos y pecadores, pero Jesús confraterniza con ellos, convirtiendo la cena en un banquete celestial ya que alimentó espiritualmente a los asistentes y prodigó la misericordia de Dios Padre.

Ante los prejuicios de los fariseos, Jesús respondió: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan».

Hoy, con Leví, nos enfrentamos a las alturas de la Cuaresma, un camino exigente y, a la vez, prometedor. Pero no serán nuestros esfuerzos los que nos llevarán a la cima, sino nuestra determinación, pero, sobre todo, la gracia del cielo: la fisonomía de la misericordia en el rostro de Jesús.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

«Leví fue arrebatado de los lugares del pecado y fue salvado sorprendentemente, siendo llamado por Cristo, el Salvador de todos nosotros» (Cirilo de Alejandría).

La Cuaresma es tiempo de conversión, de volver a Nuestro Señor Jesucristo que conoce la profundidad de nuestros corazones y siempre nos mira compasivamente y con misericordia. Él sabe cuándo cada uno de nosotros está preparado para responder con decisión y de manera plena a su llamado. Él conoce el momento en el que seremos más dóciles a su llamado.

Al igual que Leví, muchas veces, nosotros nos parapetamos en la lógica paralizante que inicialmente motivaba a Leví, que es la del beneficio económico por encima de la fraternidad. Pero la mirada de Jesús es fulminante; Leví lo sigue inmediatamente. Jesús lo libera de la esclavitud del dinero y lo transporta a la libertad del seguimiento. La vocación para seguir a Jesús es una forma divina de sanación del alma y el que es llamado, es perdonado porque se acerca y se une al mar de la misericordia infinita de Dios.

Meditando la lectura, intentemos responder: ¿Cómo respondemos al llamado de Jesús para seguirle? ¿Actuamos con prejuicios frente a algunos hermanos discriminándolos? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a desear la libertad del seguimiento a Nuestro Señor Jesucristo y a estar dispuestos a recorrer los caminos de Nuestro Salvador.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso y eterno, mira compasivo nuestra debilidad y, para protegernos, extiende sobre nosotros tu mano poderosa.

Amado Jesús, renueva nuestros corazones en esta Cuaresma, perdona nuestros prejuicios y haz que siempre detestemos el pecado, pero no al pecador. Concédenos la gracia de conocerte más, de amarte más, de responder plenamente a tu llamado y de seguirte siempre confiando en tu misericordia y providencia.

Espíritu Santo, concédenos los dones y los recursos para ayudar a nuestros hermanos a acercarse al océano infinito de la misericordia de Dios, en especial, a aquellos que están alejados de Jesús.

Amado Jesús, misericordia pura, concede a almas del purgatorio la Gloria de tu Reino y protege a las personas moribundas en el tránsito hacia la vida eterna.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con un escrito de Jean-Claude Sagne:

«El descubrimiento de la misericordia de Dios aparece siempre en primer lugar en la revelación del Evangelio. Jesús no comienza nunca con la denuncia frontal del pecado del hombre culpable. Acoge, más bien, al pecador en la mansedumbre y en la humildad de su corazón, para descargarle del peso que lo oprime. Jesús revela, antes que nada, con los gestos y las palabras, la misericordia del Padre con los hombres pecadores y su voluntad de salvarlos de la muerte y llevarlos de nuevo a la vida.

Sólo ante esta misericordia ofrecida de manera sobreabundante se vuelve capaz el hombre pecador de reconocer su propio pecado y de acoger el perdón divino. Es en el orden de la experiencia espiritual donde el descubrimiento de la misericordia precede y provoca el descubrimiento del pecado. El conocimiento de nuestro pecado supone, en efecto, que disponemos de bastante amor para mostrarnos sensibles a nuestra inadecuación respecto a las exigencias del amor. Ahora bien, la revelación de un amor infinito proyecta una luz incomparable sobre nuestras debilidades. En este sentido, la misericordia de Dios nos revela nuestro pecado. Cuanto más nos acercamos a Dios, más nos descubrimos pecadores. Pasa con el amor misericordioso de Dios como con la luz del sol, que invade la casa y, por contraste, hace resaltar las tinieblas rechazándolas.

El perdón de Dios es la palabra brotada de su misericordia y portadora de misericordia. El perdón es el acto mismo de la misericordia que alcanza al hombre pecador, le envuelve por completo y le libera de su pecado.

Está muy claro que el perdón de Dios no tiene absolutamente nada en común con la vaga indulgencia de un padre débil y permisivo que hace como si ignorara el error del hijo para evitar el choque. El perdón de Dios tampoco puede ser asimilado a la comprensión repleta de benevolencia del amigo que, teniendo en cuenta las motivaciones, las circunstancias o la pesada herencia del pasado familiar, acaba por excusar a quien le confía un error.

No, perdonar es algo absolutamente distinto. Perdonar significa construir ex novo, transformando los elementos que el pasado ha dejado en pedazos. El perdón de Dios es el acto por excelencia en el que él manifiesta su amor creador y salvífico. El amor creador de Dios hace nacer al hombre, le hace vivir, le hace crecer y tender a su autonomía. El amor redentor de Dios hace renacer al hombre, le hace recuperar la vida, le vuelve a situar en un punto más adelantado del camino que estaba realizando ante Dios mediante la fe».

Queridos hermanos: pidamos la gracia del Espíritu Santo para poder amar cada día más y seguir con firmeza a Nuestro Señor Jesucristo. Así mismo, pidámosle la fortaleza para vencer nuestros prejuicios. No retrasemos la decisión de seguir a Nuestro Señor Jesucristo de manera consagrada o laical en nuestras familias, trabajos, estudios, comunidades y como ciudadanos. Contribuyamos a construir un mundo mejor, un mundo cristiano, un mundo de paz.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.