DOMINGO DE LA SEMANA II DE CUARESMA – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA II DE CUARESMA – CICLO B

«Este es mi Hijo amado; escúchenlo» Mc 9,7.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 9,2-10

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió únicamente con ellos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de una blancura deslumbrante, como nadie en el mundo podría blanquearlos. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesus. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía porque estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escúchenlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No cuenten a nadie lo que ustedes han visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos». Esto se les quedó grabado, y discutían que querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«La Transfiguración de Jesús fue esencialmente una experiencia de oración. En efecto, la oración alcanza su culmen, y por tanto se convierte en fuente de luz interior, cuando el espíritu del hombre se adhiere al de Dios y unido a su voluntad… Cuando Jesús subió al monte, se sumergió en la contemplación del designio de amor del Padre, que lo había mandado al mundo para salvar a la humanidad. Junto a Jesús aparecieron Elías y Moisés, para significar que las Sagradas Escrituras concordaban en anunciar el misterio de su Pascua, es decir, que Cristo debía sufrir y morir para entrar en su gloria. En aquel momento Jesús vio perfilarse ante él la cruz, el extremo sacrificio necesario para liberarnos del dominio del pecado y de la muerte. Y en su corazón, una vez más, repitió su «Amén». Dijo «sí», «heme aquí», «hágase, oh, Padre, tu voluntad de amor». Y, como había sucedido después del bautismo en el Jordán, llegaron del cielo los signos de la complacencia de Dios Padre: la luz, que transfiguró a Cristo, y la voz que lo proclamó «Hijo amado»» (Benedicto XVI).

En este segundo domingo de Cuaresma meditamos la Transfiguración que también se encuentra en Mateo 17,1-9, y en Lucas 9,28-36. La Transfiguración ocurre ocho días después de que Nuestro Señor Jesucristo realizó el primer anuncio de su pasión, muerte y resurrección, y luego de revelar la condición fundamental para ser su discípulo.

La Transfiguración no es solo el momento luminoso y fulgurante de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, es también un hito importante en su camino hacia la entrega total. Es una prefiguración de su resurrección, un anticipo de su victoria sobre la muerte y sobre el maligno. Es también una muestra de la condición de la vida futura; es un desborde divino en medio de nuestra humanidad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

La enseñanza de este evangelio es excepcional: todos nosotros tenemos la posibilidad de retirarnos en oración, subir al monte para escuchar mejor la voz del Señor y pedirle por nuestra conversión y así, llevar a nuestros hermanos que sufren enfermedad, injusticia y pobreza material y espiritual, nuestra experiencia de ese encuentro con el Señor.

Esa Palabra escuchada, debemos guardarla en el corazón y hacerla crecer proclamándola a nuestros hermanos. Esta es nuestra misión, hacer que la gloria de Dios sea conocida y sirva de consuelo a nuestros hermanos que sufren o ignoran su misericordia.

Ante este maravilloso acontecimiento en el que Dios Padre nos pide que escuchemos a su Hijo, conviene hacernos las siguientes preguntas: ¿somos capaces de dialogar con Jesús a través de su Palabra? ¿Escuchamos a Dios a través de nuestras oraciones y de las personas que sufren? ¿Nos dejamos transformar, transfigurar por el Señor? ¿Damos a conocer a los demás las manifestaciones de la gloria de Dios en nosotros? Que las respuestas a estas preguntas sean beneficiosas para seguir a Dios, especialmente, en la hora de la tribulación, en los que debemos recordar los destellos de la gloria divina en nuestros días.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que nos has mandado a escuchar a tu hijo amado, alimenta nuestro espíritu con la Palabra; para que, con mirada limpia, contemplemos gozosos la gloria de tu rostro. Transfigura Señor, transforma nuestra vida para ser verdaderos hijos tuyos.

Padre eterno, te pedimos por el papa Francisco, nuestros obispos, párrocos, sacerdotes, diáconos y consagrados y consagradas, para que, reflejando en sus vidas el rostro luminoso de Jesús, nos ayuden a experimentar su misericordia en este tiempo de conversión.

Amado Jesús, sé misericordioso con todos los difuntos y admítelos a contemplar la luz de tu rostro.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Reyna de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con una homilía de Benedicto XVI:

«“¡Qué bien estamos aquí!” Agradecemos de corazón a la Iglesia que, en este segundo Domingo de Cuaresma, nos permite estar delante del misterio de la Transfiguración y hacer nuestras las palabras, llenas de asombro y de ternura, con las que el apóstol Pedro recibió la luz de Cristo.

La Transfiguración es un misterio riquísimo, de cuya meditación los cristianos de todos los tiempos han recibido gracias siempre nuevas. La Iglesia, además, nos propone este pasaje evangélico en dos momentos distintos del año litúrgico: en la segunda semana de Cuaresma y en la Solemnidad de la Transfiguración, el 6 de agosto, como si quisiera decirnos que la luminosidad de lo creado es el signo de la Luz siempre nueva que se irradia victoriosa desde el misterio pascual.

Es así como, en este tiempo de Cuaresma, recibimos algo de la luz y de la alegría que, sin ahorrarnos nada de la lucha contra el pecado y la tentación, nos dicen que esa lucha debe vivirse con la alegría que nace de la certeza de encontrarnos en el camino justo, en el camino que, si se sigue fielmente mediante la oración y en su radicalidad, nos lleva a la Pascua…

La Transfiguración es una verdadera teofanía, manifestación de la Divinidad de Cristo, a la que corresponde la manifestación de Dios Padre. Por un instante somos introducidos en el misterio de la Santísima e indivisa Trinidad: la voz del Padre señala a su Hijo Unigénito, el Amado… La Transfiguración nos señala que el eterno diálogo de amor entre el Padre y el Hijo ha entrado en nuestra historia humana y cómo, en Cristo, atrae a toda la humanidad hacia esta gloria eterna. En Él, se resumen todo el cosmos y la historia, en él se recapitula toda la historia de Dios con Israel.

“Y de repente, mirando alrededor, ya no vieron a nadie, sino solo a Jesús con ellos” (Mc 9,8). La luz de la Transfiguración parecería que dura demasiado poco tiempo; a los ojos de los discípulos queda sólo la humanidad de Cristo, como siempre la habían visto. Pero el corazón de Pedro, de Santiago y de Juan, nuestro corazón, está irremediablemente herido y sabe ciertamente que en ese Hombre habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad…

“El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?” (Rm 8,32). María Santísima, que en su seno revistió de nuestra humanidad la Luz del Altísimo, nos proteja y sostenga en la lucha, mirándonos con sus ojos, en los cuales se refleja la eterna gloria del Hijo de Dios».

Hermanos: en el silencio de nuestros corazones y maravillados por la identidad divina de Nuestro Señor Jesucristo, escuchemos también ahora la voz agradable y paternal de Dios Padre, que nos dice: «Este es mi Hijo amado, escúchenlo». Hagamos el compromiso de escuchar a Jesús a través de la lectura cotidiana y orante de la Palabra, y, con la ayuda del Espíritu Santo, convertir la Palabra en acción evangelizadora.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.