TERCER DOMINGO DE PASCUA – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL TERCER DOMINGO DE PASCUA

«Paz a ustedes». Lc 24,36.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 24,35-48

En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a ustedes». Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué se asustan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tóquenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría y el asombro, les dijo: «¿Tienen ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que les decía mientras estaba con ustedes: que todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Cristo padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«En este tercer domingo del tiempo pascual, la liturgia pone una vez más en el centro de nuestra atención el misterio de Cristo resucitado. Victorioso sobre el mal y sobre la muerte, el Autor de la vida, que se inmoló como víctima de expiación por nuestros pecados, “no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre” (Prefacio pascual,III). Dejemos que nos inunde interiormente el resplandor pascual que irradia este gran misterio y, con el salmo responsorial, imploremos: “Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro”» (Benedicto XVI).

La lectura de hoy narra la tercera aparición de Jesús resucitado, el mismo día en el que se descubre el sepulcro vacío y luego del regreso de los dos discípulos que iban a Emaús.

En medio de los discípulos que no asumen plenamente la resurrección de Jesús, empieza a germinar la Iglesia. En este escenario, Jesús aparece y mientras los apóstoles lo ven más divino, Él se muestra más humano que nunca, mostrándoles los signos que lo identifican. También les recuerda los anuncios que les había hecho sobre su pasión, muerte y resurrección Así mismo, los discípulos le reconocen al partir el pan y su presencia elimina sus miedos y les otorga paz y alegría. De esta manera, Nuestro Señor Jesucristo recorre los caminos humanos de la incredulidad y los sana con la fe, mostrando sus manos, sus pies y su costado.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

«La resurrección de Cristo es también nuestra resurrección. Cada hombre que mira es invitado a identificarse con Adán, cada mujer con Eva, y a tender su mano para dejarse aferrar y arrastrar por Cristo fuera del sepulcro. Es éste el nuevo y universal éxodo pascual. Dios ha venido “con brazo poderoso y mano tendida” a liberar a su pueblo de una esclavitud mucho más dura y universal que la de Egipto» (Raniero Cantalamessa).

Nuestro Señor Jesucristo nos brinda un gran mensaje: Dios se hizo presente entre nosotros, sufrió con y por nosotros, murió por nosotros y resucitó para permanecer por siempre en medio de nosotros.

Hoy también, al igual que los apóstoles, para ser discípulo de Nuestro Señor Jesucristo es preciso tener un encuentro personal con Él. Ello implica mirar la cruz y sus llagas que son trofeos de victoria sobre la muerte; significa compartir los dones que Dios nos ha otorgado con nuestro prójimo más necesitado. También, implica pedir al cielo la gracia del Espíritu Santo para comprender las Escrituras y amar, si es posible, hasta el extremo.

Hermanos, meditando la palabra, respondamos de corazón: ¿Cómo reconocemos a Nuestro Señor Jesucristo en nuestras vidas? ¿Cuáles son los miedos que nos impiden ser verdaderos discípulos del Señor? ¿Tenemos miedo de defender nuestra fe ante los ataques del mundo? ¿Estamos dispuestos a acoger al Espíritu Santo y ser guiados por Él? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a ser liberados de nuestros miedos y ser conscientes de que nuestra vida es el espacio privilegiado de la acción de Dios. Así mismo, que sean un estímulo para proclamar la Palabra de Dios a través de obras de misericordia, misión a la que somos convocados por Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Que tu pueblo, oh, Dios, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, para que todo el que se alegra ahora de haber recobrado la gloria de la adopción filial, ansíe el día de la resurrección con la esperanza cierta de la felicidad eterna.

Amado Jesús, te buscamos en las Escrituras que nos hablan de ti, danos la luz verdadera y libéranos de los miedos que nos impiden ser verdaderos discípulos tuyos.

Amado Jesús, fortalécenos con los dones del Espíritu Santo para proclamar tu amor y tu Palabra a través de nuestras vidas.

Amado Jesús, te pedimos por todos los moribundos y difuntos, en especial, por aquellos que han partido o están partiendo de este mundo sin el auxilio espiritual, para que obtengan tu misericordia y tomen parte en tu gloriosa resurrección.

Madre Santísima, Madre del Salvador, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Queridos hermanos: abramos los ojos del espíritu y de la fe, y contemplemos a Jesús resucitado con un sermón de Juan de Ford:

«La fe de Cristo quedó gravemente herida en los apóstoles por el escándalo de la cruz y, si bien no murió del todo, ciertamente se debilitó mortalmente. Gracias a la resurrección, poco a poco, empezó a reforzarse y, bajo los cuidados que Jesús le dispensó ungiéndola con el óleo balsámico, a los cuarenta días volvió a su total curación.

Desde aquel día en adelante, los apóstoles pusieron su esperanza en el Dios de Jacob, su apoyo. Ahora, convertidos en hombres espirituales, esperaban de lo alto, con toda su alma, el don del Espíritu Santo, el paráclito prometido. Perseveraban con constancia en la oración, llenos de santos deseos y gemidos profundos. Moraban en la ciudad del amor, la nueva Jerusalén que ellos ya estaban edificando. Reinaba la unanimidad en la práctica del amor fraterno, en la unidad del espíritu; reinaba la concordia en la pacientísima espera del Espíritu Santo.

Estos hombres, que despreciaban el mundo, habían expulsado toda discusión sobre cualquier cosa que tuviera que ver con la tierra. Como se habían vuelto humildes, ahora andaba lejos aquella vieja preocupación sobre “quién de ellos podía ser considerado el más importante” (Lc 22,24). Mas aun, en esta ciudad había un solo pensamiento: quién era el último, el siervo de todos, el más pequeño y el más sumiso. A continuación, la invasión de este Espíritu fue tan impetuosa en ellos que no podían contenerlo de ninguna manera. Deseaban ardientemente que se difundiera en todas las almas: su único deseo era insertar a todos en el corazón de Cristo».

Queridos hermanos: dispongamos nuestro corazón invocando siempre al Espíritu Santo para recibir la paz del Señor y nos otorgue la capacidad de profundizar y llevar a la práctica las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. No dejemos de asistir a la Eucaristía y oremos para que Dios fortalezca a quienes cuyas convicciones tambalean. Promovamos en nuestros hermanos la búsqueda del encuentro personal con Nuestro Señor Jesucristo a través de la experiencia cotidiana y la oración. Que nuestro deseo sea insertar a todos en el corazón de Cristo. Emprendamos este desafío espiritual hoy mismo.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.