JUEVES VI DE PASCUA – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL JUEVES VI DE PASCUA – CICLO B

«Les aseguro que ustedes llorarán y se lamentarán; mientras el mundo estará alegre, ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría» Jn 16,20.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 16,16-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Dentro de poco ya no me verán, pero un poco más tarde me volverán a ver». Comentaron entonces algunos discípulos: «¿Qué significa eso de “Dentro de poco ya no me verán, pero un poco más tarde me volverán a ver”, y eso de “Me voy al Padre”?». Y se preguntaban: «¿Qué significa ese “poco”? No entendemos lo que dice». Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: «¿Están discutiendo de eso que les he dicho: “Dentro de poco ya no me verán, pero un poco más tarde me volverán a ver?” Pues sí, les aseguro que ustedes llorarán y se lamentarán; mientras el mundo estará alegre, ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Señor, que tu Espíritu nos ayude a ver las necesidades frecuentemente ocultas de la gente, a encontrar el remedio “divino” y no solo humano que debemos ofrecer, la alegría plena que debemos presentar, el amor que lo rescata todo» (Giorgio Zevini, Pier Giordano Cabra).

A lo largo de las lecturas de los últimos días, Jesús mostró cómo será su futura presencia en la humanidad y en la Iglesia, la cual se manifestará a través del Espíritu Santo.

En el pasaje evangélico de hoy, Jesús emplea la expresión «Dentro de poco ya no me verán, pero un poco más tarde me volverán a ver», con la cual alude a su pasión y resurrección; pero esta expresión no puede ser comprendida todavía por sus discípulos.

Con la intención de que sus discípulos comprendan el significado de su expresión inicial, les dice que estarán tristes, mientras que el mundo se alegrará, pero que esa tristeza se convertirá en alegría con su resurrección. Esta promesa se hizo realidad con su resurrección, y su consuelo se extiende también a nosotros y a toda la humanidad, hasta el fin de los tiempos. Es la promesa de que, al final, el bien siempre triunfará sobre el mal.

Así, Jesús irá aclarando el panorama a sus discípulos, pero, como Él mismo lo afirmó, será el Espíritu Santo quien les quitará el velo de la incomprensión y les otorgará el entendimiento y la fuerza para llevar la Palabra de Dios al mundo entero.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

El cristiano de hoy y de siempre se encuentra entre dos alegrías, la del mundo y la de Nuestro Señor Jesucristo. La alegría mundana está vinculada a los valores efímeros que el rey de la mentira promueve, como el deseo desenfrenado de títulos honoríficos, de bienes materiales; la práctica de conductas libertinas, la promoción de los pecados capitales disfrazados de verdad y libertad, entre otras cosas.

En cambio, la alegría que viene de Nuestro Señor Jesucristo se deriva de la fe, de la certeza de su presencia permanente en nosotros, de la valentía que otorga el Espíritu Santo para estar dispuestos a dar la vida por Él y por nuestros hermanos, sabiendo que un acto así de extremo representa la mejor de las inversiones para un buen cristiano.

Por ello, Nuestro Señor Jesucristo señala claramente que nuestro camino no está exento de pruebas y tristezas; sin embargo, Él promete que luego de la tribulación, el gozo iluminará nuestros corazones. Decidamos bien queridos hermanos, escojamos la alegría de Nuestro Señor Jesucristo a través de la vivencia diaria de los mandamientos del amor; los momentos actuales lo reclaman.

Hermanos: meditando la lectura, intentemos responder: ¿Cómo enfrentamos las tristezas y tribulaciones que experimentamos en nuestras vidas, especialmente cuando perdemos a un ser querido? ¿Es la promesa de Jesús fuente de esperanza en nuestros momentos de tribulación? Que las respuestas a estas preguntas nos permitan escoger siempre la alegría celestial y podamos comprender, con la ayuda del Espíritu Santo, que las tribulaciones son también una fuente de divinas gracias.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que das parte a tu pueblo en tu obra redentora, concédenos vivir siempre la alegría de la resurrección del Señor.

Amado Jesús, gracias porque en tu pasión, muerte y resurrección encontramos el amor y la misericordia, porque tú eres el camino, la verdad y la vida.

Amado Jesús, que el Espíritu Santo, que Dios Padre envió en tu Santísimo Nombre, nos permita gozar de la alegría de tu amor.

Amado Jesús, que los moribundos y los que ya han muerto, obtengan tu misericordia eterna, te lo suplicamos Señor.

Madre Celestial, Madre del amor hermoso, Esposa del Espíritu Santo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos con fe al Espíritu Santo, hagámoslo con un texto de José Aldazabal:

«Este jueves de la semana sexta de Pascua ha sido durante mucho tiempo el día en que celebrábamos la fiesta de la Ascensión, que ahora se ha trasladado al próximo domingo.

Con todo, el tono de la lectura evangélica está impregnado del mismo espíritu de despedida de Jesús, que, por otra parte, llena todo el discurso de la última cena.

Los apóstoles no entienden de momento las palabras de Jesús: “dentro de poco ya no me veréis”, que luego ya se darían cuenta que se referían a su muerte inminente, “y dentro de otro poco me volveréis a ver”, esta vez con un anuncio de su resurrección, que más tarde entenderían mejor.

Ante esta próxima despedida por la muerte, Jesús les dice que “vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará”. Pero no será ésa la última palabra: Dios, una vez más, va a escribir recto con líneas que parecen torcidas y que conducen al fracaso. Y Jesús va a seguir estando presente, aunque de un modo más misterioso, en medio de los suyos.

Las ausencias de Jesús nos afectan también muchas veces a nosotros. Y provocan que nos sintamos como en la oscuridad de la noche y en el eclipse de sol. Si supiéramos que “dentro de otro poquito” ya se terminará el túnel en el que nos parece encontrarnos, nos consolaríamos, pero no tenemos seguridades a corto plazo. Sólo la fe nos asegura que la ausencia de Jesús es presencia, misteriosa pero real.

También a nosotros, como a los apóstoles, nos resulta cuesta arriba entender por qué en el camino de una persona -sea Cristo mismo, o nosotros- tiene que entrar la muerte o la renuncia o el dolor. Nos gustaría una Pascua sólo de resurrección. Pero la Pascua la empezamos y a celebrar el Viernes Santo, con su doble movimiento unitario: muerte y resurrección. Hay momentos en que “no vemos”, y otros en que “volvemos a ver”. Como el mismo Cristo, que también tuvo momentos en que no veía la presencia del Padre en su vida: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”

Celebrando la Pascua debemos crecer en la convicción de que Cristo y su Espíritu están presentes y activos, aunque no los veamos. La Eucaristía nos va recordando continuamente esta presencia. Y por tanto no podemos “desalentarnos”, o sea, perder el aliento: “Espíritu” en griego (“Pneuma”) significa precisamente “Aliento”».

Hermanos, hagamos que la Palabra de Dios, convertida en acciones concretas, nos permita unirnos más a Jesús. No dejemos que esta unión se debilite y nunca dejemos de apoyar espiritual y materialmente a nuestros hermanos más necesitados.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.