DOMINGO VII DE PASCUA – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO VII DE PASCUA – CICLO B

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

«Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación». Mc 16,15.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 16,15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «Vayan por todo el mundo proclamando el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañará estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán sus manos a los enfermos, y quedarán sanos». Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«En el Cristo elevado al cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. El “cielo”, la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él. Por tanto, la solemnidad de la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros» (Benedicto XVI).

Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo que nos trae un profundo mensaje: a la gloria que Él ha llegado, podemos llegar también nosotros.

El pasaje evangélico de hoy está compuesto por dos segmentos: el primero se denomina “Misión de los discípulos”, entre los versículos 15 y 18 y el segundo está referido a la “Ascensión de Jesús”, entre los versículos 19 y 20. El texto nos relata la última aparición de Jesús antes de ascender al cielo, en el que Jesús envía a los discípulos a extender el mensaje de salvación por todo el mundo; los que acojan dicho mensaje experimentarán una nueva vida, llena de amor, fraternidad y esperanza.

El Evangelio se ha extendido por toda la tierra, ha llegado a millones de personas. Agradezcamos a Dios la enorme fuerza que imprimió a los esfuerzos iniciales de los apóstoles. Eran solo doce hombres, algunos de ellos eran analfabetos y con grandes carencias; sin embargo, hoy estamos aquí porque ellos se lanzaron a la aventura de la fe. Somos herederos de ese esfuerzo y, con la Iglesia, tenemos también el encargo espiritual de seguir proclamando el evangelio, además de una tarea sanadora basada en la fe.

Por ello, la proclamación del Evangelio constituye para el cristiano un deber primario, esencial, no solo con palabras, sino con ejemplos de bondad. En los tiempos actuales, debemos emplear todos los medios, incluyendo los digitales, para hacerlo, pero con el idioma de la caridad. Como decía San Juan Bosco: «Es necesario dejar caer en nuestras conversaciones alguna palabra que eleve el pensamiento a lo sobrenatural».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

En las lecturas de los días previos el hilo conductor fue la incredulidad de los discípulos. Sin embargo, Nuestro Señor Jesucristo sigue confiando y contando con ellos para la misión universal de proclamar el Evangelio a toda la creación. De manera similar, en la actualidad, pese a que muchas veces cada uno de nosotros transita por momentos de incredulidad, Nuestro Señor Jesucristo sigue confiando en nosotros para la extensión del Reino de los cielos.

La incredulidad ha permitido, en muchas partes del mundo, la adopción de conductas que ofenden a Dios, como el aborto, la eutanasia, la ideología de género, la promoción sutil de la sexualidad por encima de los valores cristianos, así como muchos otros comportamientos inspirados por la oscuridad.

Hoy más que nunca, todos debemos ser protagonistas de un proceso de transformación y conversión de toda la humanidad. Nuestro Señor Jesucristo coloca su Evangelio en nuestras manos, proclamémoslo con nuestras vidas, con humildad y valentía, porque el Evangelio tiene la fuerza y el Espíritu para cambiar la historia de la humanidad e inaugurar una creación nueva.

Hermanos: a la luz de la Palabra, respondamos: ¿Proclamamos el Evangelio a través de nuestras vidas? ¿Nuestra forma de vivir comunica la paz y la esperanza que Nuestro Señor Jesucristo nos otorga a través de su Santo Espíritu? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a manifestar el Evangelio a través de nuestras acciones cotidianas, en nuestra familia, en la comunidad, en nuestros trabajos, en el país y en la humanidad.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo.

Señor Jesús, te pedimos el auxilio de tu Santo Espíritu para fortalecer nuestra fe y que, a pesar de nuestras debilidades y tribulaciones, nunca nos desalentemos y miremos siempre con esperanza nuestro futuro y el futuro de la humanidad. Que el Espíritu Santo, dirija y santifique nuestros pensamientos, palabras y obras, y nos haga dóciles a sus inspiraciones.

Señor Jesús, fortalece el espíritu y el corazón de los misioneros y fortalece las vocaciones de quienes desean entregar su vida a proclamar el evangelio a toda la humanidad.

Amado Jesús, te pedimos por quienes rigen los destinos de las naciones, para que cumplan su misión con espíritu de justicia y con amor, para que haya paz, salud y concordia entre los pueblos.

Amado Jesús, que nuestros hermanos difuntos, que encomendamos a tu misericordia, se alegren en tu reino.

Madre Celestial, Madre de la Divina Gracia, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Camino a Pentecostés, contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de San Juan Crisóstomo:

«Dios y los hombres se han convertido en una sola estirpe. Por eso San Pablo dijo: “Somos hijos de Dios” (Hch.17,29). También dice en otro lugar: “Somos el Cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro” (1 Cor. 12,27). Es decir: nos convertimos en su estirpe por la carne que Él ha asumido. Por lo tanto, gracias a Él, tenemos una garantía en el cielo: la carne que tomó de nosotros, y aquí abajo: el Espíritu Santo que habita dentro de nosotros… ¿Cómo se entiende que el Espíritu Santo esté a la vez con nosotros y el cielo, cuando el cuerpo de Cristo está al mismo tiempo en el cielo y con nosotros? El cielo ha poseído el cuerpo sagrado y la tierra ha recibido el Espíritu Santo. Cristo vino y trajo el Espíritu Santo, después subió al cielo y se llevó nuestro cuerpo… ¡Un plan divino formidable y sorprendente! Como dijo el profeta: “Señor, Dios nuestro, ¡cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8,2)

La divinidad ha sido elevada. Dice exactamente: “Lo vieron levantarse” (Hch. 1,9), el que es grande en todo, el gran Dios, el gran Señor, que es también “el gran rey sobre toda la tierra” (Sal 46,3). Gran profeta, gran sacerdote, gran luz, grande en todo. No sólo es grande por su divinidad, sino también según la carne, porque es gran sacerdote y gran profeta.

¿Cómo es esto? Escucha a San Pablo: “Así pues, ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe” (He 4,14). Porque, si es gran sacerdote y gran profeta, es cierto que “Dios ha visitado a su pueblo y ha suscitado un gran profeta en Israel” (Lc 7,16). Si es un sacerdote, un profeta y un gran rey, también es una gran luz: “La Galilea de los gentiles, el pueblo que caminaba en tinieblas, vio una luz grande” (Is 9,1s; Mt 4,15). Tenemos, pues, la prenda de nuestra vida en el cielo; juntamente con Cristo hemos sido elevados».

Hermanos: todos tenemos testimonio de las obras divinas de la Santísima Trinidad en nuestras vidas. Hagamos el propósito de evangelizar con nuestra experiencia personal, muy a pesar de nuestra fragilidad humana, pero con una fe inquebrantable en la misericordia del Señor y en la acción enriquecedora del Espíritu Santo. Por ello, no dejemos nunca de invocar al Espíritu Santo para que nos otorgue los dones con el fin de contribuir a acercar más a las personas a la luz del Señor.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.